El Hoyo, una metáfora que nos recuerda la realidad actual: el Covid 19
MORELIA, Mich., 9 de abril de 2020.- La frase "los últimos serán los primeros" está lejos de ser la línea de la película española El Hoyo (2019), dirigida por Galde Gaztelu-Urrutia, filme que muestra una forma diferente de aislamiento a través de una cárcel vertical, y un tipo de tortura, un tanto azarosa, donde los confinados escalan o se hunden.
De dos en dos y por niveles, son confinados los residentes de tan peculiar lugar, pero también hay algunos que entran por voluntad propia para conseguir algún beneficio personal. Así entra Goreng, un hombre que elige como objeto personal un libro, y que solo permanecerá por seis meses. Lo que no sabe es que ese tiempo es una eternidad.
La película abre con el diálogo de este hombre y su compañero de celda, Trimagasi. El primero quiere ponerse al día con el lugar; como recién llegado tiene dudas a las cuales poco ayudan las respuestas de Trimagasi, un hombre mayor que está cerca de cumplir un año ahí y que ya se las sabe de todas todas, aunque ofrece poca información al recién llegado.
La comida es, en el sentido más estricto y literal, el centro de este filme. Pero como en todo, hay reglas, las cuales no son claras y se van aprendiendo de manera dura a lo largo del encierro, del cual se sabe poco; no hay guardias pero sí un primer nivel, el cero, y uno desconocido, a donde ya no llega la comida y la situación, como es de imaginarse, rebasa los límites de la cordura.
Son minutos los que tienen los confinados de cada nivel, para poder hacerse de algo de comida, la cual baja en una plataforma al centro de esta distópica cárcel, y en cuanto más abajo, más difícil y violento se hace el panorama por la escasez de alimentos, donde prima comer a costa de todo.
La fotografía ayuda mucho a que la atmósfera sea fría e indiferente, donde cada quien anda a la suya en medio de ese encierro al que se le deben aprender rápidamente las reglas, que sabe a distanciamiento, a miedo, a locura a egoísmo y a una evidente falta de solidaridad, porque cada quien debe rascarse con sus propias uñas, o lo que lleve a la mano.
En apariencia, ese modelo de cárcel asemeja a una sociedad actual, contemporánea, donde el nivel importa, el estatus en este caso lo da la comida, y la manera de asegurarse un buen banquete es situarse en los primeros niveles. De alguna manera, un tanto inmoral, los privilegios están en la parte de arriba, donde el acceso a la comida está garantizado y conforme los niveles van descendiendo, como una escala social, se va acabando el alimento hasta los confines, donde la violencia es una constante.
Pero también ese confinamiento, guardando las distancias, recuerda a lo que se debe vivir ahora: un encierro obligado por una pandemia, donde algo primordial es asegurarse la comida.
Los niveles son otorgados por el privilegio de tener o no acceso a poder quedarse en casa con todo resuelto, y éste se va reduciendo conforme van a la baja y se llega a los últimos estratos: salir a las calles para trabajar con los riesgos de la pandemia, porque la posibilidad de no tener qué llevarse a la boca no es negociable.
El tiempo dirá qué tan parecido es El Hoyo a esta realidad que comienza a rebasar la ficción.