Apatzingán; gastronomía y lo humano/Gerardo A. Herrera Pérez
Apatzingán: espacio divino, espacio donde las semillas crecen sin necesidad de la mano del hombre, tierra fértil y generosa que produce para el mundo, tierra que nos permite soñar con el mundo que deseamos, cuando de productos de primera calidad y competitivos del campo se trata.
Papaya, mango, plátano, limón, sandía, melón y otros frutos forman parte de la gran diversidad de frutas que se cosechan durante el año para las mesas y el paladar de los hogares del mundo.
También Apatzingán cuenta con rostros generosos, manos vigorosas, cuerpos que trabajan para atender al visitante y entregar los más tradicionales y suculentos platillos, una y otra cenaduría se repiten por doquier, una y otra cenaduría venden prácticamente lo mismo, unas y otras ofrecen manjares, unas y otras se esmeran por ser las mejores.
En muchas ocasiones he venido a Apatzingán, tierra de hombres y mujeres con amor a la vida, con amor a su tierra, con un gran amor a su gastronomía; las familias buscan su identidad en las cenadurías, ahí nos encontramos a los miembros de la colectividad, a los padres, a las madres, a los hijos, niños y niñas. Las cenadurías son atendidas por mujeres en su mayoría, pero en algunas son atendidas también por hombres que destacan por su gusto culinario y por el sazón que aprendieron de sus madres y sus abuelas.
Existe una cenaduría en especial, es la Cenaduria de Licho, una mujer con una gran calidad humana, receptiva, de una hermosa mirada, y un gran gesto de humildad y sencillez, con gran disposición por la atención del cliente; es decir con vocación de servicio. Su fama se extiende de norte a sur, de oriente a poniente y todos llegamos al mismo punto a visitar y saludar a Licho. Licho recibe como el anfitrión que ofrece su casa para disponer del mejor banquete para el familiar que viene de visita. Licho tiene esa gran capacidad de hacer sentir a sus comensales en su casa.
La Cenaduría de Licho, ofrece por las tardes antojitos típicos de la región de la Tierra Caliente, del Valle de Apatzingán; lo mismo una deliciosa morisqueta aderezada con salsa de queso, o de carne, que una tostada de cueritos, o bien de patita de puerco, o la delicia del aguacate. Pero si de diversidad culinaria se trata también ofrece en su menú las enchiladas y tacos dorados, la carne de pollo y de gallina, la cecina, aguas de sabor, tamales y atole.
La hospitalidad que se brinda en la cenadurías es propia de la gente del Valle de Apatzingán, gente proba, de actitud positiva y que sabe compartir sus grandes secretos culinarios con la gente que los visita, propios y extraños se saben atendidos y comprometidos a regresar una y otra vez, saben que ahí estará Licho, saben que los atenderá bien, saben de la calidad de sus productos y del servicio de calidad que brinda.
Apatzingán es pequeño y todos los caminos llevan a Licho, y ahí nos reunimos muchos conocidos, el “Inge Abel y su esposa”, el “arqui Francisco”, “Stefany y Pedro”, ahí saludamos a las familias tradicionales de Apatzingán, ahí se construye cohesión social, ahí logramos identidad, pero también enseñamos a nuestros hijos el valor del saludo y el reconocimiento de lo social, amo Apatzingán, porque me ha dado tanto, amo Apatzingán porque ahí está mi amiga Yolanda y sus familias, esta mi amigo Walter y sus familias, el arqui Carlos, Don Ángel, doña Irma, y muchos otros personas de la vida pública social. Todos los caminos desde cualquier punto llevan a Apatzinga, llevan a la Cenaduría de Licho.