Claroscuros/José Luis Ortega Vidal
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Al concluir las mal llamadas pre-campañas de aspirantes a la Presidencia de la República y nueve gubernaturas entre las que sobresale la de Veracruz, lo único que ha quedado fijo es que no hay nada fijo...
Me refiero a las preferencias electorales.
Y es que si bien la mayor parte de las encuestas dadas a conocer entre la 2a quincena de enero y la 1a de febrero colocan como puntero para suceder a Enrique Peña Nieto al ya oficialmente candidato de MORENA/PT/PES Andrés Manuel López Obrador, en el segundo sitio de las preferencias a Ricardo Anaya Cortés de la alianza PAN/PRD/MC y en el último lugar de los momios a José Antonio Meade Kuribeña del PRI/PVEM/PANAL, estamos ante retratos momentáneos, cambiantes día con día y cuyos resultados finales son impredecibles.
Sumado ello a que faltan cuatro meses y medio para el domingo clave, el primero de julio, nada está definido entonces salvo el hecho de que nada está definido…
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El anterior juego de palabras alude al fondo de la competencia electoral, a la substancia que debe caracterizar todo proceso de cambio, de ajuste institucional en una sociedad democrática cuyo futuro está de por medio.
Cuando un país ha madurado en sus estructuras gubernamentales, en el desarrollo económico, de justicia, educativo, de salud pública, en su espectro de derechos humanos debidamente apuntalados, un proceso electoral apunta hacia la continuidad sin importar que en la boleta se coloquen tendencias hacia el pensamiento de izquierda, de derecha o del centro.
El elector tomará parte de un proceso realmente democrático y con opciones que podrá diferenciar a partir de los resultados que lo benefician como ciudadano.
Si hay consecuencias negativas a posteriori tendrán su origen en elementos propios de la democracia que no es perfecta sino perfectible pero no en la ausencia de democracia, lo cual es distinto.
No es lo mismo equivocarse en el paso a dar para una mejor construcción social que el suicidio político.
Si hay democracia y desarrollo un proceso electoral representa una fiesta ciudadana para elegir a quien pueda encabezar a los votantes hacia más desarrollo y una convivencia política cada vez más inteligente y cooperativa.
Los objetivos generales están cumplidos: democracia, desarrollo social, justicia.
Ahora se va por los objetivos específicos: avanzar en temas de estabilidad macroeconómica, la generación permanente y obligada de impulso microeconómico o repartición justa de la riqueza, por la eliminación o disminución de condiciones de corrupción, impunidad, opacidad, etcétera.
Dado que en México padecemos una realidad exactamente contraria a la descrita nuestros comicios del 2018 reclaman una base argumentativa de gran calado histórico, la presentación de un programa de trabajo y la descripción de políticas viables, razonables, con las cuales nuestros candidatos y candidatas se deben comprometer frente a la realidad socialmente cruda, institucionalmente partida en dos o más pedazos y económicamente mezquina e ineficaz que padece el país.
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Políticamente José Antonio Meade Kuribeña representa el dedazo histórico que sepultó las alternativas democráticas del país en el siglo XX y lo que va del XXI: el del PRI.
Políticamente el candidato del PRI/PVEM/PANAL es un aspirante débil porque no es un aspirante…
Su figura creada por (el presidente) Enrique Peña Nieto es producto de una imposición: la que poderes facciosos de las finanzas, la macroeconomía, el clero, las fuerzas armadas, et al, le determinaron al propio (dicho a secas) Peña Nieto.
Económicamente, la perspectiva del ciudadano que no es militante del PRI -sinónimo de corrupción- pero requiere los votos duros del PRI, que cuenta con una gran trayectoria académica y de servicio público y solicita los votos ciudadanos que chocan contra el lastre priísta, es la de un neoliberal puro amarrado por el traje de un aspirante ambiguo.
Si el neoliberalismo económico de México nos ha llevado a un 2.1 de crecimiento del PIB en el año 2017, a cuatro años de instauradas las Reformas Estructurales ¿Por qué confiar en Meade?
Dicho de otro modo, aunque el señor Kuribeña sea un hombre “honesto”: ¿Cómo creer que su paso -dos veces- por la Secretaria de Hacienda contribuyó al mejoramiento de la realidad económica macro y micro de México?
Hay más pobres en unas partes del país, la misma cantidad en otras y una disminución de pobreza en algunas más.
Empero la pobreza sigue ahí como un cáncer que no cesa a un siglo de la Revolución que se propuso acabar con ella desde la vía armada y lo intentó convertida en instituciones para fracasar en ambos casos.
Hay mejorías en la macroeconomía pero dependemos cada vez más de la inversión extranjera, somos un país que mantiene su condición de maquilador y desde Estados Unidos y sobre todo Canadá se defiende la mejoría social y la justicia laboral de nuestra clase trabajadora.
Para el gobierno mexicano y los empresarios cuya riqueza depende en buena medida de los servicios y ventas al Estado, mantener el salario mínimo a poco más de 4 dólares diarios “resulta estrictamente necesario para mantener la estabilidad macroeconómica”.
Detrás de tal realidad están la figura del “honesto” José Antonio Meade Kuribeña, el alza a la gasolina, la tortilla inalcanzable, la falta de empleos y las remesas como camino a la sobrevivencia de millones de mexicanos.
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Políticamente hablando Andrés Manuel Lopez Obrador representa un dedazo histórico que ayudó a sepultar las alternativas democráticas del país en el siglo XX y y lo que va del XXI: el suyo.
Políticamente el candidato de MORENA/PT/PES es un aspirante fuerte porque no es un aspirante sino el catalizador de una realidad socialmente cruda, institucionalmente partida en dos o más pedazos y económicamente mezquina e ineficaz que padece México.
El sesgo de preferencias electorales que marcan las encuestas elaboradas hasta hoy a nivel nacional parten -entre otros- de dos elementos clave: AMLO es apoyado por potenciales votantes molestos, enojados, indignados contra el robo de su futuro, sin importar que tal robo lo hayan cometido políticos corruptos u “honestos”, de derecha o de izquierda, afines al neoliberalismo o a la vuelta macroeconómica de modelos históricamente agotados.
El ciudadano, la ciudadana, se sienten frustrados con mucha razón y buscan al que se las hizo, al que se las pague y a un juez que los castigue.
Si la población en general entendiera de elementos macroeconómicos sabría que ante los defectos del modelo neoliberal podemos anteponer los defectos del modelo de economía mixta que propone AMLO y que ambos conducen a sendos fracasos.
Empero, en este momento, en febrero del 2018, la población en general busca un verdugo antes que exigir un presidente.
Puestas las cosas en la balanza: a la mayoría de votantes no parecer importarles que AMLO haga alianzas con Elba Esther Gordillo, Napoleón Urrutia y un amplio grupo de personas de oscuro pasado que provienen -como él- de un origen priista y en algunos casos de las catacumbas del partido tricolor.
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Políticamente hablando Ricardo Anaya Cortés representa al Maquiavelo, al Fouché que todos llevamos dentro, sólo que no todos aspiramos o hemos llegado a un paso de la presidencia del país.
Políticamente el candidato del PAN/PRD/MC nos demuestra que el poder no es un ejercicio de inocentes pero su imagen se derrumba cuando desconoce que la guerra es el arte del engaño, como lo razonó Sun Tzu, célebre general y pensador chino de la antigüedad.
Económicamente Ricardo Anaya Cortés va por la continuidad del modelo neoliberal que abiertamente defiende Meade Kuribeña sólo que Anaya Cortés pretende infructuosamente ocultar su verdadero Yo: el acusado de ser una maravilla para la corrupción, el boxeador excelente en el intercambio de golpes en corto -Margarita Zavala da testimonio al respecto- pero pésimo en el manejo de las piernas -cantar y trasladar a sus hijos de las escuelas en Estados Unidos a centros educativos en el país no ha sido una estrategia suficiente sino hipócrita- por lo cual requerirá el auxilio del PRI, de Peña Nieto y de los poderes fácticos detrás suyo para ganar, en el caso de que el barco llamado Meade Kuribeña termine por hundirse.
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Hemos vivido campañas disfrazadas de pre-campañas que no abonan a la democracia, que no exponen nada substancial, que han exhibido por todas partes el deseo de arribar al poder por el poder, que colocan a México ante la terrible imagen del espejo: la de un país subdesarrollado, sumido en la corrupción. Impunidad, opacidad, violación cotidiana de los derechos humanos, con daños estructurales irreparables desde cualquiera de los asomos de propuestas anodinas ofrecidas por los candidatos; sangrante, cansado, aburrido, víctima de la hediondez del poder, del daño que la partidocracia provoca en nuestros ojos y oídos y en nuestra inteligencia, retrasado en el contexto de la historia mundial, empeñado en deshacerse de sus riquísimos recursos naturales y humanos, suicida, sumido en una guerra civil gestada por el Estado y disfrazada por éste como una lucha contra la delincuencia organizada.
La guerra con más de 200 mil muertos es parte de la estrategia de los grupos en el poder para perpetuarse allí.
Se arrojan cadáveres uno al otro.
Los delincuencia de cuello blanco se esconden detrás de los zetas, del cjng, del cartel del golfo, el de Sinaloa y anexas.
Añadamos: el 2018 y su proceso electoral también muestran un México víctima de su propia indiferencia democrática, de su falta de madurez como sociedad civil, de su conformismo e indiferencia política.
2018: han concluido las pre-campañas vergonzosamente patéticas.
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Los aspirantes a las gubernaturas merecen análisis aparte.