México y sus encrucijadas
México anda en busca de una salida. Muchas cosas cambiaron en estos dos años, y no todas para mejorar. En realidad, para mejor lo que cambio, fue prácticamente nada.
A poco más de dos años de haber estrenado presidente – Enrique Peña Nieto, del tradiconalísimo PRI (Partido Revolucionario Institucional), quien asumió el día 01 de diciembre de 2012 –México camina buscando una salida. Mucho ha cambiado en el país en esos dos años y no todos para mejor. De hecho, lo que mejoró, fue casi nada.
En las bolsas de apuestas de los especuladores e inversionistas – es decir, de los dueños del dinero en el mundo, Brasil y México son objeto de deseo. Después de todo, son las dos mayores economías de América Latina. Y los señores del capital ciertamente saben lo que hacen cuando inflan la imagen, de uno o del otro, y ponen en el pedestal como su favorito. Es una buena manera de despertar el interés hacia ambos países y ganar buen dinero especulando. Brasil, sabe mucho de eso y México también. Y cada uno, a su manera, trata de gestionar estas presiones.
Además del esfuerzo por presentarse confiables a los dineros del mundo, ambos países buscan soluciones a sus males internos mientras hacen todo lo posible por ampliar su presencia en el escenario externo. Y, por lo menos en este punto específico, el déficit acumulado por México en los últimos catorce años es inmenso.
Desde la llegada del derechista Vicente Fox a la presidencia, en diciembre 2000, la política externa mexicana sufrió un giro brutal, renegando prácticamente de toda su tradición y desmantelando lo que el país había sabido construir a lo largo de décadas, especialmente en su relación con los países de Latinoamérica. Su sucesor Felipe Calderón, del mismo partido Acción Nacional, el PAN, surgido del catolicismo más conservador, solo remató lo que Fox había hecho.
Mientras los gobiernos del PAN se postraban a los pies de Washington con especial devoción al presidente George W. Bush, alejándose de su tradicional línea [latinoamericanista] perdiendo espacio en América Latina, el Brasil, especialmente a partir de la elección de Lula da Silva, levantó vuelo de manera firme, abriendo espacios y consolidando su peso. Cuando gobiernos de izquierda resultaron electos a lo largo del mapa de América Latina, el aislamiento Mexicano – inédito, dígase de paso – se hizo aún más riguroso.
Y por lo que puede verse desde que el PRI – el mismo partido que en el 2000 había perdido el gobierno después de reinar por las de cinco décadas – eligió a Peña Nieto, todo indica que el nuevo presidente no sabe exactamente por donde comenzar, o si sabe, no dispone de los medios necesarios para tratar de recomponer la presencia mexicana en el escenario latinoamericano.
Al mismo tiempo llama atención la manera en la cual Peña Nieto, rompe otra de las férreas tradiciones de la política mexicana: él ha procurado cumplir, al menos en el área política, las promesas de su campaña electoral, principalmente las reformas que, según su criterio, podrán rediseñar al país.
Y es ahí, que curiosamente, varias de las iniciativas adoptadas por Brasil a lo largo de los últimos veinte (casi) años han servido, si no de modelo, al menos de ejemplo. Es el caso de la apertura de la explotación y producción de petróleo, tema intocable e intocado en el imaginario mexicano, al capital privado. El petróleo en la práctica, el sustento de México. Desde que el mítico presidente Lázaro Cárdenas nacionalizó el petróleo, en 1938, nadie jamás soñó con cambiar esa situación. Peña Nieto, garantiza que con esa reforma, el país recibirá más inversiones, creará más empleos y podrá crecer más.
Qué bueno sería si así fuese: la economía mexicana, tan cantada en prosa y en verso por las llamada agencias ‘clasificadoras de riesgos’, está balanceándose más de lo esperado. El año pasado, el PIB creció 1,3%. La razón principal: la economía de los Estados Unidos se desaceleró fuertemente. Y como México tiene con su vecino del norte una dependencia absoluta (80% de sus exportaciones, tienen como destino el mercado norteamericano), el panorama no es exactamente animador.
A no ser claro, para las cada vez más enigmáticas instituciones especializadas en calificar a los países, orientando inversores, mientras se equivocan a izquierda y derecha.
Como todo, o casi todo, puede servir de argumento a la hora de las apuestas del capital, se alaba mucho en los medios financieros, las reformas llevadas adelante por Peña Nieto (telecomunicaciones, además de petróleo) y las que están debate, como las reformas fiscales y la reforma laboral. Sería conveniente, ante tanto entusiasmo, recordar que las reformas ya aprobadas dependen todavía de una legislación complementaria, o sea necesitan ser reglamentadas, y nadie sabe cuándo eso va a concretarse, y menos aún que cambios introducirán esas leyes complementarias en lo que fue reformado.
Para complicar más las cosas, actualmente hay tensiones palpables entre los gobiernos de Canadá, EUA y México, que forman el Nafta, el acuerdo comercial que tiene a México en la cola, como dependiente absoluto.
Peña Nieto, viene teniendo problemas en su relación con Washington. Manifiesta una resistencia incómoda a que la CIA, el FBI y la DEA [agencia de combate a las drogas], continúen actuando con total libertad en el territorio mexicano. Y Barack Obama se mantiene firme en su olímpica inhabilidad para relacionarse con América Latina.
Y es en este panorama confuso, inseguro, lleno de idas y venidas, y más aun de dudas, que nadie consigue disipar o aclarar, que los mexicanos viven con un fantasma flotando a pocos palmos sobre sus cabezas: la violencia desenfrenada de los grandes carteles de la drogas.
En esta lucha sin gloria, algunas de las estructuras del Estado mexicano, parecen cada día, correr mayor riesgo.