Nudos de la vida común
¿Dónde está la gobernabilidad?
El regreso de Donald Trump a la sala oval en Washington ha detonado nerviosismo político y financiero en nuestro país. Pero más allá de cuestionar sus posturas e ideología populista y conservadora y el potencial efecto en nuestro país, esta situación interpela a la propia gobernabilidad en México.
La gobernabilidad se refiere a la capacidad de un gobierno de coordinar acciones entre gobernantes y gobernados para la construcción del orden social y supone un alto grado de cooperación e interacción entre el Estado y los diferentes actores y organismos no gubernamentales en la toma de decisiones en los ámbitos tanto públicos como privados. De alguna forma, la gobernabilidad supone la aceptación por parte de los gobernados del ejercicio del poder por parte de los gobernantes, y esto es un tema de confianza social.
La gobernabilidad se manifiesta, de acuerdo a la Organización de Estados Americanos, en la estabilidad de las instituciones y la efectividad de las decisiones y políticas públicas para satisfacer las demandas sociales y tutelar los derechos humanos. En el consenso de las Naciones Unidas, se ha definido que los elementos fundamentales de la gobernabilidad son la transparencia, la integridad, la legalidad, la solidez de las políticas públicas, la participación ciudadana, la rendición de cuentas, la capacidad de respuesta a las demandas sociales y la ausencia de corrupción y delincuencia. En estos conceptos encontrados en los debates internacionales, podemos encontrar una lógica muy clara sobre lo que subyace a la confianza o a la erosión de la misma en las diferentes sociedades. Y conviene que cada uno de nosotros y nosotras examine la presencia de estos elementos no solo en nuestro gobierno, sino también en nuestra conducta ciudadana.
La mala noticia es que en nuestro país encontramos ya situaciones claras y lacerantes de ingobernabilidad. El caso extremo, son los altos niveles de delincuencia y el creciente dominio de las organizaciones criminales en poblaciones tanto rurales como urbanas. La fragmentación de los partidos políticos y su identidad desdibujada dan señales de una creciente exacerbación del individualismo que merma la articulación de intereses en sociedad y que pone en jaque su credibilidad.
Pero los que nos consideramos “los buenos” también aportamos a la ingobernabilidad. Casos concretos de ello son la búsqueda incansable de buscar recovecos a la ley para evadir impuestos, la desobediencia a las leyes y reglamentos para nuestra mayor comodidad, como estacionarse en doble fila, o pasarnos un semáforo en alto. La ausencia de rendición de cuentas de las organizaciones vecinales por parte de quienes manejan los recursos resquebraja la confianza y promueve la apatía a la cooperación. El abstencionismo durante las jornadas electorales también da cuenta de la falta de interés en la participación de la construcción del bien común, pues votar no vale nuestro esfuerzo de acudir a las urnas, y mucho menos, de informarnos y asumir una postura para la mejor fórmula de integrar la vida común.
Todos, gobernantes y gobernados, estamos atizando la ingobernabilidad de México. Y lo hemos hecho desde hace décadas. Dejemos pues de zafarnos del problema de la convivencia social dejándolo en manos de políticos en quienes ni confiamos ni deseamos relevar en su responsabilidad. Seamos agentes políticos en nuestro medio, donde privilegiemos el consenso, los acuerdos y la cooperación, donde aprendamos a flexibilizar de vez en cuando nuestras posturas para dar paso a las de los demás, solo con la finalidad de asociarnos y poder trabajar juntos.
Si hoy el anticipo que ha hecho Trump sobre política migratoria, relaciones comerciales y control de drogas ponen nuevamente de manifiesto la vulnerabilidad histórica de nuestro país y esto nos hace temblar y cuestionar nuestro futuro, es momento de dar una lectura de esta circunstancia desde lo que nos corresponde hacer como ciudadanos para hacer a México grande otra vez.