Tras bambalinas/Jorge Octavio Ochoa
Ha sido otro espectáculo macabro. Una danza de asesinatos y cadáveres que cada día nos acercan más a la calificación de un Estado fallido aunque todavía nos encontramos en estado de descomposición.
La semana abrió con el asesinato de un periodista, Ricardo Monlui, en Veracruz, y creíamos que con eso los demonios se apaciguarían. Pero siguió la cuenta con Miroslava Breach en medio del hallazgo de más narcofosas en Veracruz y Morelos.
Inmensas extensiones de cementerios clandestinos, de 120 metros cuadrados, a unos cuantos kilómetros de ciudades importantes. Pero nadie vió, nadie supo cómo, cuándo y quién empezó todo eso. De un día para otro empezaron a aparecer.
Ni los gobiernos municipales, estatales, ni el gobierno federal sabían nada, en medio de una enorme ceguera oficial donde “todo pasa, pero no pasa nada”. Desde hace 23 años que en México no pasa nada. Mataron a un candidato presidencial, pero no pasó nada.
La descripción de Agustín Basave, uno de los “huérfanos de Colosio”, fue breve y demoledora: México es el país donde “Todo se vale”. Ese fue el mensaje tenebroso que los líderes del narcopoder dejaron grabado en nuestra historia.
Las muertes de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu fueron la impronta de lo que después siguió sucediendo. La violencia, desde entonces, no ha cesado, y cada día el mito aquel de “La Mafia en el Poder”, se vuelve más una realidad.
Hombre cercano al ex candidato presidencial, Basave pidió en la Cámara de Diputados un minuto de silencio para una conmemoración que a los legisladores se les había olvidado. Simplemente no estaba el tema ni en “Asuntos Generales”.
Es tan corto el amor y tan largo el olvido…
Ahí, ante la indiferencia de partidos y bancadas, Agustín Basave advirtió: “Al quedar impune éste crimen, se envía un peligroso mensaje a la sociedad, pero sobretodo, a los hombres y mujeres que están del lado equivocado de la ley: Si se pudo matar al candidato que iba arriba de las encuestas, al que iba a ser el próximo presidente de México y no pasó nada, todo se vale”
“Desde la época del presidente Álvaro Obregón, la violencia había dejado de ser un instrumento para hacer política y hoy está presente”, dijo, apesadumbrado, desde su curul, aquel hombre al que de pronto se le vinieron encima los recuerdos y sólo encorvó su triste figura para apagar el micrófono.
Pero el mensaje quedó escrito: “con la muerte de Colosio, empezó el deterioro gradual del sistema al enviarse un mensaje de violencia e impunidad”.
“No sólo mataron a un buen mexicano. Ese crimen impune marcó el inicio de una espiral de descomposición que, junto con otros factores, ha llevado a México a donde estamos ahora, precisamente con ésta violencia desbocada”.
Contubernio, complicidad, juego de intereses, nula justicia, eso es lo que ha marcado a nuestro país desde hace más de dos décadas. Pero no son sólo las cabezas visibles de dos líderes políticos que fueron ultimados.
En el México profundo hay un mundo de cráneos y cadáveres que no alcanzaron la paz de los sepulcros y que hoy regurgitan su maldición al salir al sol nuevamente, como almas descarnadas, pidiendo un castigo que nunca llega.
Más de 300 cuerpos tan sólo en Veracruz, que se suman a los que ya hemos relatado aquí en semanas anteriores, en un país que no tiene respuestas para nadie.
Ministerios Públicos, agentes judiciales, jueces, Ministros, alcaldes, funcionarios públicos, gobernadores. Todos, hermanados por la misma ceguera oficial. Así como cavan inmensas fosas, en los penales levantan zonas de autogobierno que nadie ve, nadie controla.
Todo un aparato de justicia destrozado, porque precisamente en México es lo único que no se ve: la justicia. Las leyes son un laberinto que sirve sólo al que las maneja y administra, pero no a los cristianos comunes y corrientes.
Los funcionarios menores son el primer gran muro, donde rebotan todos los lamentos. Decenas de horas, miles de papeles para levantar una averiguación ante la actitud indiferente, mal encarada y amenazante de sujetos que corrompieron su alma.
Ese es el problema. La mafia del poder se erigió desde hace generaciones, las mismas que vieron desaparecer a sus hijos, padres, esposas, madres, sobrinos, tíos, nietos… y se toparon con ese rostro gris de sujetos que medran con el dolor.
¿Autogobierno en los penales? ¿En qué ley y bajo qué norma está permitido eso? ¿Celdas de lujo para delincuentes? Por eso es que Elba Esther pide su propia jaula de oro, conocedora de las componendas y de la permisividad de nuestro aparato de Justicia.
Igual matan a un periodista las balas asesinas, que las amenazas y órdenes ejecutivas de personajes como “La Maestra”, que muchas veces pidió “la cabeza” de reporteros, para que fueran despedidos por notas contrarias a su persona.
Este es el caso del que esta columna escribe. Pero en aquel entonces, El Universal y Roberto Rock no admitieron presiones de esta calaña y todo quedó en un simple “cambio de fuente”.
Sí, no sólo la prensa mexicana está de luto. El país entero debiera estarlo. Vivimos una aterradora desgracia nacional, con cientos de cadáverers apilándose y nadie parece entender la dimensión de lo que ocurre.
Pero ahora resulta que hasta la iglesia ha perdido el rumbo y algunos de sus prelados dicen que “los vacíos de poder” han sido llenados por el crimen organizado y por eso ahora la gente quiere más a los criminales. (SIC Reforma)
No padre, Salvador Rangel, no. No hay tales vacíos de poder. Lo que hay es contubernio. Los niveles de gobierno han permitido ese avance de la crueldad porque el terror les llena los bolsillos, genera votos y les cimienta el poder.
Guerrero es un mar de sangre porque así les ha convenido a muchos. Por eso no es creíble tampoco que a estas alturas del partido, López Obrador no haya sabido que clase de sujeto eran Ángel Heladio Aguirre Rivero y José Luis Abarca.
No Padre. No puede escupir al cielo y justificar que uno de los pecados capitales, el asesinato, se cometa en las montañas y desaparezcan y aparezcan cadáveres por obra del espíritu santo.
No Padre, no. La iglesia desde hace años debió abrir la boca y decir a esos criminales que no habrá perdón que apacigue sus conciencias. Que la excomunión es lo único que les espera.
La maldición de esos a los que deshollaron vivos los perseguirá por la eternidad. Sólo esperemos que este cambio de consciencias no sea a base de un baño de sangre.
No señor Arzobispo. Usted no tiene derecho de andar repartiendo absoluciones ni perdones, como ningún político en este país tampoco lo tiene para perdonar a nadie cuando todos están enterados de lo que está pasando. Ninguno está libre de pecado. Nadie puede lanzar la primera piedra.