Juego de ojos
El complot mongol
Filiberto García es un detective que navega por el barrio chino de la región más transparente del aire para desmantelar un complot que amenaza la paz mundial.
En esta odisea no sólo lidiará con agentes de las más siniestras corporaciones criminales de subversión y espionaje, el FBI y la KGB … además enfrentará corruptelas policiacas, reveses políticos e intrigas de las rémoras mexicanas y asiáticas que viven de la transa y el cochupo en el arrabal asiático en el que está inmersa la calle Dolores, dejando en su camino un número considerable de muertos.
El complot mongol es el título de la novela más exitosa de Rafael Bernal, pionera en el género negro mexicano que abreva en la veta iniciada por Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Quizá a ella debe Bernal no haber caído en el olvido, aunque se publicó tres años antes de su muerte, en 1969, en el despertar político y social del México moderno. Desde entonces, por su calidad literariaocupa con justicia un alto lugar en la literatura mexicana.
Se trata de un retrato oscuro de la vida en los barrios bajos de la Ciudad de México a mediados del siglo pasado que pone en escenario un desfile de personajes vulnerados por la maraña de sus propias pasiones, en un ambiente viciado por la corrupción y la violencia y recoge bien tanto el aspecto físico y el despertar de lo que más tarde sería la ciudad más grande del mundo, como el ambiente político y social que entonces se respiraba.
Rafael Bernal fue un excelente escritor que no ha recibido el reconocimiento que merece. Entre los quince libros de su autoría hay novela, teatro y cuento. Fue también diplomático, guionista y un periodista versátil que incursionó tanto en medios impresos como electrónicos. Murió en 1972, pero no fue sino hasta el 2002 que en una especie de reivindicación o tardío homenaje, el Conaculta editó Caribal, novela que había publicado por entregas en La Prensa unos cincuenta años atrás.
El lenguaje de El complot mongol es un elemento que contribuye a recrear el clima de la época. García es un hombre de acción, brusco y tosco, de algún modo antítesis del detective razonador y de pensamiento lógico que suele encontrarse en otras novelas policiacas. Tiene su propia filosofía de la vida y de la política, así como un singular lenguaje coloquial que permite al lector relacionarse con este atractivo personaje nostálgico de la Revolución.
Tiene expresiones como “jíjoles”, “maje” o “hacerle a la novela Palmolive”, que ubican con precisión una época y una generación, que, a la lectura 55 años después de publicada la novela, deslavan un poco al personaje que intenta presentarse como rudo y lo hacen ver un tanto sensible. No obstante este detalle, mucho más perceptible para los lectores locales, resulta sorprendente la vigencia y actualidad que mantiene la novela, en el lenguaje, en estructura y en el oficio para contar la trama.
García es un antihéroe en el que combinan perfectamente los muchos muertos que tiene en su trayectoria de matón y una actitud de caballero medieval mexicanizado que se ruboriza frente a la mujer que ama, y aún más, se enamora.
La acción de El complot mongol se desarrolla en el céntrico Barrio Chino de la ciudad de México, en realidad una sola calle, la de Dolores, en la que el detective mexicano tiene como encomienda desentrañar un complot internacional que a la postre resulta no ser más que un intento casero de golpe de Estado.
Para los lectores aficionados al género negro, mexicanos o latinoamericanos, poco habituados a los escenarios domésticos y a los detectives nativos, el pretexto de la novela está muy bien trabajado. Para incursionar en el género, Bernal crea una historia verosímil que se asocia a elementos exóticos de la intriga internacional, una trama policiaca donde aparecen chinos, gringos y rusos. El contexto se trabaja adecuadamente en favor de la crónica que se narra, porque la época de la guerra fría da marco a una hábil narración mexicana.
Este telón de fondo le permite a Rafael Bernal presentar algunos de los problemas políticos de la época, como la relación Este-Oeste en el plano internacional y en el doméstico, y esbozar un retrato de la política nacional, ambos con buenas dosis de humor y sátira.
El humor, ese elemento codiciado por escritores y agradecido siempre por los lectores, está impecablemente manejado en la novela. Con humor y con sarcasmo trata Filiberto García no sólo los hechos que van ocurriendo a lo largo de la novela sino que en ese tono están trabajadas sus reflexiones sobre temas más personales y recurrentes como el amor y la muerte.
Por lo que se refiere a la política, el humor también sirve para presentar las costumbres locales y foráneas de corrupción, traición y violencia que irremediablemente se asocian al poder. Bernal se propuso una historia que cumpliera con los cánones del género negro y lo logró con gran eficacia narrativa, que hace nada desdeñable su contribución a la literatura mexicana en este género.
Se nota también su oficio de escritor en el equilibrio que logra entre los monólogos del protagonista y los diálogos. Un recurso técnico un tanto osado para la época y para el tipo de novela, son los largos párrafos de monólogo del protagonista, de hasta dos páginas de extensión, pero de tal modo ágiles que pasan desapercibidos y marcan el ritmo de la novela entre los acontecimientos y la percepción del protagonista acerca de ellos.
La relectura de El complot mongol permite comprobar que los años han hecho bien a este texto, sencillamente por que se trata de una excelente novela. Puedo confesar mi equivocación cuando, hace años, percibí cierta exageración en algunas afirmaciones de Mempo Giardinelli, quien escribió en El género negro que “no sólo es una de las grandes obras del género policiaco latinoamericano, y una pieza fundacional de la literatura negra mexicana, sino que es una de las más bellas novelas mexicanas de este siglo”.
El llamado género negro ha tenido históricamente amplios grupos de lectores en nuestro país. Recuerdo una famosa camarilla de reporteros policiacos de los cincuenta que habrían de brillar en el periodismo mexicano en la segunda mitad del siglo, entre ellos Manuel Buendía, Carlos “El comandante” Borbolla, Alberto Ramírez de Aguilar y Jorge “El güero” Téllez, quienes con verdadera pasión devoraban novelas negras para aplicar a su oficio las técnicas de los escritores del género. Era fama pública que con frecuencia desentrañaban casos policiacos antes que los detectives, lo que no siempre abonaba a la buena relación entre esos bandos.
Pero la afición al género trascendía el ámbito de las redacciones de la nota roja. El periodista coatepecano Gregorio Jácome visitó la Capilla Alfonsina en 1999 y se enteró de que Alfonso Reyes se despejaba de las fatigas académicas leyendo novelas policiacas hasta la madrugada. “Desconozco”, dice Jácome, “si esa afición de Alfonso Reyes por el género oscuro de la literatura fue alguna vez público. Lo cierto es que autores como Montalbán o personajes como Pepe Carvalho hacen que la novela policiaca sea lectura agradable, sobre todo cuando se lee, como don Alfonso, por las noches y uno termina por soñar que es el estimado Watson”.
En estos días en que atestiguamos el enfrentamiento entre gringos y chinos por dominar comercialmente al planeta -dado que los golpes de Estado ya se dieron allá y acá bajo nuestras propias narices y con el aval electoral de hordas de zombis-ciudadanos- la relectura de El complot mongol del llorado Rafael Bernal puede ser un remanso oxigenante de buen humor.
15 de diciembre de 2024