La familia y el árbol/Julio Santoyo Guerrero
Un día antes había llovido tanto que los caminos, si no aparecía el sol, serían intransitables por los escurrimientos y el lodo que se ha habían formado. Era normal, en estas partes de la sierra de Madero los aguaceros se precipitan con singular energía, como queriendo descargar de una sólo vez toda la fuerza regenerativa del agua, como retando a los cañones antigranizo, que a decir de los pobladores serranos, cada vez que truenan se esfuman las nubes que la portan.
Ahí estaba el campo, verde aterciopelado, limpio y enmarcado por los centenarios árboles que han acompañado la vida de los pobladores de esta comunidad, que ansiosa esperaba a cientos de invitados de las comunidades, ejidos de Madero Acuitzio y sur de Morelia y comunidad indígena de Etucuaro. Este sería el punto de encuentro para celebrar, con un acto de conciencia social, la comunión en torno a la preocupación más grande que han tenido estos pueblos en los últimos años: la destrucción de sus bosques y sus aguas.
Como si el clima, esa expresión impredecible de la naturaleza, del que se dice que basta el aleteo de una mariposa para tornarlo tempestad o apacible, se hubiera alineado con los oportunos zigzagueos de los insectos, los suspiros de las aves y los ruegos humanos, para conceder el mejor de los tiempos. Como sacado de un cuento los caminos fueron secados por un suave sol que presidió el arribo de familias venidas de pueblitos recónditos de Madero.
En pocos minutos ahí estaban congregadas más de ochocientas personas que con sus modestos recursos habían atendido la invitación del Consejo Promotor del Área Natural Protegida Madero-Morelia Acuitzio y amigos solidarios con la causa de los bosques y las aguas. A través de sus representantes estos pueblos le habían propuesto al gobierno estatal la realización del Día del Árbol en la comunidad de San Pedro, con el propósito de afirmar la convicción ambiental de los lugareños y contrastar la terrible realidad de nuestro bosques en proceso de exterminio por el avance arrollador de las huertas aguacateras.
La presencia entusiasta de niños, mujeres, hombres, jóvenes y ancianos hizo la diferencia y le otorgó colorido a una celebración que suele estar desprovista del interés de los ciudadanos. Quienes participan en estos municipios de este proyecto de Área Natural Protegida lo están haciendo porque los atormenta una realidad lacerante, el desmonte feroz, la erosión de las tierras, la pérdida letal de aguas, la extinción de ecosistemas, la blitzkrieg aguacatera, y con ello la pérdida de su sentido de pertenencia económica y cultural.
Las estadísticas, que son anuncios de muerte, son escalofriantes. En 20 años Madero perdió el 87% de sus bosques de encino, -árbol que infiltra la mayor cantidad de agua al subsuelo-, el 24.8% de sus pinos y el 35.7 % de su bosque mesófilo de montaña. Como dantesca consecuencia en 10 años Madero acumuló un 35 % de su territorio bajo la condición de aridez. Más de 11 molinos de residuales -según corrigen quienes sí saben de esto-, hablan con elocuencia del proceso ilegal de exterminio de árboles, cuando lo que queda de los bosques de Madero sólo da para 2.
Cualquier maderense, acuitzense o del sur de Morelia, te repite cual mantra de ignominia, "a donde quiera que veas sólo mirarás huertas de aguacate". Con nostalgia te dirán, como lo dicen en San Pedro, en Nieves, en Loma Caliente, en Umecuaro, en Etucuaro, en Piumo, Ucaciro, Acatén, en Ziparapio el Alto, "hasta hace pocos años los bosques eran tan densos que caminabas y caminabas y el sol no te pegaba en la cara".
La fiesta del árbol no era entonces una formalidad oficial, acá es y debe ser una celebración permanente. Una celebración sentida, que tal vez muchos no comprendan porque no alcanzan a entender qué tan cerca está un árbol de su vida diaria y de las esperanzas de vida de su familia, de sus hijos, de sus pueblos. La mayoría de los maderenses, de mucha gente de Acuitzio y del Sur de Morelia, podrían no haber sabido que se celebraba el día del árbol, pero todos sí saben que un árbol menos es un día menos de vida, que un bosque desaparecido es el preludio para la desaparición de una ranchería, un pueblo o una ciudad.
Por eso desde San Pedro las familias celebraron con aplausos la solicitud al gobierno de Michoacán para que a su vez solicite al Ejecutivo Federal la aplicación del artículo 41 de la Ley de Aguas Nacionales, para declarar la veda total o parcial de aguas, según sea el caso, en dos microcuencas, la del sur de Morelia constituida por Nieves, Umecuaro, Loma Caliente, Tirio, y la formada en Madero por San Pedro, Ziparapio el Alto, Porúas, Villa Madero, Etucuaro, Santas Marías, Piumo y el Ahijadero. Si no se toma esta decisión, el arrollador avance de las huertas aguacateras y su infinita sed de acaparamiento de agua y destrucción de cuerpos de agua, será desastroso para cientos de miles de personas en ambas cuencas. Por eso las familias asistentes a la fiesta del árbol en San Pedro se identifican con el llamado a los dueños de bosques y por supuesto al gobierno para que establezcamos urgentemente el estándar de Cero Tolerancia al Cambio de Uso de Suelo, por el establecimiento de la Norma Ambiental del Aguacate Michoacano, por el establecimiento de un sistema de monitoreo permanente a predios incendiados para obligar a su reforestación.
Fue entonces una fiesta de familias que refrendaron su decisión para cuidar los bosques y con empeño amoroso plantaron árboles por horas y asumieron que el destino regional está en la existencia y recuperación de bosques y aguas. No fue un acto oficial cualquiera, más que eso fue un acto de empoderamiento de las comunidades de Madero, Morelia y Acuitzio que están construyendo un Área Natural Protegida para decir basta a quienes destruyen el medio ambiente.