Nudos de la vida común/Lilia Patricia López Vázquez
Navegando en la tempestad
Segunda parte
Nudos de la vida común
“El talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad”.
- Johann Wolfgang Goethe
Hacer un análisis objetivo y completo de nuestra realidad y consistencia interna como empresa es crucial para definir la estrategia más adecuada en el ambiente de negocios incierto y ambiguo al que nos enfrentamos
Muchas veces se considera que el poseer atributos distintos a los de los competidores son suficientes para mantenernos en el mercado. En el lenguaje empresarial le llamamos ventaja competitiva. Sin embargo, la propia connotación de este término es insostenible, pues supone que debemos ganarles el cliente a los competidores. Lejos de enfocarnos en crear valor para los consumidores, nos dirige a buscar formas de rivalizar con otros actores del mercado. La realidad es que cada vez con mayor frecuencia, las relaciones con los competidores son multifacéticas: un competidor puede ser nuestro proveedor o nuestro cliente en una transacción, o bien, nuestro aliado para poder cubrir una demanda específica e incluso, para influir en la transformación de la industria y del mercado.
Las empresas no son entidades independientes del resto del mundo. La pandemia nos dejó como lección el reconocimiento de su interdependencia no solo con el sistema mercantil, sino también con el social y el ambiental. Su función no es extraer valor de los mismos: es crearlo.
Por ello, es necesario que esos atributos que ofrece la empresa al mercado a través de un bien o servicio, produzcan y entreguen valor de manera efectiva y eficiente no solo para los clientes y los usuarios, sino también a todos los involucrados con la empresa, ya sea de manera directa o indirecta. Empleados, proveedores, competidores, vecinos, gobierno, instituciones y el medio ambiente deben encontrar beneficios por la existencia de la empresa, pues son actores que la hacen posible. Se trata de una condición de sostenibilidad: la capacidad de mantener en el tiempo una oferta de valor.
Lo anterior demanda un delicado equilibrio entre todos los elementos de la empresa y las interacciones con su entorno. Esto es una estrategia: la forma en que una empresa puede insertarse en la sociedad creando valor para su comunidad y su medio ambiente.
Así, son varias las preguntas que conviene hacernos para evaluar internamente a la empresa. El producto o servicio que se ofrece ¿resuelve un problema real de sus clientes, de manera digna y honesta? ¿Es la mejor solución posible que se le puede entregar dentro de las restricciones de capacidades y recursos disponibles de todos los involucrados?
La empresa necesita evaluar las capacidades humanas, técnicas y materiales para entregar esa solución óptima al mercado con una rentabilidad justa que compense a los inversionistas considerando el riesgo de su dinero.
Entonces, ¿tiene el personal suficiente en cantidad y calidad para hacer frente tal demanda? La empresa, ¿es capaz de retener a este personal con condiciones laborales que le otorgan una calidad de vida satisfactoria y que le permitan lograr sus objetivos personales? ¿El ambiente de trabajo es digno y motivador? ¿la compañía brinda oportunidades a su gente para que se desarrollen de manera integral? Las personas llegan a la empresa con aptitudes, capacidades y personalidades distintas que representan un potencial que solo llega a desplegarse si la empresa toma a su cargo la tarea de formarlas con una efectiva gestión de talento y la creación de una cultura organizacional sólida.
Los recursos técnicos, en buena medida, están íntimamente ligados con los humanos, pues involucran competencias y habilidades. ¿Se cuenta con el conocimiento profundo del mercado y de la operación del negocio que garantice procesos ágiles y eficientes, a la vez que limpios, amigables con el medio ambiente? La operación de la empresa normalmente concentra la mayor parte de los costos y por ello comúnmente es el factor decisivo de la rentabilidad de la misma. Una operación ineficiente mata valor en algún lado: mermando utilidades, explotando el talento humano, disminuyendo la calidad del bien o servicio producido, desperdiciando materiales o dañando el medio ambiente.
Por último, debemos observar el origen, uso y destino de los materiales utilizados en la operación de la empresa. Los insumos y materias primas ¿son los óptimos para el proceso productivo? ¿están disponibles en la cantidad y tiempos que son necesarios para satisfacer la demanda? ¿son renovables? ¿de dónde provienen? ¿su traslado implica esfuerzos que repercuten en sus costos y en el daño al medio ambiente? ¿cómo son producidos? ¿cuál es su vida útil? ¿qué sucede con ellos cuando ésta termina?
Normalmente, cuando se habla del costo de los materiales, se calcula el precio al cual son adquiridos más los gastos de hacerlos llegar al centro de producción y mantenerlos. Sin embargo, debemos integrar en el costo, el gasto de su regeneración y el impacto que tienen en el medio ambiente. Una materia prima no debe ser tasada únicamente por lo que cuesta producirla, sino que debe integrar los costos del daño o beneficio que pueden tener en la sociedad y en el medio ambiente. Si estos gastos no están siendo considerados, la rentabilidad de la empresa no es producto de la creación de valor, sino por el contrario, está tomando sus ganancias hipotecando una propiedad común de la sociedad, sin pagarla. Esto, sencillamente, no es sostenible.
La reflexión y el análisis de los elementos que hemos comentado hoy como capacidades de la empresa, nos darán un mapa de la realidad interna de la misma. Nos falta aún un ingrediente más por incluir para completar este mapa: la fortaleza financiera de la empresa. A ello dedicaremos la siguiente edición y con ello armaremos este rompecabezas para visualizar el tipo de estrategia óptima para navegar en la tempestad. Les espero.