Pedro de la Reyna y la Virgen del Refugio, legado del Michoacán colonial
TARÍMBARO, Mich., 7 de julio de 2017.- El viento de la modernidad deforma los rostros de antaño, las historias, los nombres, las piedras. Todo queda en silencio, en el recuerdo primero y finalmente en el olvido. A la historia se le recuerda, se le rescata y en ocasiones, cuando los fragmentos naufragan en la amnesia, hay quienes la confeccionan e inventan; sin embargo, aquellos que dedican las horas y los días a viajar, desentrañar el pasado a través de documentos, arquitectura, ruinas, leyendas y tradiciones, eligen bien al incluir a Michoacán en su itinerario.
Tarímbaro, que en lengua indígena significa “lugar de sauces”, se localiza a aproximadamente 15 kilómetros de Morelia, la capital de Michoacán. Como antecedente, habrá que recordar que el valle de Tarímbaro perteneció a Beatriz de Castillejo Inahuatzi, princesa y hermana de Tanganxoan II, último cazonci de los purépechas.
Entre la antigua Casa del Diezmo, donde Miguel Hidalgo pernoctó en 1811 -en las horas independientes-, y del templo y ex convento franciscanos, con orígenes del siglo XVI, se erige el Santuario de Nuestra Señora de la Escalera o Santa María de la Escalera, edificado en 1747.
La tradición oral ha cambiado de una generación a otra, pero en ese recinto pulsa una historia que data de las horas del siglo XVI. El suspiro de las tardes coloniales acariciaba las frondas de los sauces, cuando fray Pedro de la Reyna protagonizó una de las historias más cautivantes de la provincia de Michoacán, en alguno de los rincones conventuales de San Miguel Tarímbaro.
El fraile franciscano se sentía preocupado por los abusos e injusticias que los conquistadores españoles cometían contra los indígenas. Estaba convencido de que la tarea evangelizadora no era sencilla, que cada instante tendría que sumarse a la misión de los franciscanos, quienes llegaron a Tarímbaro entre 1529 y 1531, por lo menos 10 años antes de la fundación de Valladolid, la actual Morelia.
Fray Pedro de la Reyna acudió puntual y de frente a su cita con el destino y la historia. Fue fiel a los nativos de la región de Tarímbaro, donde alguna vez estuvieron, igualmente, fray Pedro de Lisboa, evangelizador de los pirindas en Guayangareo, y fray Juan de San Miguel, quien partió de tan fértil terruño a fundar Uruapan y otros pueblos.
Este hombre, fray Pedro de la Reyna, era célebre por su amor a los indígenas. La gente de aquella centuria aseguraba que predicaba con el ejemplo de su vida recta. Ante la sombra de los conquistadores, los indígenas sentían alivio y consuelo a su lado. El fraile comprendía, sin duda, que los conquistadores, poseedores de espadas, caballos y armaduras, habían devastado la región y, en consecuencia, desintegrado a las familias y a los pueblos que una década antes todavía moraban felices en lo que era suyo.
Refiere la tradición que uno e incontables días de aquella centuria, fray Pedro de la Reyna y sus compañeros franciscanos caminaron por parajes que olían a plantas que ya cubrían adoratorios e ídolos de piedra. Impartían su doctrina y atendían a los enfermos, a quienes sufrían, a los huérfanos, a los desvalidos.
Por las tardes regresaban fatigados. Retornaban a sus celdas oscuras y silenciosas. Sus sombras se proyectaban tenuemente en los muros de cantera. El crepúsculo maquillaba los paredones. Ellos, los monjes, subían las escalinatas y miraban el muro donde se encontraba la imagen de la Virgen del Refugio, con el Niño Jesús en los brazos. Diariamente, al pasar, la saludaban con reverencias.
De acuerdo con la historia, una tarde de 1560, al retornar ya enfermo de Tzintzuntzan, fray Pedro de la Reyna subió lentamente los escalones de cantera, en el convento de Tarímbaro, como contando los pasos, e hizo la reverencia habitual a la Virgen del Refugio, quien sorpresivamente sonrió al franciscano e inclinó la cabeza.
La Virgen del Refugio quedó en tal posición como testimonio de aquel acontecimiento ya empolvado por los siglos, hecho que dio cumplimiento al sueño mariano y profético que fray Pedro de la Reyna tuvo alguna vez en España. La Virgen del Refugio le prometió, aquella ocasión distante de su existencia, que tres días antes de su muerte se le manifestaría de alguna manera.
Se cumplió el sueño profético de fray Pedro de la Reyna, quien murió un atardecer de 1560 ante los pies de la Virgen del Refugio, con la satisfacción de haber dedicado los días de su existencia a una causa, al cuidado y la evangelización de los nativos.
Los días transcurrían implacables, entre dos conquistas -la impuesta por la ambición desmedida, por la espada, y la otra, la de la fe, la que sustituyó los adoratorios y basamentos por los templos-, y precisamente en la ancianidad del siglo XVI, la noticia del cumplimiento mariano que alguna vez, en España, fue revelado a fray Pedro de la Reyna, se difundió en Valladolid, Pátzcuaro y allende las fronteras de la provincia de Michoacán, propiciando la llegada de incontables peregrinos a Tarímbaro.
La Virgen del Refugio adoptó un matiz diferente. Moradores y peregrinos le llamaron Nuestra Señora de la Escalera, en honor, precisamente, al acontecimiento registrado aquella tarde silenciosa, cuando la pintura se encontraba empotrada en el muro del descanso de la escalinata conventual.
Inicialmente, los frailes franciscanos construyeron una capilla humilde. Posteriormente, en 1747, con respaldo del obispo Juan Escalona y Calatayud, sus sucesores edificaron el Santuario de Nuestra Señora de la Escalera o Santa María de la Escalera, templo que conserva hasta la época contemporánea la imagen de la Virgen del Refugio.
Es a los pies de Nuestra Señora de la Escalera, pintada en 1545, donde yacen los restos del fraile que protagonizó la historia. Nuestra Señora de la Escalera permanece levemente inclinada y risueña, con el Niño Jesús en sus brazos, observando, quizá, a un fray Pedro de la Reyna piadoso, quien amó y protegió a los indígenas del siglo XVI.
Más allá de religiosidad, es interesante vivir la historia, las leyendas y las tradiciones. Entre sus múltiples atractivos, la historia de fray Pedro de la Reyna y Nuestra Señora de la Escalera, en Tarímbaro, es una estampa del Michoacán colonial que bien vale explorar.