Nunca pedir perdón/Santiago Heyser Beltrán
Me encantan algunos detalles en la educación de mi nieta Maia; uno de ellos: ¡Nunca pedir perdón!
¡¿No pedir perdón?!, parece un contrasentido dentro de la cultura occidental, caracterizada por el sistema de culpas diseñado desde el catolicismo, sistema que nos inducen desde bebés y que tiene como resultado a millones de gentes traumadas por cometer faltas y no poderlo controlar, más cuando en la religión te enseñan que pecas hasta de pensamiento, además de pecar de palabra y de obra (acción). Todavía tengo fresca la memoria: cómo de forma inevitable mi mente pecaminosa se desviaba hacia pensamientos “impuros” en mi adolescencia, mismos que eran imposibles de reprimir ante la avalancha hormonal que invadía mi cuerpo en plena maduración en ese proceso que te convierte de niño a joven y en adulto… ¿Cómo evitar soñar con la vecinita pechugona, si mi cuerpo en su despertar me conducía naturalmente a ello?; la pregunta que me hacía en aquellos años era: ¿Por qué Dios me hizo un ser sexual, si eso es pecado?, en otras palabras: ¿Por qué el Creador me hizo pecador, si es malo?; ¿acaso no debía nuestro Dios solo hacer cosas buenas?... Aún recuerdo como “los adultos” de una manera idiota justificaban ese funcionar de mi cuerpo y mente con el argumento de que Dios nos probaba para que, con el libre albedrío, nosotros contuviéramos el instinto pecaminoso y actuáramos correctamente, y, cuando nuestra debilidad fuera mucha y pecáramos, pues pidiéramos perdón por ser como nos había hecho el Creador y bajo una penitencia, previo paso por la alcancía de limosnas, después de confesarte ¡Pedir perdón!, para ser absueltos por la gracia del Señor que buena onda, nos perdonaba bajo ciertas condiciones, una de ellas ¡Estar arrepentido!... El problema es que me era difícil estar arrepentido cuando los pensamientos “impuros” me permitían soñar con la vecinita pechugona y vivir momentos de éxtasis a través de la natural masturbación, inspirado por imágenes eróticas en mi mente calenturienta, en donde la sexi vecina era protagonista principal. A los 15 años era imposible arrepentirse de ello, aunque, como diría mi abuela, de pico para afuera uno mostrara arrepentimiento en la confesión para poder comulgar en la misa sabatina de la escuela, en donde los “maestros” tomaban nota de quienes no comulgaban para “investigarlos” después en vergonzantes interrogatorios para saber en qué y cómo habían pecado… El corolario de esta historia, es que el maldito perdón y la farsa del pecado me trajeron asoleado durante mi adolescencia con un sentimiento de culpa inmoral e injusto, inducido por mis padres y maestros que decían amarme, y cuestionando a un Dios que si pedir mi opinión, me había creado pecador.
Años tarde en quitarme las taras de esa educación que me confrontó con mi Creador y cuyo único objetivo era controlar mi sexualidad, lo que además de ser un contrasentido, es una idiotez, no se puede contener un río que fluye nada más con la voluntad o el deseo de adultos dañados por la educación recibida en su niñez, que replican el modelo que les lesionó sin cuestionar el sentido de tal tontería.
Hoy, agradezco a mi Señor y Dios amor en el que creo, el haberme dado la capacidad de razonar para cuestionar todas esas enseñanzas y reglas cuyo objetivo es controlar a la naturaleza de las personas y hacerlas sentir culpables para que, desde ese sentir, puedan ser manipulados para tenerlos bajo control so pena del fuego eterno y así, al tenerlos bajo control, poder esquilmarles unos centavos para mantener y enriquecer a algunos de los que creyéndose o simplemente diciéndose elegidos de Dios, se erigen como sus representantes en la tierra para hacer negocios que nada tienen que ver con el Cielo… Es por ello que cuando me enteré que mi nieta estaba siendo educada para pensar y que ello incluía el no tener que pedir perdón de nada ¡Me alegré!
Pensemos por un momento, cito a mi hijo; “La disculpa VS el perdón: La disculpa es una vía y es una cortesías derivada de la auto reflexión, el perdón es de dos vías y si lo usas quedas a expensas de que el de enfrente te perdone y si no ¡Estás frito! En la disculpa el de enfrente no tiene poder sobre ti, en el perdón ¡Sí!
El valor último tiene que ver con uno mismo, el primer beneficiado es uno, ya que generamos armonía al disculparnos cuando nos equivocamos o lesionamos a terceros, lo que haga el de enfrente con la disculpa (si la acepta o no), ya no tiene que ver con nosotros.”
¡Bien por mi cachorro! que enseña a mi nieta a razonar y a no tener que pedir perdón, para crecer como una persona sana y pensante, dueña de su vida y de su destino, lo que es una buena forma de vivir para alcanzar su propia plenitud de mujer y de persona y por ende la felicidad… ¡Así de sencillo!
Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser Beltrán
Escritor y soñador