Cambio de régimen, no hay otra opción/Rafael García Tinajero Pérez
Morelia Michoacán a 15 de junio del 2017.
CAMBIO DE REGIMEN, NO HAY OTRA OPCION.
Por: Dr. Rafael García Tinajero Pérez.
No tengo la menor duda, el principal problema de carácter político en el país es el bloqueo de la transición de un sistema autoritario a otro de carácter democrático, es más, la transición no solo está bloqueada, estamos recorriendo ya el camino del retroceso y de la restauración hegemónica, por lo menos esto se ve así a la luz de cómo se dieron las elecciones del pasado 4 de junio, sobre todo las del Estado de México.
El llamado Régimen de la Revolución Mexicana, creado por Plutarco Elías Calles durante la tercera década del siglo pasado, se ha agotado. Fue útil en su momento, no solo disciplinó a los caudillos supervivientes de la lucha armada iniciada en 1910, también sirvió de sustento para dar al país gobernabilidad, paz social, crecimiento económico y estabilidad política. Ese régimen, presidencialista, autoritario, corporativo, clientelar, burocrático, proteccionista, simulador y corrupto, cuyo eje era la institución presidencial y cuya correa de transmisión era el partido de Estado (PNR, PRM, PRI), sufrió sucesivas crisis políticas y económicas y un desgaste que lo llevó a perder la mayoría absoluta en el Congreso Federal en 1997 y la Presidencia de la República en el 2000. Ese era el momento para transitar de un régimen autoritario a una auténtica democracia que sustentara la construcción de un Estado Social de Derecho. Para lograrlo quienes echaron al PRI de Los Pinos tenían la obligación histórica de encabezar el rediseño de la institucionalidad y las reglas políticas para el México del siglo XXI, no lo hicieron, por el contrario, pronto pactaron con las fuerzas más representativas del antiguo régimen y en 12 años el PRI regreso a Los pinos.
La que si se vio mermada hasta en lo simbólico fue la llamada Presidencia Imperial. Su poder se redistribuyó en feudos: gobiernos estatales, partidos políticos, sindicatos corporativos, corporaciones económicas y mediáticas, etc. Todos ejercen el poder en su feudo al más puro estilo del Estado Autoritario.
Todos los partidos políticos con registro devinieron en réplicas del PRI, aparentemente diversos en su ideología, divididos por sus siglas, están hermanados por sus prácticas. La lucha ideológica no existe, la disputa es por las clientelas y por los recursos. Cuando compiten electoralmente todos buscan ser el más grande de los enanos, apostar por la fragmentación de las opciones al infinito y así, con pocos votos, pero bien orientados por una maquinaria cuyo aceite es el dinero, encabezar gobiernos de minoría en cuyo ejercicio nada se diferencian unos de otros.
Este régimen que no ha muerto y no ha dejado nacer al nuevo, un régimen que no es del todo autoritario, pero tampoco es democrático, tiene como sustento una forma de hacer política que está en la raíz de los principales males que aquejan a México: corrupción, impunidad, falta de crecimiento, inseguridad, desempleo, salud y educación deficientes. Un Estado y un gobierno que cada día pierde legitimidad, que ha perdido la capacidad para garantizar la vida y los bienes de la gente, el monopolio del uso de la fuerza, de cobrar impuestos, de dar servicios a los gobernados. Transitamos ya la ruta del Estado fallido.
Solo tenemos una opción antes de que la restauración autoritaria nos alcance: completar la transición inconclusa, hacerlo por la única vía deseable que es la pacífica, la constitucional, la del sufragio, la consensuada con los actores políticos realmente existentes. Recorramos un camino similar al que siguió España a la muerte de Franco cuando la disyuntiva era entre el franquismo sin Franco y una probable guerra civil o el tránsito pacífico e institucional a un nuevo régimen. Se optó por lo segundo y se erigió un nuevo sistema democrático sobre las bases legales del anterior, que fue desmontado progresivamente. La tarea se efectuó con el concurso de todos los actores y fuerzas políticas que aceptaron integrarse en las instituciones emergentes y funcionar de acuerdo a las nuevas reglas y asumieron el compromiso de llegar a acuerdos destinados a perdurar y ser pilares del nuevo sistema democrático.
Soy miembro de un partido político, el PRD, y funcionario en un gobierno estatal emanado de ese partido y lo asumo con responsabilidad. Celebro por lo tanto que ayer, en entrevista televisada, el Ing. Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán, haya manifestado: su voluntad de buscar ser candidato del PRD a la Presidencia de la república; su convicción de que el régimen político actual está agotado y hay que cambiarlo; la necesidad de las alianzas políticas para ganar la elección, pero también para gobernar; lo plural que pueden ser esas alianzas.
Yo añadiría solamente, y esto ya es de mi cosecha, que la alianza plural que se teja y sirva para ganar la elección y gobernar debe poner en centro de su propuesta el proyecto para transitar del régimen político actual a uno nuevo. Que el gobierno que surja de la elección del 2018 deberá caracterizarse como uno de transición, que dirija un proceso de cambio político, económico y social caracterizado por la ausencia de ruptura; un proceso de reforma, integrador, en el que el consenso, aun el de los desiguales ideológicamente y abocados a la confrontación, sea considerado como valor, principio y método, que no pretenda eliminar el conflicto sino darle un cauce institucional, una transición que desemboque en la conformación de un Estado Social de Derecho.
Para esto tenemos que lograr la conjunción de una mayoría, primero social y después política, que reúna en su seno al mayor número de fuerzas que, independientemente de su signo ideológico, decidan sumarse y converger para desmontar el régimen actual y fundar el que lo sustituirá. Que diga no al caudillismo y a la atomización estéril de las opciones electorales. Que no pretenda destruir, avasallar y humillar, al contrario, sino que vea en el rival de hoy al potencial aliado en el futuro. Que sea capaz de ganar la elección presidencial pero también de conformar una mayoría parlamentaria que mediante una coalición estable gobierne y dirija por cauces pacíficos una reforma integral del Estado Mexicano, para que éste recupere la legitimidad perdida y el pueblo su seguridad y posibilidades de desarrollo.