Catrinas, el arte que sobrevive a la pandemia
MORELIA, Mich., 18 de octubre de 2020.- Es octubre y, pese a la pandemia de coronavirus (Covid 19), que ha orillado a la suspensión de eventos masivos, en la tenencia moreliana de Capula asoman las tradicionales catrinas de barro, de entre las manos de sus artesanos.
Las vicisitudes de la vida de los artesanos, la baja en las ventas por la ausencia de turistas, la falta de programas que apoyen al sector y las necesidades de la familia, que no cesan, acompañan a los creadores en su diario trabajo con el barro y el horno, de donde emergen las piezas que maravillan al mundo.
En su pequeño taller, ubicado al fondo de su hogar, en la tenencia moreliana de Capula, Carlos Ayala Reyes elabora una catrina de barro, una obra de pequeñas dimensiones y líneas sencillas que parece nacer de entre sus manos, la arcilla y las piedras por acción de arcanos secretos.
Sin embargo, la vida del artesano, refiere Carlos Ayala, tiene poco de magia y mucho de preocupaciones, desde la preparación de obras, la venta de las mismas, la organización del gremio, la búsqueda de apoyos, hasta la manutención de sus seres queridos.
“En estas mesas nos reunimos y no sólo somos artesanos, somos analistas que todos los días tratan de cambiar el mundo, aunque luego lleguemos a la casa y la señora nos regañe”, dice, con una sonrisa y mientras da forma a la vestimenta de la catrina, una indígena que en un rebozo lleva a su pequeño hijo.
Carlos Ayala moldea la arcilla, la introduce en un recipiente pétreo y el cuerpo de la catrina aparece, para recibir los detalles de su mandil de los dedos del artesano.
“Me tardo como una hora en hacer una pieza pequeña, sencilla, un personaje, en un día puedo hacer cinco de estas piezas, que vendo a 70 u 80 pesos cada una”, indica.
Pero las estimaciones de las ganancias son inciertas: es preciso que todas las piezas sobrevivan el proceso en el horno (“a veces se rompen”), que tenga compradores para cada una y que estos estén dispuestos a pagar el precio que pide.
Porque siempre hay quienes regatean, quienes buscan una rebaja de 10 o 20 pesos, quienes ofrecen llevar varios productos a un coste menor que el unitario.
“Lo que gano por la venta de las artesanías se divide en tres: el costo de mi trabajo, el costo de los materiales y el costo de los terminados, la pintura y la decoración, que normalmente hace mi esposa, y si tuviera un negocio, tendría que dejar también lo del local, la renta, los servicios; al final, de una pieza de 70 pesos me quedan poco más de 30 pesos para mí”, explica.
Cuestiona las políticas gubernamentales y las iniciativas orientadas a impulsar el comercio electrónico, ya que, lo que en principio pudiera parecer una buena alternativa ante la ausencia de turistas y eventos como ferias, tianguis y concursos artesanales, enfrenta en la práctica múltiples escollos.
“Muchos no saben leer, la mayoría son personas mayores, que están muy apegados a los procesos que les enseñaron sus ancestros, le venden sus piezas a gente que conocen, así que es difícil que acepten nuevas formas de comercializar y promocionar”, reconoce Ayala Reyes.
Lo que más pesa es la urgencia de atender los requerimientos diarios: la comida, los servicios, los gastos de los hijos, la atención médica, los materiales, entre otros gastos que no esperan.
En tanto dialoga, Carlos Reyes termina la catrina, elabora sus trenzas, su rebozo, los detalles de sus manos y el rostro del bebé que reposa en su seno, lista para ingresar al horno y ser decorada para cobrar vida.