Cuna de cárteles
A mediados de la década de los 90, el nombre de Aguililla ya sonaba fuerte en el mapa criminal de la agencia antidrogas de los Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés). De ahí provenía Agustín Vázquez Mendoza, uno de los fugitivos más buscados por el gobierno nortamericano. Sobre su cabeza había una millonaria recompensa en dólares.
No fue para menos. Vázquez Mendoza era señalado como presunto autor del asesinato de un agente especial, quien fue baleado durante una operación encubierta el 30 de junio de 1994 en Glendale, Arizona, dirigida a desarticular una organización encargada de introducir, desde México, narcóticos al territorio estadounidense.
Los reportes internacionales situaban ya a Aguililla como un municipio propicio, por su orografía y posición geográfica, a la producción de marihuana que se movía en cantidades industriales a través de amplias y robustas redes que los grupos criminales tejían para su trasiego.
El dominio del narcotráfico era ya una realidad. El mismo Lázaro Cárdenas Batel, hoy jefe de asesores del Presidente Andrés Manuel López Obrador, lo llegó a palpar en carne propia cuando, en la campaña para buscar ser diputado federal en 1997, fue interceptado por gatilleros y despojado del vehículo donde se transportaba. A los criminales poco les importó que se tratara del nieto del General Lázaro Cárdenas del Río, el héroe nacional que retratan los libros de texto. Quizás ni lo supieron.
Era un dominio tal, que Aguililla llegó a convertirse en cuna de cárteles. Ahí surgió, también en la década de los 90, el Cártel de los Valencia que dirigían Luis y Armando Valencia, quienes después gestaron el Cártel del Milenio, una organización que llegó a introducir el 30 por ciento de la droga que se traficaba desde México a Estados Unidos, de acuerdo con estimaciones de la entonces Procuraduría General de la República (PGR).
Los tentáculos de este grupo criminal llegaban hasta Colombia, donde se le vinculaba con el Cártel de Medellín para el traslado de la droga. De ese tamaño era su poderío, un poderío que fue minado solo a través de un operativo internacional, al cual se denominó del mismo nombre, “Operación Milenio”, a través de la captura de varios de sus líderes y operadores.
A Armando Valencia, capturado en 2003, el entonces Secretario de la Defensa Nacional, Clemente Vega, lo llegó a comparar con Osiel Cárdenas Guillén, líder del Cártel del Golfo, considerado uno de los grupos criminales más violentos en la historia del narcotráfico en el país.
Aguililla es, además, la tierra de Nemesio Oseguera, alias “El Mencho”, líder del CJNG, el cual disputa actualmente el control de la plaza a Cárteles Unidos, cuyo jefe principal Adalberto Fructuoso Comparán Rodríguez – ex presidente municipal por el PRD entre 2008 y 2011 -, fue detenido en marzo de 2021, en Guatemala, acusado del tráfico de más de 500 kilos de metanfetamina de Michoacán a Florida.
Aguililla está pues convertido desde hace varios años en un campo de batalla de los grupos criminales y, ejemplos de esa guerra, hay muchos. Basta recordar a los 13 policías asesinados en una emboscada en el año 2019, o los cinco policías ministeriales abatidos durante un ataque donde les dispararon más de 600 balas en el año 2006, o el asesinato en 2018 del candidato independiente a la alcaldía, Omar Gómez Lucatero.
Con todo y eso, César Valencia – ex priista, ganadero y agricultor – tomó la decisión de competir por la presidencia municipal en las elecciones del año pasado, bajo las siglas del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), y ganó. Sin embargo, en su discurso proselitista e incluso ya como edil, evitaba hablar de sus planes en materia de seguridad. Sabía que hacerlo podía haber sido su sentencia de muerte.
Aún así los criminales, esos que siempre han impuesto su ley en Aguililla, no lo dejaron seguir. El pasado 10 de marzo, al salir de una reunión donde autoridades federales y estatales revisaban la estrategia para tratar de generar un poco de paz en la población, fue ejecutado a balazos por sicarios, a plena luz del día y a escazas cuadras del centro.
El alcalde recibió tres balazos, dos en el pecho y uno en el cuello, calibre .10 milímetros, en un ataque cometido sin ninguna resistencia porque, aunque pareciera increíble de entender, siendo Aguililla una tierra de cárteles, Valencia no llevaba escoltas. Eso también, tal vez sin él saberlo, ya lo había sentenciado a muerte.
Cintillo
Aún no se esclarece el asesinato de Roberto Toledo y esta semana se sumó otra muerte más, la de Armando Linares López, director del portal de noticias Monitor Michoacán y quien mediante un video había denunciado amenazas tras la muerte del primero; ambas ocurridas en Zitácuaro.