Tras bambalinas
¡Ay nanita, ahí viene el Mássiosare!
El Plan México, en el mejor de los casos, es la única válvula de escape que se pudo diseñar, para dar salida a la presión que ha generado la llegada al poder de Donald Trump.
Los estrategas y analistas de Claudia Sheinbaum buscan generar confianza y estabilidad en el mercado interno, ante la agresiva actitud de un presidente que no sabe negociar por las vías tradicionales.
Asi las cosas, dicho Plan es una magnífica señal con la que la mandataria regresa a la vía de los llamados a la unidad nacional; esa unidad que se perdió durante el pasado sexenio.
Se atizó contra el “aspiracionismo”; la palabra “fifis” se volvió mofa recurrente contra las clases medias y, de pronto, los llamaron “fachos”; se habló de clasismo, racismo y, poco a poco, los mexicanos quedaron enfrentados entre “chairos” y “conservas”.
Así, se frenó el crecimiento del país todo un sexenio. Nos llenamos de odio y división incluso entre familias. Aún así, en estas horas de auténtica crisis nacional, el Plan México se convierte en una tablita de salvación al estilo de los 80s.
Los mexicanos pasaremos de la “Unidad Revolucionaria”, a una pseudo “Regeneración Nacional”, inmersos en una profunda corrupción de la clase política actuante, que sólo ha polarizado, pero no ha resuelto nada.
Ironías del destino: regresamos al nacionalismo, concitados por la amenaza del peor de nuestros enemigos, Donald Trump, para buscar entre nosotros, la integración, pero sin reconciliación, porque hoy prevalece el rencor y la antipatía.
Integración es la palabra que define al Plan México. Los objetivos: que el 50% de lo que se consume, sea verdaderamente hecho en México, con un alto contenido nacional, y con la participación del sector privado.
Así lo prometió Claudia Sheinbaum, al garantizar que el 50% de las compras públicas serán de producción nacional; se reducirá de 2.6 a un año el tiempo para concretar una inversión.
Es decir, el gobierno vuelve a confiar en los empresarios, esos a los que sus fieles fanáticos llaman “fachos”. Ese ya es un pequeño problema, sin contar que el “Plan” adolece serias inconsistencias:
- No aborda el grave problema de seguridad nacional que vivimos
- No menciona, ni de lejos, la posibilidad de revisar profundamente el T-MEC.
- Y lo más delicado: no tiene partidas presupuestales asignadas.
Lo peor: el Plan está torpedeado por las propias políticas heredadas del gobierno anterior, que dejan un inconmensurable margen de opacidad. Las decisiones son verticales, vienen de un partido de Estado, con equilibrio de Poderes totalmente destrozado. Hoy, la palabra de Morena y sus esbirros del PT y PVEM, es palabra de Dios.
La clase política está secuestrada por el crimen organizado. Los diputados federales y locales no representan nada más allá que sus propios intereses, al igual que los Senadores. Cada vez que hay masacres en algún estado, ellos brillan por su ausencia. ¿En cuántas reuniones de seguridad nacional han visto ustedes a alguno de ellos para explicar qué sucede en sus distritos?
Pero, ¡que viva la demagogia! En México, el desarrollo se medirá “a ojo de buen cubero”. ¿Por qué? Porque Andrés Manuel ordenó la desaparición del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, en diciembre pasado, justo al término de su mandato. Con ello, desapareció la Encuesta Intercensal 2025.
La única bandera de “éxito” Lópezobradorista, es su política de apoyo social, basado en una expansiva dación de recursos para sacar de la pobreza a 9 millones de personas, pero sin medición posible.
Los morenistas están engolosinados con el reparto de pensiones y becas, que dejan más dividendos político-electorales, pero no propician crecimiento económico, ni crean infraestructura, ni mucho menos generan empleo permanente. Prefieren el “tanteo” como “método” de medición del desarrollo. Ya no hay otro mecanismo de evaluación.
Pero el futuro nos alcanzó. Hoy surgen las proclamas de unidad desde todos los sectores sociales. El racismo, el clasismo, el nacismo se erigirá, a partir de este lunes 20 de enero, en ese tan temido “Mássiosare”, el extraño enemigo.
Ironía, insistimos, porque aquellos que hablaban de racismo y clasismo, tendrán que enfrentar al sujeto más odiador del mundo, que ve a la migración como una oleada de locos, terroristas y delincuentes. ¿Querían hablar de “fachos”? Pues ahora hártense, o pidan con humidad, la unidad a aquellos que ofendieron.