Categoría del género y su importancia/Gerardo A. Herrera Pérez
En el texto Investigación feminista. Epistemología, metodología y representaciones sociales, que coordinan Blázquez Graf Norma y otros, se presenta el ensayo “Genero y ciencia: entre la tradición y la transgresión de Lourdes Fernández Ríus. Dicho ensayo permite ofrecer distintas preguntas que cuestionan la participación de la mujer en la ciencia y la existencia de profesiones tradicionales femeninas que son indicativas de la perpetuidad de la cultura del patriarcado, entre otras.
Las sociedades patriarcales se diseñan y organizan a partir de identificar diferencias de los cuerpos y prescriben los valores y normas que habrán de desarrollar desde lo simbólico tanto en la corporalidad del hombre masculino, como la mujer femenina; en esta intencionalidad de observar a lo masculino y femenino como hechos biológicos o naturales, y no como constructos sociales actúa el sistema patriarcal.
Este orden sociocultural configurado sobre la base de la sexualidad, se expresa en cada movimiento, en cada acción que ejecuta lo femenino o lo masculino, es decir, se expresa, se resignifica a través del género. Se hace referencia a una construcción simbólica que integra los atributos asignados a las personas a partir de sexuar el cuerpo.
En ese sentido la diferencia sexual se resignifica socialmente a partir de los binarios (hombre/mujer; femenino/masculino; bueno/malo; pobre/rico; etc.) de diferente índole, dos modelos de vida, dos subjetividades, atributos eróticos, económicos, sociales, culturales, psicológicos, políticos, es decir, dos formas de expresar una realidad, incluso de existir y de sentir, cuando lo que realmente vemos es una diversidad apabullante desde lo social, cultural y sexual, que visto desde la interseccionalidad interpela la realidad de ese binarismo perverso.
Justamente en ese contexto que la “categoría de género” permita comprender las asignaciones y expectativas socioculturales que se construyen por razón de la diferencia sexual: “las actividades y creaciones de las personas, el hacer en el mundo, la intelectualidad y la afectividad, el lenguaje, concepciones, valores, el imaginario, las fantasías los deseos, la identidad, la autopercepción corporal y subjetiva, el sentido de mismidad (también la manera de como observar e interpelar la otredad, dejando de lado la otredad no humano) los bienes materiales y simbólicos, los recursos vitales, el poder, la capacidad para vivir, posición social, estatus, oportunidades, el sentido de la vida y limites propios” (Fernández Ríus 2012, p.80), pero también el sentido de la vida, anclado a una visión antropocéntrica y devastadora con respecto a los otros seres vivos, las plantas y los animales, la propia naturaleza que es resumida a procesos utilitaristas.
Lo femenino está vinculado con la maternidad, a la naturaleza, al acto de engendrar, gestar y parir. Así, desde el patriarcado se estructura la idea del sexo como procreación y deslegitima la sexualidad como placer, y legitimar el aspecto maternal, de dulzura, de amor, de los cuidados para el otro, de la emoción y pasión desde la intuición sin la racionalidad, y desde luego con un mandato natural de ser madre-esposa-ama de casa, la líder de familia y la estructura emocional de familia.
Para la mujer, para lo femenino, su intencionalidad de vida y su tributo al otro (Rita Segato) se orienta a trabajar, pensar, sentir para los demás. Es así que, el amor conyugal y familiar, sostenido fundamentalmente para las mujeres, sin suficiente reciprocidad, la convierte en un pilar de dominación, con las consecuencias de inequidad, sometimiento y control sobre su cuerpo.
Por otro lado, y en ese binarismo, la otredad, se localiza el cuerpo diferenciado por la existencia de un pene, que le da la connotación de hombre biológico y de expresión social y cultural de masculino; su posición es colonizante, la virilidad, la erección y el ejercicio de la sexualidad es placer, rechazara todo aquello que sea débil, intuitivo, ejercerá la homofobia como mecanismo de preservar el mandato de masculinidad, una mandato que legitima la violencia y su participación en el grupo social.
Para el hombre masculino la perfección, el ser eficiente, eficaz, la excelencia en su manejo y fines, la búsqueda del éxito, incluido el lujo, la razón para la comprensión y no la intuición, la dominación, la violencia, el permanentemente estar compitiendo y demostrando su capacidad de fuerza y valor frente incluso a las enfermedades, son en su conjunto los elementos que constituyen la masculinidad.
Justamente es en la realidad social en donde se demostrara, el intelecto, lo cognitivo, el saber, el poder, la solvencia económica, el ser proveedor y su capacidad de resolución en el ámbito público, un espacio por excelencia que resaltan sus atributos.
El masculino excluye de su perfil social la emotividad, la intuición, los afectos, los amaneramientos, las voces chillonas y expresivas de confusión y compasión, pero incluye en ese perfil cultural, la fuerza, la violencia, la agresividad física y psíquica, que se expresa y resignifica en su control físico y de control de las emociones, de los sentimientos, de la sensibilidad, lo vulnerable, buscando la autonomía, pero también expresando su fuerza y legitimidad de los otros miembros de la colectividad, es decir tienen que asumir el mandato de la masculinidad.
Esta forma binaria de ver la realidad social se expresa también en mecanismos de división/exclusión de la propia vida: es decir la existencia de un espacio público y un espacio privado. Mientras que lo público es productivo, remunerado, moderno, de progreso científico y técnico, con movilidad, conectado al comercio, la ganancia, la política, y los asuntos internacionales, globales, existe un espacio privado anclado a lo tradicional, estático, eminentemente reproductivo, conservador, y además no remunerado.
El hombre y lo masculino en lo público deberá impulsar su sabiduría para competir, el poder y demostrar su excelencia, eficacia, racionalidad, será en este espacio donde se reconozca el trabajo remunerado y además de ser medible, visible y tangible.
En tanto el espacio privado de correspondencia a la mujer y lo femenino, en él se desarrolla lo domestico, familiar, el cuidado del otro, los afectos, emociones, la pasión, la reproducción de vida, y es ahí en ese espacio el trabajo no remunerado no medible, no visible, no tangible. Son ellas las que mejor están dotadas para desarrollarse en el ámbito privado. Esta situación las ha excluido históricamente de acceso a la educación, al saber, a la cultura, a la ciencia, al trabajo fuera del hogar y al poder que de ello se deriva, es decir, para lo cual fueron destinadas en lo que se considera una función natural, es decir, es natural y normal que las mujeres femeninas realicen actividades de cuidado para la familia, dentro del hogar.
De esta manera los valores y papeles asignados en este binarismo tienen un reconocimiento social diferenciado, que facilita y fortalece una dicotomía jerarquizante que acentúa la supremacía de lo masculino como valor y convierte lo diferente en desigual. Es aquí el punto cardinal de la cultura patriarcal: las relaciones de poder de género.
Lo masculino es lo supremo frente a lo femenino, el hombre será el dueño del mundo el cual dirigirá, es dueño de la familia, la esposa, los hijos, es decir, será superior, frente a lo inferior la femenina, que será sometido por esa superioridad.
Es en este sentido que el hombre masculino, tiene un mandato social, será el hegemónico y sujetara a la mujer femenina, y lo hará mediante diversos mecanismos: la obtención del placer sexual, procreación, uso de la fuerza de trabajo de la mujer en actividades domésticas no remuneradas, apoyo emocional que refuerza el ego del masculino.
De esta manera la categoría de género, permite reconocer la situación de dominación, de explotación, así como de androcentrismo, de subordinación a la familia y la mujer en el ámbito privado, en la existencia de un mercado desfavorable para la mujer, y de control de los cuerpos de las mujeres, quienes no pueden estar fuera en distintas horas del día, principalmente por la noche.
Por otro lado, las sociedades modernas y la globalización permiten expandir la cultura patriarcal, en la cual la diversidad de formas de ser y estar de la sociedad retomara nuevas formas de explotación y dominación contra la mujer y lo femenino. Pese a ello, no podemos pensar que el género es estático en un mundo patriarcal permanente y longevo, todo lo contrario, se reinventa a través de lo simbólico, la organización social y en un sistema de prácticas que crean lo material y lo espiritual y le dan continuidad en todos los niveles sociales.
Finalmente el patriarcado se impone por la vía del mandato normativo, o bien, a través del consentimiento de imágenes transmitido por diferentes medios electrónicos y de la prensa escrita, la radio y la televisión, por lo que aun cuando se expresa que con la independencia económica esto concluiría, definitivamente esto no es así, porque persiste el control y sometimiento emocional de subordinación de las mujeres. Así la cultura patriarcal produce, reproduce, promueve valores asociados a la distinción y a las distintas formas de segregación de las personas por su sexo, de eso se encargan las diferentes instituciones como la familia, la iglesia, la escuela, los modelos económicos, pero también las distintas formas de deportes, diseños de política públicas, incluidos claro la investigación científica.