¿Habrá gobierno proambiental?
Solo los hechos podrán responder a esta pregunta. Luego de un sexenio caracterizado por la ausencia de compromisos con los vastos rubros que supone el medio ambiente no podemos ser más que escépticos, más aún con la confesión expresa de que habrá continuidad.
La inercia política con que se mueve el presente sexenio, al abordar los distintos ámbitos de la política nacional, nos hace saber que la continuidad no es un simple accidente nostálgico de lenguaje, es una afirmación práctica que se ve y se siente.
Que si la mandataria es científica y tiene ideas ambientalistas no quiere decir más que eso. Mientras en el sexenio pasado se desmontaban o desaparecían las instituciones ambientales y se les recortaba el presupuesto, mientras se privilegiaba la inversión para producir energías fósiles o se arrasaba con 10 millones árboles de selva en la ruta del Tren Maya, el silencio fue la postura.
Decía Santo Tomás Apóstol que “hasta no ver no creer”. En tiempos en que la política ha alcanzado en nuestro país niveles extremos de mercenarismo y descomposición los gobernantes suelen engañar como mejor les acomoda a sus intereses políticos y discursos ideológicos.
Colocar en un segundo plano, muy lejano, el interés de todos, y en este caso, la cuestión de los ecosistemas en los que vivimos, como ente sacrificable en el altar de los capitales que “dinamizan” los indicadores económicos de la “nación”, es una práctica que ha dominado el quehacer de los políticos y que nos ha llevado a la crisis ambiental que hoy nos atenaza.
A mediados de agosto de este año el Centro de Derecho y Política Ambiental de la Universidad de Yale publicó, como lo hace con regularidad, el ranking del Índice de Desempeño Ambiental de 180 países. En este estudio México aparece en el lugar 94, nada honroso, de esos 180 países evaluados.
Para comprender la magnitud de nuestro rezago ambiental habrá que decir que a México se le reconoce como la economía número 16 del mundo. Sin embargo, en desempeño ambiental estamos en el mismo nivel que Namibia que ocupa el lugar 148 en economía, que Tanzania cuya economía es la 81 o Costa de Marfil que es la 82. En desempeño ambiental estamos, de acuerdo con la Universidad de Yale, por debajo de países como Venezuela (45), Ecuador (56), Chile (60), Colombia (63), Nicaragua (76), Argentina (81), Perú (83), y Bolivia (92).
Cuando el estudio presenta el desempeño por rubros nos ubica, en materia de bosques en el lugar 84 de 131 países revisados; en tratamiento de aguas residuales en el 47 de 187; en eficacia de cuidado de áreas naturales protegidas en el 131 de 165; en biodiversidad y hábitats en el 141 de 180; en mitigación del cambio climático en el 61 de 180; en calidad del aire en el 129 de 180; y, en el manejo de residuos en el 127 de 180.
Según lo indica el Cemda (Centro Mexicano de Derecho Ambiental), al año fallecen en nuestro país 30 mil personas por la mala calidad del aire; el 45 % de los suelos del país están erosionados; el 70 % de nuestros ríos y lagos están contaminados; y, al año generamos 44 millones de toneladas de residuos sólidos. De acuerdo con la Conafor el 70 % de la madera que se comercializa en el país es de procedencia ilegal y agrega que del 2001 a 2021 el país tuvo una pérdida de 4 millones 385 mil 850 hectáreas de cubierta vegetal. Para rematar, en el pasado sexenio las instituciones ambientales perdieron el 60 % de sus presupuestos y algunas fueron desaparecidas.
Como usted podrá apreciar la gravedad del problema ambiental en el país requiere de una intervención firme, enérgica, bien planeada y con suficientes recursos. Aplazar el cumplimiento de las obligaciones constitucionales e internacionales del gobierno mexicano, antes que la preocupación por la sanción moral o los extrañamientos de los organismos globales supondrá el incremento del deterioro de nuestra calidad de vida y la caída en la viabilidad de nuestra economía para el futuro inmediato.
Que nuestro desempeño ambiental se encuentre muy por debajo de países con economías menos desarrolladas habla del abandono y menosprecio que los gobiernos del pasado y del presente le han dedicado al medio ambiente.
Solo los hechos por venir nos indicarán si el presente sexenio modificará la ruta de omisiones y manejo demagógico de esta problemática. Hacerlo le supondrá, por necesidad, un rompimiento con la política previa. No hay otro camino. Los hechos hablarán. ¡Ojalá que sean para bien!