Atmósfera inflamable/Julio Santoyo Guerrero
Así como en ciertos espacios y vehículos, en donde la presencia de sustancias volátiles es riesgosa y se indica que deben tenerse cuidados, que hay posibilidades elevadas de que una chispa ocasione una explosión, así debiera advertirse ante la atmósfera nacional inestable que presenta nuestro México.
¡No hagan chispas! Debiera ser la frase más comedida en los tiempos en curso. Jugar con las emociones negativas que se han acrisolado durante una larga cuarentena, que además no se le ve fin, no es nada gracioso. La economía no está bien, hay millones de afectados, muchas familias están sin ingresos; la salud está en juego todos los días, cada vez que la gente sale a la calle es como echarse un volado trágico: o vives o mueres; la inseguridad ha repuntado y la perversidad organizada ha encontrado un terreno abandonado en donde marca territorio con brechas de sangre.
Los difíciles tiempos presentes debieran marcarse como el punto de partida para convocarnos a construir propuestas que contribuyan a superar las dificultades con un ánimo de solidaridad social y fortalecimiento de las instituciones nacionales, de tal manera que la volatilidad de la atmósfera no estalle y nos sepulte a todos entre sus escombros.
Pero ese punto de partida debe presuponer al menos las siguientes condiciones: Apertura, capacidad autocrítica y lenguaje de unidad de la presidencia de la república; disposición de la oposición para priorizar una agenda de alternativas a la múltiple crisis, y; compromiso de la sociedad civil en todos los ámbitos para proponer y realizar acciones.
Los gobernantes y políticos de todos los signos deben en esta hora crítica hacer a un lado las visiones parcelarias alineadas al sólo interés de las facciones. Todos deben buscar y acordar, desde la pluralidad reconocida, sin descalificaciones ideologizadas, esa agenda que trace los medios y fines para que todos los mexicanos nos pongamos en marcha para superar la crisis múltiple que nos afecta. Es la hora de todos los mexicanos, obreros, campesinos, empresarios, estudiantes, comerciantes, artistas, científicos, jóvenes, mujeres, maestros, indígenas, emprendedores. Nadie debe quedar fuera, México necesita de todos. No se puede negar a ninguna de sus partes más que a riesgo de profundizar la crisis.
Con urgencia se debe abandonar el divisionismo. Si desde el poder se está creyendo que azuzar la confrontación clasista es el camino para la transformación -vía que los mexicanos no eligieron el 1 de julio del 18-, se está haciendo una apuesta peligrosa. No dudo para nada en que sí lo puedan lograr porque la confrontación y la violencia siempre serán válvulas eficientes para liberar emociones convulsas. El problema es que de las ruinas que queden poco se podrá construir, los costos materiales serán brutales y los humanos jamás serán recuperados. La confrontación y la violencia sólo dejan sociedades rotas por siglos. Quien enciende hogueras ideológicas termina quemado en ellas.
Los cuadros lúcidos y demócratas del partido gobernante, que los hay en buena cantidad, pero que han hecho mutis ante decisiones erradas y estilos incendiarios de la presidencia, tienen una responsabilidad privilegiada para evitar el agravamiento de la crisis. Ellos saben que la realidad no está en blanco y negro, que los matices son inmensos y que la diversidad es una fortaleza que se debe aprovechar no una amenaza que se debe perseguir. Los contrapesos propositivos internos al propio gobierno son esenciales para reorientar, a partir de la racionalidad política, la ruta que debe seguirse durante la crisis, sin que se siga fracturando el país.
México sigue careciendo de un discurso propositivo de unidad nacional, que por supuesto, reconozca la diversidad económica, social y cultural del país. En cambio sigue prevaleciendo un discurso unidimensional que llama a la confrontación, al odio político y al desprecio por los otros. Ese ideal no representa a todos los mexicanos.
Este discurso es insostenible ya. Las lastimaduras sociales que han dejado muchas de las decisiones económicas, los efectos de una pandemia insuficientemente atendida y la frivolidad del estilo de gobernar, constituyen una atmósfera volátil de grandes riesgos para la gobernabilidad, y que puede acarrear la violencia social. Estamos todavía a tiempo. El liderazgo de México tiene la palabra y la incuestionable responsabilidad de evitar la tragedia.