Desequilibrio de poderes
En una república moderna, lo más importante es el equilibrio de los poderes. México tiene una forma de gobierno definida en la misma constitución como una república representativa, democrática, laica y federal. Esto implica varias cosas: lo más importante es el bien común donde todos somos iguales. La representación de pueblo se deposita en una persona que es el jefe de estado y representante de la nación al mismo tiempo, que aquí se llama presidente de la república. Pero ese presidente tiene que ser electo preiódicamente para renovar esa representación y, algo fundamental, tiene que cumplir y hacer cumplir la ley. Por eso la toma de protesta del presidente (y de todas las autoridades) al asumir el cargo tiene que asumir ante toda la nación guardar y hacer guardar la constitución y todas las leyes que de ella derivan. Para que esto último se garantice existe la división de poderes, precisamente para que no sea el presidente quien haga las leyes y menos aún que sea él quien las juzgue.
La laicidad es cosa obvia “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. La república federal nos dice también que somos un país formado por distintos estados, que son libres y soberanos, sometidos a la constitución y unidos por un pacto. Todo esto resulta evidente, pero recordarlo y remarcarlo no está nunca de más. Durante muchas décadas México vivió simplemente ignorando el fondo de todo esto que dicta claramente la constitución del artículo 39 en adelante. Un solo partido político, encabezado por una sola persona que resultaba ser el presidente, dictaba todo lo que se hacía en este país. Mandaba sobre los otros poderes, definía quiénes serían legisladores, quienes jueces, quienes gobernadores, quienes presidentes municipales y hasta quienes las actirces del momento o los cantantes de moda. Un presidencialismo absoluto con aroma de monarquía que cambiaba cada seis años para ceder el poder a quien el mismo presidente en turno decidiera.
Todo esto comenzó a cambiar a partir de 1988 con el primer gran desafío al sistema, luego con el primer golpe electoral efectivo en 1997, después la transición en el 2000 y así hasta el día de hoy. Pero muchas cosas más cambiaron además de lo electoral. Se consolidaron organismos autónomos, de amplió la competencia y la pluralidad política, estados y municipios conocieron la alternancia, se hicieron leyes más independientes del poder en turno, se abrieron los medios de comunicación y la crítica, y se consolidó un poder judicial más profesional y con mayor autonomía. Entonces la división de poderes y la pluralidad del país se hizo efectiva. A pesar de todo lo que faltaba y de las cosas que aun había que corregir se avanzó, entonces la sociedad y el país se movieron. Quizá no podamos apreciar los cambios a simple vista, pero si volteamos un poco atrás y hacemos un recuento de todo lo que se modificó en los últimos 35 años, entonces veremos que el México político no es el mismo de entonces.
La parte triste de la historia es que de pronto resulta que de un golpe estamos regresando a aquellos tiempos del absolutismo presidencial. Todo se pinta de un mismo color, las cámaras y los estados pertenecen mayoritariamente al partido que gobierna, el discurso que domina es el oficial, el presidente dice más de lo que hace, dilapida a los opositores, ataca a los medios, protege a sus aliados y destierra del eden del poder a los irreverentes. Precisamente como era en aquellos tiempos obscuros de los sesentas y setentas. En todo esto queda lo que el clásico llamaría “un rayito de esperanza” para mantener un equilibrio de poderes. Quizá lo más importante para hacer cumplir la ley e impartir justicia en un país tan frágil en su legalidad. Si perdemos el poder judicial entonces ya perdimos todo. Y eso no tiene colores de partidos, ni de movimientos, ni de organizaciones. El poder judicial es y debe ser el poder de poderes. Es un poder discreto precisamente porque no es cosa de popularidad, es asunto de orden y legalidad. Atacar a ese poder hace evidente que volvimos en el tiempo y que los anhelos de presidencialismo absoluto están al máximo.
Permitir que impere el desequilibrio de poderes es contravenir todo lo que como república somos. Por eso hay que defender a la Superema Corte de Justicia de la Nación (hasta el nombre lo dice todo), por eso no debe dominar absolutamente un solo partido, por eso es sano que haya alternancia en los gobiernos, por eso la pluralidad del país debe reflejarse en la pluralidad de los ejecutivos estatales y municipales. No es tema de ideologías, ni de partidos, ni de bandos, simplemente se trata de cuidar lo que como país llamamos aun República Mexicana.
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