A lo mero macho… ¡Es un soplo la vida!
Dice el refrán que Nada es para Siempre. A lo Mero Macho, los dichos o refranes populares encierran toda la naturaleza de nuestra idiosincrasia y absoluta verdad, referentes a nuestra forma de ser y la forma de ver las cosas, es decir, son una manifestación cultural que transmiten enseñanzas y hasta normas de conducta, son, en si, parte de esa tradición oral que se transmite de generación en generación, pero, también, digamos que son una especie de herramientas que nos lleva a la reflexión intelectual o moral, arropados por valores y hábitos sociales.
¿A qué viene todo esto?, con la confianza que usted me permite, mi muy estimado lector, permítame detallarle lo sucedido.
A las 03:27 horas, de la madrugada del sábado, desperté súbitamente por intensos dolores de estómago y cabeza. Jamás había experimentado una sensación así. Sentía que tanto el estómago y la cabeza me iban a explotar. Mis pulsaciones cardiacas eran a un ritmo jamás vividas. Me faltaba aire para respirar.
Completamente solo en mi casa, no tenía a quien pedir auxilio en ese momento. No coordinaba, al ciento por ciento, cada uno de mis pensamientos, me embargaba una desesperación inusitada, conforme transcurrían los minutos y segundos, de manera marcada, se me dificultaba respirar bien. Me zumbaban horrible los oídos. No obstante que estaba en el interior de mi hogar, me sentía mareado y un tanto desorientado.
Dentro de mí, no sé cómo explicarlo, pero una voz interna, que no era la mía, me decía que me vistiera rápidamente y corriera hasta la puerta principal y dejarla entre abierta, por si algo ocurriera, ya fuera para que ingresaran los vecinos o los servicios de emergencia para brindarme auxilio. Debo confesar, honestamente, que, entro de mí, todo era confusión. No entendía lo que me estaba sucediendo. Las pulsaciones de mi corazón las sentía y escuchaba a un nivel nunca experimentados. Mis oídos zumbaban más y más.
Como pude, bajé las escaleras de la planta alta de mi casa y obedecí esa voz interna que me daba instrucciones de entre abrir la puerta principal de la casa y la que da acceso a la sala.
En un momento dado, tuve la sensación de estarme observando yo mismo, fuera de ese cuerpo físico… A lo Mero Macho, no entendía nada. Segundo a segundo, se me dificultaba respirar y aparecía un fuerte dolor en el pecho que se iba a la parte posterior de la espalda, como que envolvía todo mi pecho.
No sabía qué hacer ni a quién llamarle. Como pude, marqué el 911 para solicitar auxilio de una ambulancia, pero no me respondían. Una y otra vez, esa voz me decía que no podía perder ni un segundo de mi tiempo, sabía perfectamente que mi vida estaba en peligro, el dolor de pecho se incrementaba más y más, aparte que sentía que el estómago y cabeza iban a explotar en cualquier segundo.
El familiar más cercano, mi hermano Eduardo, vive por los límites de Atizapán de Zaragoza, y yo en Texcoco, ambos, en el Estado de México, con una muy considerable distancia territorial, a poco más de cuatro horas, uno del otro.
A ciencia cierta, dentro de mí, algo me decía que contaba con unos segundos para avisar de lo que me estaba sucediendo.
¿A quién llamarle?, todo era confuso para mí. Desafortunadamente, existen quienes exigen una remuneración económica por el simple hecho de brindarte tal o cual apoyo, ya ni que decir que aprovechan el menor descuido para sustraer objetos de valor de mi casa, cosa que he tenido que lamentar.
Mi vista se tornaba borrosa, opté por marcar el número de celular de un querido hermano, aunque no biológico, pero, sí de corazón, quien, por cierto, decidió estudiar la carrera de Ciencias de la Comunicación porque me ponía de ejemplo con sus familiares y conocidos por todas las entrevistas que había realizado con muy diferentes personalidades. A las 3:42 le llamé a Marco Uriel Cortázar, mi gran amigo y hermano, supongo que estaba dormido, escucho su voz y me dice: ¿Qué pasa Edmundo? ¡Marco, por favor, me siento que me muero, ven ayúdame!!
A partir de ese momento, ya no supe más de mí, mucho menos, tenía noción del tiempo que había transcurrido. Volví a entrar en “razón”, cuando me percato que Marco Uriel estaba sentado junto a mí en un sillón de la sala, me abrazaba y me decía: ¡No te duermas, no te duermas!! Con mucho esfuerzo, le digo que no me di cuenta cuando había llegado. Me dice que me había encontrado tirado, boca abajo, sobre el tapete de la sala. Escucho que llama una ambulancia, mientras llegaba la ambulancia, me hace saber que iba a meter la motocicleta en la que se había trasladado desde Tezoyuca hasta mi casa en Texcoco, como a hora y media de distancia. Pero antes, solicita una ambulancia para llevarme a un hospital.
Cuando arriban los paramédicos, me preguntan a qué hospital me iban a trasladar y con voz casi apagada, les digo que al Hospital Central Militar, porque ahí, fue en donde me salvaron la vida cuando era Secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos, a quien le estoy eternamente agradecido. Los paramédicos le dicen a Marco que no me pueden llevar hasta allá, porque está fuera de su área de servicio. Sin pérdida de tiempo, Marco solicita un UBER y en cosa de minutos, llega la unidad, junto con el chofer, me suben al asiento trasero del vehículo para que me recostara y fuera un poco más cómodo.
A partir de ese momento, Marco Uriel se convirtió en algo así como en mi Ángel protector, no se separó de mí, ni un solo momento. Al llegar a las instalaciones del Hospital Central Militar, Marco y el conductor del UBER, me sientan a la orilla de una diminuta jardinera, en lo que Marco corre en busca de una silla de ruedas para llevarme al área de “urgencias” del nosocomio. Por fin, aparece con la silla de ruedas y le dice al conductor que un policía militar, le exigía 100 pesos de depósito para poder facilitarle una silla de ruedas, momento en el que una familia estaba por entregar una que habían ocupado momentos antes y al escuchar “el disparate” del policía militar, optan por dársela a Marco.
Ahora que estoy en casa, escribiendo este relato, sin lugar a dudas, me doy cuenta que Marco tuvo que soportar un Calvario. Primero, llegando al área de urgencia del Hospital Central Militar, los enfermeros se percatan de mi intenso dolor, rápidamente, proceden a realizar una toma de signos vitales y le hacen saber que presento una muy elevada presión cardiaca. Pero, para poder atenderme, le exigían, primero, un depósito en efectivo de 50 mil pesos para proceder a la valoración médica e ingresarme a una de las camas del área de urgencias. Pero, que, si requería de una intervención quirúrgica de “urgencia”, debería dejar una garantía de 250 mil pesos, que incluía hospitalización etcétera, etcétera.
Marco Uriel no sabía qué hacer, por lo poco que le había contado de mis queridos amigos más cercanos, por iniciativa propia, se le ocurre llamarle a un general de división, que yo consideraba era mi amigo, explicándole lo sucedido, quien, simplemente, “lo bateó” De forma totalmente opuesta a la actitud del general, le llama a un muy querido y distinguido abogado, quien le manifestó su preocupación por mi estado de salud, haciéndole saber que, no obstante estar fuera del país, le pedía que lo mantuviera informado de mi estado de salud y la forma en que me podía ayudar. Lo cual, ¡Carajo!!, ése si es un gran amigo, lo que agradezco con el corazón en la mano infinitamente.
A Marco, se le “prende el foco” y se le ocurre llamarle a una extraordinaria amiga y brillante reportera, Maru Rojas, a quien también le hace saber lo que me estaba ocurriendo. Maru, le pide unos momentos para activar sus contactos y lo que estuviera a su alcance. Pero no se podía perder el tiempo, cuando los militares del área de “urgencias” del Hospital Central Militar nos desalojan del lugar, excepto una Médico Militar Cirujano, con el grado de Coronel, nos hace saber que ya había ingreso a los archivos electrónicos del HCM, y que, efectivamente, durante el último año de gobierno del presidente Peña Nieto, siendo Secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos, me habían brindado una atención personal de su parte, pero, que, ahora, habían transcurrido dos sexenios y las cosas habían cambiado radicalmente, inclusive, ni la copia de dicho oficio que había girado el General Cienfuegos, en su calidad de Secretario de la Defensa Nacional, ya no existía, en sus archivos, pero que, si yo conservaba una copia del mismo, podía llevarlo.
Marco Uriel estaba convencido que cada minuto que transcurría, existía el peligro de que mi vida se extinguiera. Así es que, sin consultarme, porque yo me mostraba más débil a cada momento, llama nuevamente un UBER y decide regresarnos hasta Texcoco para llevarme al Hospital Regional Guadalupe Victoria, que opera el Instituto de Seguridad Social del Estado de México y Municipios.
A nuestro arribo al citado nosocomio, mientras Marco me ayudaba a descender de la unidad, el conducto se apresuró a conseguir prestada una silla de ruedas y poder ingresar al área de Urgencias. Vaya sorpresa que nos esperaba. Siempre creí que dicho hospital pertenecía al IMSS, pero no. Es una unidad hospitalaria enfocada para atender a las personas de bajos recursos y/o en condición de calle.
Inmediatamente, procedieron a realizarme una valoración médica y toma de signos vitales. Me entregan una bata, totalmente roída por el uso y paso del tiempo, me piden que me quite toda la ropa y permaneciera desnudo sentado en el área de “urgencias”, en una de las tres filas de bancas de fierro para recibir y atender a los pacientes. Un hospital en donde, muy a pesar de la estoica labor que realiza todo el personal de enfermería, administrativo, radiología, quirófano, etcétera, merecen un reconocimiento y aplauso, porque ante la falta de insumos, su principal objetivo es atender, al máximo, al paciente… ¡y sin contar con lo más necesario!!
Dicho hospital Guadalupe Victoria cuenta solamente con dos camillas, sí, leyó bien, mi querido lector. También me percaté de la falta de insumos de curación, no hay vendas, alcohol, mucho menos, camas para alojar a los pacientes. Yo mismo tuve que permanecer, durante 14 horas, sentado en una helada e incómoda banca de metal, soportando un severo frio que se registraba en Texcoco, solamente “cobijado” con una delgada sábana color blanco, que me habían proporcionado. En el tiempo que permanecí en el área de “urgencias”, llegaron 38 nuevos ingresos por muy diferentes causas: heridos de bala, accidentes automovilísticos, una jovencita que dio a luz a bordo de un camión de autobuses de la línea “Teotihuacanos”, así como un niño de 12 años, a quien el estalló un boiler de gas, sufriendo múltiples quemaduras en todo su cuerpo de segundo y tercer grados.
Hoy domingo, por la mañana, me entregaron los estudios de laboratorio que me realizaron, afortunadamente, el prediagnóstico de peritonitis aguda, quedó descartado, así como el preinfarto. Me extendieron el “alta” y me regresaron a casa para descansar, una vez pasado el peligro. No dejo de expresar mi agradecimiento por su apoyo, a mi hermano del alma Marco Uriel Cortázar, quien no se despegó de mí ni un solo instante, al grado que no sé como le hizo, pero logró que le permitieran estar a mi lado, en el área de “urgencias”, poniendo de justificación que soy una persona de la tercera edad, además, he ido perdiendo desafortunadamente, poco a poco, la vista.
Mi admiración y reconocimiento a todo el personal que labora ahí, por cierto, casi todos, de las áreas de enfermería y radiología, son jovencitos -hombres y mujeres- que no rebasan los 22 años. Es admirable el amor y entrega que demuestran a su trabajo, pero también, pude hacer conciencia de la fragilidad humana… ¡En un segundo se la va la vida, dicho de otra manera, es un soplo la vida!!
A lo Mero Macho, gracias a Dios y a la vida misma, porque aquí sigo…