Los factores de poder
Conforme avanza la elección a los factores de poder se les complica la vida. La iglesia católica desde hace tiempo sin dudar definió ruta y destino. No se trata de apoyar a una candidata, siglas o proyecto político, sino de ser consecuentes con lo que enfrenta la feligresía y los mismos prelados. La violencia creciente los llevó a repudiar al régimen y su continuidad. Un voto informado es un voto opositor; convocar a votar es contribuir a la derrota del régimen; no fue diseño, sino la consecuencia de la indolencia presidencial.
Los dueños de las grandes empresas y casi todos los representantes de organismos empresariales fueron presas fáciles del clientelismo presidencial a contrapelo de los intereses propios, entre otros, acotar al poder, la certeza de derechos y la legalidad. Les ganó el oportunismo a unos y el miedo a otros. López Obrador maltrata de palabra a los más ricos y los premia generosamente en los hechos. El mensaje presidencial ante los banqueros nada tiene que ver con primero los pobres. Los reportes de Oxfam y de Forbes sobre los magnates mexicanos revelan que los grandes empresarios han sido los consentidos del régimen; los 10 más ricos aumentaron su riqueza en 45.2%.
Los excesos de López Obrador y su exigencia de incondicionalidad a empresarios llegaron a su límite. Con claridad ante Ricardo Salinas Pliego, dueño de Electra y de Tv Azteca. Un encontronazo que muestra a otros empresarios que se puede desafiar al régimen y plantarle cara al presidente para expresar lo que dicen en la discreción. La respuesta oficial ha sido severa a manera de que todos entiendan lo que significa la afrenta. La corrupción y la arbitrariedad beneficia algunos no a todos, ni siquiera a los más. Mayormente convincente es la postura de Xóchitl Gálvez sobre la extorsión que castiga a empresas por criminales y autoridades, casi siempre de Morena.
Respecto a las fuerzas armadas no se puede generalizar, no se puede afirmar que están con López Obrador y que ven como reserva a la candidata opositora por su oferta de retirarles de actividades ajenas a su misión o de transparentar los contratos y obras a su encargo. No es el caso de todo el sector militar porque la cúpula que se ha beneficiado de la cooptación presidencial no es el todo. Hay una corriente muy amplia, quizás mayoritaria, en los mandos medios y altos de las fuerzas armadas que rechazan incursionar en tareas propias de los civiles. Incluso hacerla de policías entraña riesgos mayores a su integridad y los desvía de su tarea fundamental que es la seguridad nacional y más cuando se les instruye abrazos a los delincuentes. La violencia ya es tema de seguridad nacional y se entiende su despliegue, pero no es razón para hacer la tarea de los civiles.
Es un error creer que los militares están con López Obrador y que lo seguirían en su aventura de continuar ejerciendo influencia o mando después de dejar el encargo, menos si Xóchitl Gálvez ganara la elección. La institucionalidad de las fuerzas armadas está a prueba de todo, incluso de los generosos privilegios otorgados a parte de su jerarquía. Los soldados preservan un elevado sentido de lealtad e integridad. En eso sí es válido y veraz generalizar.
A los empresarios alineados con el régimen les debe inquietar la incertidumbre por su inclinación oportunista de estar con el ganador. ¿Qué sucedería si la oposición ganara el Congreso o si hubiera alternancia en la presidencia? A los más poderosos no debe inquietarles porque mudan con facilidad de “lealtad”, siempre estar con el ganador.
El problema de fondo es otro y tiene que ver con la corrupción, con los beneficios indebidos e ilegales producto del trato privilegiado y de la discrecionalidad presidencial. Para esa minoría la transparencia y la rendición de cuentas es veneno letal revisar los contratos y obra pública. De ellos se entiende que tomaran partido y sean fuente generosa del fondeo de campañas.
Los factores de poder no representan votos, pero sí influencia y, en algunos, dinero. El futuro del país se dirime en el dilema democracia o tiranía. Cada quien escoge ruta y la palabra final será de los ciudadanos y, cierto, un voto razonado, un voto meditado es un voto contra la continuidad. La afluencia ciudadana a votar marcará el destino del país independientemente de siglas o candidatos.