Somos un pueblo sin ley/Mateo Calvillo Paz
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La ciudad o la sociedad se ha convertido en una selva de cemento, con su exuberancia de edificios, palomares de interés social. Sus calles están saturadas de autos encendidos, arrojando humo. Sus habitantes creen que viven en estado de orden y razón, de hecho viven en un estado de impunidad y no de derecho. No manda la ley sino las mañas y el capricho de los individuos. Por supuesto que hay excepciones, por fortuna, si no, la sociedad no podría subsistir. ¡Al diablo las instituciones! Gritó alguien que pretende ser el salvador de México. La actitud que manifiesta no es caso aislado, hay muchos otros que piensan lo mismo y actúan de forma idéntica. La ley ha perdido su papel de rectora de la sociedad, ya no sirve para gran cosa, es como un espanta pájaros que no se respeta. Quienes deben hacer cumplir la ley son los primeros en quebrantarla, los ejemplos son numerosos y conocidos de todos. Las autoridades judiciales que deben aplicar la ley para hacer justicia han traicionado su papel. El que un juez absuelva, como en el caso del michoacanazo no quiere decir que el sujeto sea inocente. Se dan amparos a delincuentes y los más grandes criminales encuentran abogados que los defiendan torciendo la ley escrita. Es una degradación del hombre que debe regirse por su inteligencia y voluntad basada en los principios absolutos. Es un retorno a la jungla en su sentido de reino animal sin normas racionales. En la jungla rige la ley del más fuerte, de la fuerza bruta, instintiva, sin lógica, imprevisible. Genera el caos. Se habla mucho de derechos y del estado de derecho. Es una realidad preocupante, grave, el estado de derecho no existe sino en algunos discursos, lo que explica el reinado de impunidad, injusticia, desorden. Al derrumbarse el edificio de los valores religiosos, morales, filosóficos, ha arrastrado en su caída el código de leyes. Se ha perdido el sentido de la Ley, de su obligatoriedad como un valor absoluto e inviolable. Es el fruto de la tendencia liberal que ha pretendido vaciar la vida de México de la religión y su universo de valores. La ley se apoya en una roca inconmovible, Dios. Dios es justo, busca el bien verdadero, trascendente de los hombres. Es maravilloso, fiel, inmutable, sabio. En último término, es él quien da las leyes a los hombres que él forjó, como el ingeniero que establece el instructivo para el uso de sus inventos. Sus leyes son un encanto, una delicia. La mirada penetrante de la fe permite descubrir la realidad maravillosa de la ley. El Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret presenta la ley de Cristo en el Sermón de la Montaña. Presenta la ley en su claridad y esplendor. Hace descubrir el pensamiento del Antiguo Testamento. Aparece en el cielo de su reflexión un texto sobre la ley, claro, luminoso como la estrella de la tarde, el salmo 119. La ley se ama, se goza, se proclama con entusiasmo. A lo largo del salmo 119, se hace la presentación bella, amable, maravillosa de la ley. Es como el tema que se repite a lo largo de toda la melodía, como el tema muscial que se repite hasta lo infinito del Bolero de Ravel. Otro tema del salmo son los infieles que no obedecen la ley. Esta es una muestra de este precioso salmo: “Tu Palabra es una lámpara para mis pasos, una luz para mis autopistas. Yo he jurado y lo confirmo, guardar tus justas decisiones. En el constante peligro de mi vida no he olvidado tu ley. Los infieles me tendieron una trampa pero yo no me extravío lejos de tus preceptos. Tus edictos son para siempre mi herencia, son el gozo de mi corazón….Yo detesto los corazones divididos y amo tu ley….. Malvados, apártense de mí, yo observaré los mandamientos de mi Dios. Quienes cumplen la ley sólo en los discursos o cuando y como les conviene, en realidad no la cumplen. En la raíz de nuestras crisis es que somos un país sin ley. Para salir del rezago social y de una situación de violencia y tantos males, nos hace falta dar a la ley su lugar. Necesitamos ser personas sensatas y guiar nuestros actos por la ley. En el mundo habrá sabiduría y gozo, avanzaremos seguros hacia nuestro destino definitivo.La ley se ama con entusiasmo, como un valor fabuloso.Salmo 119.