Nudos de la vida común
Por ellas
Lo que las mujeres aún tienen que aprender, es que nadie te da poder.
Simplemente hay que tomarlo
-Roseanne Barr
Es muy probable que la lucha por la igualdad de género nos lleve todavía una generación más hasta que podamos ver cambios sustantivos. Las voces que hoy se manifiestan públicamente y que logran insertarse en espacios en la sociedad, toman la estafeta de un legado de hacer camino a costa de hablar más fuerte, trabajar el doble y no solo hacer las cosas, sino demostrar cada vez que que sí podemos. Para muchas personas, este sesgo inconsciente viene de que para los varones, se da por sentado que pueden enfrentar cualquier reto, - situación que también merece ser desmitificada, pero que lo dejaremos para otro nudo en otro momento -, mientras que las mujeres siempre empezamos desde el “a ver si puede”, y cuando podemos, hay que hacer fiesta porque ¡sorpresa!, una mujer pudo.
Esta generación seguramente no probará las mieles de la igualdad, la seguridad y la libertad plena de ser ellas mismas. En estos días hemos visto numerosos datos de la primera vez que una mujer hizo “algo”: corrió un maratón, fue a la universidad, tuvo un invento o descubrimiento que hizo avanzar la ciencia o la tecnología, ganó un premio Nobel, pronunció un discurso en un congreso o condujo un vehículo pesado. Todos estos acontecimientos de primera vez, ocurrieron entre hace 70 y 100 años, empero, siguen siendo participaciones que suenan a novedad, que aún no han sido normalizadas. Un ejemplo de ello es que en las olimpiadas de 1924, sólo el 5% de los participantes eran mujeres, y pasó un siglo para que en la próxima edición, las mujeres apenas alcanzarán el 50% de competidores. Sin duda, vamos lento.
Y el tema no es que hagamos cosas o que se nos reconozcan, sino que el verdadero problema es el subtexto que trae de minusvalía que se permea como sesgos conscientes e inconscientes de dominación masculina, que lo que hacen es normalizar el menosprecio y las aberrantes agresiones de todo tipo contra la mujer, tanto así es que cuando hablamos de violencias, muchos y muchas, nos miran con extrañeza y juzgan que son exageraciones o rebeldía inconmesurada, cuando lo que no tiene mesura es el abuso sexual, el físico, el económico y el psicológico.
Peor aún, las mujeres que hemos sido criadas en esta cultura, hemos absorbido ese mensaje y quitarnos de la cabeza y del corazón esa idea y ese sentimiento de ser inferiores y de que ser fuertes es soportar tales abusos y levantar el rostro a pesar de ello, nos lleva a una autoexigencia descontrolada que nos pasa la factura en nuestras relaciones intra e interpersonales, laborales y nuestra calidad de vida. Es decir, pareciera que siempre tenemos que elegir entre nuestros anhelos personales o la familia o el trabajo. Quizás podemos lograr dos de ellos con muchos sacrificios, pero no más. Siempre está al acecho la sospecha de que una mujer que logra el éxito pleno en una de esas áreas se debe al fracaso en las otras.
Por todo eso es que a las mujeres nos corre la urgencia de mantener el paso en esta contienda, pues se trata de dejar de echar palazos para abrir brechas para poder dejarle a la siguiente generación, quizás las niñas que hoy aún son bebés o las que están por nacer, caminos parejos donde puedan andar a la velocidad que ellas quieran y puedan decidir el rumbo que desean tomar en su vida, sintiéndose capaces, seguras y libres, pero sobre todo, con la oportunidad de tener una vida plena.
Pero no es solo eso. Tenemos que cambiar nuestros moldes mentales. Las generaciones mayores debemos desaprender muchos de los paradigmas que nos sometieron o al menos nos hicieron aceptar el lugar inferior de las mujeres, sin por ello pelearnos con nuestra identidad. Un gran paso que hemos dado en la educación de las niñas, es el cambio en la narrativa de los cuentos que hoy les contamos. Ahora, pese a resistencias tradicionalistas, se tratan de mujeres que son las heroínas de su propia historia, pues es una narrativa inspiradora donde ellas pueden descubrir su propio poder. Sin embargo, necesitamos acelerar el paso y empezar con una nueva narrativa donde la premisa no es que la vida, por el hecho de ser mujer, se gane con un esfuerzo superior, sino más bien que todos vivimos en un mundo donde las posibilidades son infinitas y que el logro de los sueños es posible por que hemos construido comunidades florecientes para todos y todas, sin importar el género o la raza a la que pertenecemos y desde cada una de nuestras historias reales, no desde las ilusiones de perfección como prerrequisito para merecer. Esto es solo un pequeño eslabón de los muchísimos cambios culturales en que necesitamos acercarnos a la dignidad humana desde la perspectiva de la igualdad.
Reconocer a las mujeres en el mes de marzo no se refiere a premiar, distinguir, valorar o celebrar, eso es condescendiente. Se trata de volver a conocerlas, derribando primero los prejuicios y sesgos que aprendimos sobre ellas y reemplazarlos con el reconocer, volver a ver, en ellas, a una persona semejante a nosotras y nosotros mismos, con un valor y derecho igual al nuestro.