Las otras mujeres de acero
LÁZARO CÁRDENAS, Mich., 8 de marzo de 2018.- No pertenecen a clubes sociales, no son esposas de algún funcionario público o trabajador minero, no participan en cursos de autosuperación, sin embargo, ellas también viven en Lázaro Cárdenas y diariamente se esfuerzan para sacar a su familia adelante: ellas son migrantes indígenas del estado de Guerrero.
Son las otras mujeres de acero, las que no visten de manera ostentosa, las que carecen de oportunidades para escalar en la pirámide social y que eligieron Lázaro Cárdenas para tener menos carencias que en los pueblos de donde son oriundas y que este día en el que se conmemora la lucha por los derechos de las féminas, vale la pena recordarlas.
Esta ciudad es una zona de inmigrantes, donde constantemente arriban personas de todo el país e incluso de diversos países, sobre todo asiáticos, pero que en particular la población indígena es notoria. A diario se ven mujeres con sus niños a cuestas y con un triciclo en el que venden frituras, raspados de sabores, flores, o en el peor de los casos, pidiendo limosna para sobrevivir.
En el caso de doña Rosa, una mujer indígena que apenas habla español, originaria de Tlapa, un lugar en la sierra de Guerrero, de 34 años, que aparenta al menos otros cinco años más, con la piel quemada por el sol, diariamente acude con su triciclo a un costado del Hospital General donde vende sus chicharrones y diablitos a los acalorados clientes que tienen que pasar horas en el centro hospitalario.
Su fiel acompañante es su bebé, de apenas un año y cuatro meses, quien duerme en la parte baja del vehículo de tres ruedas en el que vende su mercancía. Sus otras dos hijas van a la escuela primaria y su esposo vende también raspados en otro punto de la ciudad. Dice que es preferible ser una vendedora ambulante en este municipio a trabajar en su pueblo, donde les pagan 70 pesos por ayudar en el campo durante casi 12 horas diarias.
Esta es solo la historia de una mujer, de una familia indígena migrante del estado vecino de Guerrero, de las que hay cientos qué contar en este puerto que va en crecimiento, en el que no se cuenta con un censo de este grupo para poder ayudar esas familias, a esas mujeres que todos los días luchan y que pasan inadvertidas por no pertenecer a la élite social.