Tras bambalinas/Jorge Octavio Ochoa
México, una aldea ingobernable en medio de la voracidad política
Por Jorge Octavio Ochoa. Dusseldorf, Alemania. 6 de agosto.- Visto a la distancia y comparado con la civilidad que se respira en estos lares, tristemente podemos decir que México parece un país bárbaro, sometido al apetito voraz de poder de nuestros políticos.
Proclives a la corrupción, el orden y el apego a la ley nos parece algo tan lejano y tan distante, que nos hace casi imposible tratar de comparar uno y otro sistema de gobierno por el retraso en el que nos encontramos.
El hallazgo de una fosa con 14 cadáveres en Zacatecas y de un campo de entrenamiento para narcos en Tamaulipas, nos pinta como el México bárbaro de antaño, incapaz de crecer con equidad y justicia, ni mucho menos de imponer la ley.
El secreto pareciera simple: el sistema de reparto del poder, pero resulta que, para empezar, por acá no hay tanto partido basura y los que existen, sí representan a una verdadera ciudadanía y no son simulaciones.
Vemos en las noticias, que en México hablan de “fuerzas democráticas que tienen que unir fuerzas con la sociedad civil para sacar al PRI y a sus aliados del poder”, pero la afirmación está basada en una serie de mentiras.
Ni son democráticas, ni les interesa tomar en cuenta a la sociedad y no buscan sacar al PRI con sus aliados porque esos que afirman tal cosas, forman o formaron parte de lo mismo y han sido parte del fracaso de gobierno en muchos estados de la República.
PAN, PRD, PT, PVEM y MORENA han sido gobiernos fallidos en alguno de los tres niveles y todos, sin excepción, cayeron en la tentación o en la ineptitud, dejando la plaza –en el mejor de los casos- al crimen organizado. Otros, se amafiaron.
El PT lo hizo en Metepec, Estado de México; Morena, en Tláhuac; PRD en Guerrero; PAN en Sonora. No son diferentes a lo que criticaban. Es más, aprendieron pronto las andanzas del PRI.
En la ciudad de México, por ejemplo, el PRD se montó en las estructuras priistas para administrar a los grupos delincuenciales que controlan el ambulantaje, el transporte público, el contrabando, la venta ilegal, la invasión de predios.
Son rémoras que alimentan sus manifestaciones y movilizaciones con carne de cañón; con gente que no sabe ni por qué ni para qué está ahí, parada en una plaza pública cargando pancartas.
En lo único que tienen razón, es cuando hablan del hartazgo de la ciudadanía. Efectivamente, ya no los soportamos; nos salen muy caros y es preferible que se repartan el poder en gobiernos de coalición a que nos sigan esquilmando por todos lados.
Hablan de un “viejo sistema autoritario” cuando ellos mismos saben que el PRI no puede siquiera imponer la ley porque no tiene autoridad moral para hacerlo y a cada paso que da todos gritan ¡Al ladrón! ¡Al ladrón!
Son de la misma calaña, el mismo patrón de conducta, el mismo modus operandi para enriquecerse todos juntos, perdonándose las culpas e intercambiando delincuentes: los Abarca, los Duarte, los Aguirre, los Torre Blanca, los Ebrard.
Las consecuencias de sus actos repercuten luego de generaciones. El caso más reciente: Tláhuac, donde la guerrilla urbana se mezcló entre la sociedad y con el crimen organizado. Dos policías federales incinerados vivos hoy resurgen como fantasmas.
Nuestra sociedad se ha infectado. Pueblos enteros confunden lo bueno y lo malo entre disputas sangrientas que muestran una bestialidad sin límites, desollándose vivos, en la pugna por los territorios.
La Familia Michoacana vivió hace pocos meses la purga de dos de sus integrantes, cuando pretendieron tomar territorios de Guerrero hasta que fueron enfrentados por las llamadas autodefensas.
En esos niveles se vale todo y la lucha se da cuerpo a cuerpo, con el puñal y los machetes en la mano. Priva el desgobierno, porque son los propios partidos los que contaminan, inyectan veneno y provocan los actos de linchamiento.
Luego se oponen a la entrada de las Fuerzas Armadas porque, dicen, hay pretensiones de militarización cuando lo cierto es que sólo buscan proteger negocios personales o de grupo. ¿Nunca se ha preguntado usted por qué ya no secuestran políticos en México?
A México se le cierran los espacios. Los mandos militares empiezan también a cansarse de tanta estupidez. ¡Cuidado! No vayamos a vivir una involución, como Venezuela.
Acá, en Alemania, existen cuatro fuerzas políticas con representación en el parlamento (Bundestag): la Unión —que incluye a la Unión Demócrata Cristiana (Christlich-Demokratische Union, CDU) y la Unión Social Cristiana (Christlich-Soziale Union, CSU, que sólo existe en Baviera)—, de centro-derecha.
El Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD), de centro-izquierda; el partido La Izquierda (Die Linke), poscomunista; y Alianza 90/Los Verdes (Bündnis 90 / Die Grünen), ecologista y liberal de izquierdas.
Para tener representación en el Congreso requieren al menos del 5% del total de los votos. Ese sólo dato es lo que ha dado estabilidad a su sistema político. La sociedad no paga con sus impuestos la existencia de partiditos basura que son negocios de familia.
Acá son 5 partidos que aglutinan dentro de sí a las diferentes alas del espectro político. Es decir, existen bajo el esquema de coaliciones que implican, necesariamente, la disminución de la ideologización.
En México, por cierto, ese punto ya es cosa del pasado. La izquierda se coloca como tal porque básicamente están en contra del capitalismo, pero sus líderes tienen posesiones y bienes como el capitalista más acendrado en el mundo. Es decir, son farsantes.
En suma, podemos afirmar que tenemos “piso parejo”. A nuestros políticos los iguala el apetito voraz por el dinero y el poder. A unos más una cosa que otra, pero el orden de los factores no altera la distorsión.
Entonces, por qué no hablar ya con toda franqueza, y planear las formas del reparto del poder. Dejar que todos tengan cabida en las estructuras de mando, a niveles correspondientes a su fuerza política.
El sistema a la mexicana, introducido por Salinas, hemos visto que está pervertido: el reparto de gubernaturas y alcaldías solamente ha generado vacíos de poder donde los niveles más altos se desentienden y dejan que cada cual se rasque con sus propias uñas.
Es quizá hora de probar el modelo alemán, o inglés, con un Primer Ministro o Jefe de Gabinete que comparta el poder con el Presidente de la República. Así por lo menos tendremos a 2 tarugos para culpar y una pléyade de partidos para responsabilizar.