Biden sin AMLO
Por casi todos los medios, el presidente norteamericano Joe Biden intentó lograr la presencia del presidente mexicano en la reunión de estos días de la Cumbre de las Américas. Casi, porque el anfitrión se sostuvo en no serlo de los tres países con regímenes apartados de las reglas más elementales de la democracia y del respeto de las libertades: Cuba, Nicaragua y Venezuela.
López Obrador persistió en su postura de que no debe haber exclusiones y, a manera de inconformidad, resolvió excluirse para que sea el canciller Marcelo Ebrard quien lleve la representación del país. La determinación de ambos presidentes es inamovible; en todo caso queda por ver no sólo quién tiene la razón, sino lo que corresponde de acuerdo al interés nacional.
Las posturas de los mandatarios no son iguales. Biden reproduce la visión del conjunto de su país; republicanos y demócratas están de acuerdo. Además, los países democráticos avalarían la exclusión a partir de los valores con la democracia y las libertades políticas. En estricto sentido no son diferencias ideológicas, ni siquiera de valores, sino de simple legalidad. La inexistencia de libertades políticas y de elecciones democráticas son mucho más que desencuentros ideológicos.
La posición de López Obrador es individual, personal. No reproduce consenso alguno; incluso, es posible que el mismo canciller esté en desacuerdo y que el cuerpo diplomático difiera del presidente, quien está solo, pero tiene el poder de decisión. Su compromiso por la inclusión no es congruente, sobre todo si él mismo califica como traidores a la patria a los legisladores que no votan sus iniciativas de ley. Igual ocurre con los críticos, los medios independientes, los jueces y magistrados, las organizaciones civiles, y hasta quienes encabezan los órganos autónomos. A la fiesta de López Obrador no están invitados todos; la exclusión a la vista.
Pero el tema es el interés nacional. En una visión pragmática del tema, nada hay que abone a favor de su ausencia, tampoco ni de establecer una diferendo con sus principales socios y lugar de residencia de millones de mexicanos. Las benditas remesas no vienen de Cuba, Venezuela o Nicaragua, sino de Estados Unidos y Canadá. Igualmente, las relaciones de negocio, comerciales o de inversión.
No se quiere ver el elefante en la sala: la afinidad del presidente con las autocracias. Afortunadamente es una empatía más superficial que sustantiva, más en la visión del poder del autócrata que en lo que realmente sucede. México está lejos, muy lejos de ser Cuba, Venezuela o Nicaragua; y López Obrador, a pesar de sus pulsiones autoritarias, está lejos de ser Nicolás Maduro, Daniel Ortega o Manuel Díaz-Canel.
El presidente piensa que en la Cumbre no se excluyen a presidentes, sino a naciones; y, por ello, deben estar presentes quienes los representan. La tesis no es válida precisamente por la ausencia de elecciones libres y justas. La crisis de representación ocurre porque quienes encabezan esas naciones lo hacen al margen de las reglas que dan cauce a la voluntad popular. Pero no quedan allí las cosas, la represión de la que son objeto los disidentes, la oposición y los ciudadanos independientes demanda sanción. La indiferencia, como la de México, propicia y avala a las dictaduras.
López Obrador no asistirá a la Cumbre. Biden se quedará con las ganas. Al menos López Obrador dice que lo visitará en julio. Por su parte, el gobierno norteamericano hizo la tarea para que asistiera el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro y el de Argentina, Alberto Fernández, así como una estrella de la izquierda latinoamericana, el chileno Gabriel Boric. Los encuentros multilaterales de jefes de gobierno son oportunidad para reafirmar lazos y dar curso sensato a las diferencias. Finalmente, todos está en su derecho a invitar, a asistir o juntarse con quienes le plazca, aunque no debieran ser por decisión personal.
Se equivoca quien piense en represalias, ya el vocero del departamento de Estado señaló que entienden la posición del presidente mexicano y que buscará colaborar con el canciller Ebrard. En todo caso, la ausencia del presidente es una oportunidad perdida para hacer valer constructivamente el liderazgo nacional y los valores de la política exterior mexicana.