Abanico/Ivette Estrada
Indiferencia, la nueva pandemia
Cuando los muertos se convierten en cifras, los enfermos son desgracias ajenas y el hambre no toca nuestras puertas, es posible que generemos narrativas de indiferencia y alejamiento emocional para disminuir nuestro sentido de vulnerabilidad y miedo. Sin embargo, ese alejamiento autoimpuesto puede incidir en la pérdida abrumadora de compasión.
Covid-19 entonces nos lleva a un contagio muy peligroso y triste, porque la no compasión es una acción contundente de desesperanza y desamor.
“En un mundo huérfano de dioses, la compasión es el vínculo con el otro más complicado e improbable”, asevera con pesadumbre la filósofa Chantall Maillard. La evidencia científica, sin embargo, se contrapone a esta apreciación.
Así, Stephen Trzeciak y Anthony Mazzarelli, científicos de Cooper University Health Care en Nueva Jersey, establecen que cientos de estudios muestran que la compasión conduce a mejores resultados para los pacientes y menores tasas de agotamiento para los médicos.
¿Qué es compasión? paliar el sufrimiento y dolor en los otros. Es decir, configura al amor. Y ninguna vida se escribe sin una referencia sobre él. El amor es lo que nos humaniza y nos permite crear, transformar y vivir. Nos dota de fuerza, ingenio y propósito. Es lo que nos da sentido.
En la cultura occidental amor lo consideramos como un generador del bien, pero olvidamos que el mal también existe y no podemos centrarnos en la luz sin percibir las sombras. En pos de lo positivo, también debemos tratar de minimizar la obscuridad en el otro.
Existe una idea equivocada de la compasión se asume como lástima. Pero lástima no es dignidad o el asumir que todos merecemos lo mejor. La lástima es humillante, no enaltece, denigra. La compasión es respeto. Asumir que el otro pasa por una situación difícil, en la que podemos estar nosotros, y por ende tratamos de ayudarlo a sobrepasar esto.
Compasión es una faceta muy particular de la empatía: asumimos el dolor del otro como nuestro, pero generamos una acción deliberada para minimizar o desvanecer su daño. Es una acción desinteresada de humanismo. No tiene que ver con la posesión de determinados recursos como el tiempo o el dinero para ejercer la compasión, se trata de que el otro deje de ser un ser lejano y se convierta ante nuestros ojos en una persona.
Hay una manera muy sencilla de ejercer la compasión: trata a los otros como te gustaría que te trataran a ti. No se necesita mucho, a veces sólo el tono de la voz, una sonrisa, una percepción menos obtusa y prejuiciosa. Sólo basta tener consciencia de que todos somos uno.
¿Y que nos aporta la compasión?
En una sociedad donde la transacción es común, no resulta rara la pregunta. En la medida en la que nosotros somos capaces de respetar al otro y buscar minimizar su incertidumbre, pena o infortunio, generamos una imagen más positiva de nososros mismos. Es decir, abonamos notablemente a la propia autoestima y a la percepción de que poseemos dones capaces de ayudar al otro.
La filantropía incide en la fortaleza inmunológica y genera mayores grados de concentración, creatividad y racionalidad. Algo más: dota de mayor sentido nuestra propia vida.
Sí. Creemos en el amor, pero desear para los otros el bien también implica que tratemos de minimizar el mal en el otro.