Intensa Pasión de Cristo en el Atrio de los Olivos de Tzintzuntzan
TZINTZUNTZAN, Mich., 15 de abril de 2022.- El Atrio de los Olivos se ha poblado, una vez más, como desde los primeros días de la conquista espiritual católica. Desde muy temprano, penitentes con grilletes sujetos a sus pies recorren el gran escenario, pidiendo limosna, mientras llega la hora del juicio que condenará a Jesús de Nazaret, en quien los romanos no veían más que a un loco deschavetado que se creía rey, pero a quien la jerarquía religiosa judía veía como una amenaza real a su poder, por lo potente que ya entonces resultaba la novedad de su mensaje de amor y paz.
La conmemoración de este año, a decir del párroco del lugar, tiene una chispa emotiva especial, tras dos años de pandemia y en medio de un clima de violencia que no cesa, y daría cuenta de una acentuada devoción que se aprecia en cada par de ojos que se posa sobre la imagen del Santo Entierro que, para otros, fuera de este credo, no es más que una simple figura de pasta de caña de maíz.
El atrio va colmándose con familias enteras que han traído tapetes y carriolas, hieleras y fruta, preparados para gastar su día ante la carcasa de los olivos que habrían sido plantados por el mismísimo Vasco de Quiroga, de quien la historia oficial acostumbró a inflar sus méritos.
Durante la representación del juicio, el cuadro de actores recordará aquellos pasajes clave, como el lavado de manos del gobernador romano de la provincia de Judea, Poncho Pilatos, quien no encuentra culpa, y menos aún, causa para otorgar sentencia de muerte al judío que se proclama el mesías esperado, el hijo de dios y otras nada evidentes cualidades, por lo que concluye que no es más que un loco.
El Sanedrín, que ya veía la efervescencia que Jesús provocaba, insistirá hasta que el gobernador concede a regañadientes la sentencia para que el personaje bíblico sea colgado junto a dos célebres ladrones.
El joven actor que encarna a Cristo hará una soberbia representación, sin salir de su papel un solo instante, ante la mirada atónita de cientos, miles, de espectadores abrumados por tanto dolor y sufrimiento que recorren el atrio del antiguo Convento de Santa Ana.
En la esquelética estructura de lo que fue el hospital de indios se refugian los penitentes de grilletes, y hacen oración los otros, los penitentes que azotarán sus espaldas con correas terminadas en puntas de clavos, una vez caiga la noche, para así pagar mandas por faltas cometidas al decálogo u otra disposición moral de la religión a la que se abrazan más de dos mil 500 millones de seres humanos.