Entre gritos y aplausos se presenta Delirium Pollum en el Teatro Ocampo
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MORELIA, Mich., 21 de abril de 2016.- La entrevista con la actriz principal de la obra se había cancelado por segunda vez, razones de logística, argumentaron.
Mientras comenzaba la función, el teatro también esperaba y decenas de niños lo hacían por fuera también. Detrás del telón escénico se escuchaban los últimos arreglos en la escenografía; pasos de aquí para allá y algunos golpeteos evidenciaban la prisa por terminar.
“Ya son las seis, ¿ya podemos dejar entrar a los niños?” pregunta una de las organizadoras al staff en escenario y en controles técnicos, abajo nadie contesta, arriba indican que todo bien. Así que hileras de niños entran y se acomodan en los sillones del Teatro Ocampo, se preparan para ver la puesta en escena “Delirium Pollum”.
La parte principal del teatro se llena rápidamente: niños uniformados, niños chiquitos, niños grandes, niños de todos sabores y colores, y muchos papás.
A las 6:28 suena la tercera llamada y empieza la música. Del público sale un personaje, una payasa que, como parte de la obra, interactuar con el público.
Ríen con ella y le aplauden, pide silencio y desaparece tras el telón. Pasado un minuto o dos se abre el telón. Una mesa roja, una puerta azul y una bañera roja integran el espacio escénico. Aparece la payasa y los niños ríen por sus ocurrencias, hay un diálogo de señas, de mímica. Los únicos sonidos son la música circense de fondo y efectos especiales. Así transcurren varios minutos, en los que los niños y adultos ríen y gritan.
De pronto ella, el personaje, está frente a mí, me extiende una mano sonriendo, invitándome a pasar al escenario, y entiendo que en ese momento paso de ser un espectador que hace una crónica a un actor más del espectáculo. Me guía hasta el escenario y me pide con señas que use una bomba destapacaños y la use en la bañera, así que mientras trato de actuar como si trabajara con el caño de la bañera, ella me coquetea, se coloca la parte de goma de otro destapacaños y me pide con señas que no pare. Pasan pocos minutos hasta que dejo de hacer eso.
El personaje me da la mano y me invita a bailar, mientras me lleva a la puerta azul, donde un par de manos hacen las veces de unas esposas. Se cubre los ojos y toma varias bombas con la intención de lanzármelas como si fueran cuchillas. Al final termina tapándomelos a mí y siento que lanza las bombas que se quedan pegadas en la puerta azul.
La gente grita, ríe, se carcajea, mientras yo, con los ojos tapados, sólo puedo imaginar algún golpe por errar el tino. Sólo siento el aire cuando pasan las bombas destapacaños y escucho el ruido cuando se adhieren a la puerta.
Al terminar el momento, me quita la venda de los ojos y la gente aplaude, me despide a mi asiento, pero antes me da una paleta payaso para el “susto”.
El espectáculo escénico dura alrededor de una hora, tiempo en el que grandes y chicos ríen e imaginan, y tiempo también, en el que algún incauto reportero cae en la trampa de ser parte del espectáculo.