Cambio de actitud, eco de la primera aduana sinodal
Ha concluido la primera de las dos sesiones del complejo Sínodo sobre la Sinodalidad convocado por el papa Francisco. Del 4 al 28 de octubre, obispos, religiosas, sacerdotes, hombres y mujeres laicas reunidos en el Vaticano participaron colegialmente para abordar un aspecto de la actuación de la Iglesia católica que el pontífice considera imprescindible reforzar para la era actual: el saber caminar juntos.
Como se sabe, a diferencia de un ‘concilio’ –donde los obispos discuten asuntos de fe, moral y disciplina– los ‘sínodos’ en la Iglesia católica son básicamente asambleas temáticas globales convocadas por el Papa y en las que se buscan soluciones pastorales de validez universal a problemas específicos y emergentes. Es decir: un sínodo no cambia a la Iglesia; pero sí cambia la mirada, la actitud y la operatividad con las cuales la Iglesia busca cumplir sus fines –la salvación de la humanidad y la comunicación de los bienes espirituales– en un mundo siempre cambiante: “en un mundo desgarrado y dividido” como aparece en la introducción del informe del sínodo votado por la asamblea hace unos días.
Este Sínodo ha apostado por varias novedades. La primera: Una participación más horizontal de los fieles creyentes tanto en la fase de consulta como en la propia discusión y votación en la asamblea. La segunda: La realización de la asamblea no sólo desde la comodidad de un salón de plenos sino en la brillante y dolorosa realidad donde gozan y padecen auténticamente las personas. Y la tercera: Bajo un moderno modelo de comunicación y transparencia en el que la asamblea podía seguirse momento a momento sin la mediación o la imposición de sigilos –muchas veces bien intencionados pero limitantes– de ‘los grupos fuertes’ dentro del Vaticano.
Contrario a lo que alertaron algunas voces insidiosas sobre el error de involucrar a más mujeres y al laicado en la participación deliberativa del sínodo, el mero ejercicio de diálogo sin imposiciones jerárquicas espaciales (los trabajos se realizaron literalmente sobre mesas redondas) sirvió para que la catolicidad contemporánea aceptara que “no es fácil escuchar ideas diferentes, sin ceder inmediatamente a la tentación de replicar; [tampoco] ofrecer la propia contribución como un don para los demás y no como una certeza absoluta”. Pero, además, la votación de los parágrafos de la síntesis de la primera sesión evidenció que todos los asistentes mostraron una convergencia muy alta en el discernimiento sobre la actitud y las estructuras necesarias en la Iglesia para responder al drama humano actual.
En síntesis, los 344 padres y madres sinodales coincidieron en apuntar que, como nunca antes, se requiere que los creyentes católicos hagan camino junto a la humanidad en búsqueda de reconciliación, esperanza, justicia y paz; y que, en medio de la cultura de descarte y de las ideologías deconstructivas posmodernas, los pastores, ministros y fieles comprendan su responsabilidad con los últimos, los descartados, los pobres, las víctimas de la violencia y de los efectos del cambio climático.
Incluso los puntos de debate más polémicos como la discusión sobre la inclusión ministerial de las mujeres en la Iglesia a través del diaconado, el asunto sobre los sacerdotes secularizados (que han dejado el ministerio), el celibato presbiteral y un complejo tema sobre cómo abordar la poligamia en ciertas Iglesias particulares fueron atendidos sin escándalo ni apasionamientos dogmáticos, sino mediante la apertura a la reflexión, al estudio y al discernimiento. Es decir, sin imponer ninguna visión ni estilo de manera absolutista.
Así que no, el sínodo nada ha cambiado ni del dogma ni de la disciplina eclesiástica de la Iglesia católica. Nunca ha sido ese su interés; sin embargo, de la mano con un modelo de participación e integración de la pluralidad de voces de los creyentes, sí se evidenciaron reclamos importantes y recomendaciones a cambios actitudinales muy específicos en el seno eclesiástico.
Uno de estos, fue el asunto del machismo, mencionado así en el documento de síntesis: “Muchas mujeres expresaron su profunda gratitud por la labor de sacerdotes y obispos, pero también hablaron de una Iglesia que duele. El clericalismo, el machismo y el uso inadecuado de la autoridad siguen marcando el rostro de la Iglesia y dañando la comunión [...] Cuando en la Iglesia se violan la dignidad y la justicia en las relaciones entre hombres y mujeres, se debilita la credibilidad del anuncio que dirigimos al mundo. El proceso sinodal muestra que es necesaria una renovación de las relaciones y cambios estructurales”.
Este documento integra también voces eclesiales largamente desatendidas: “Se abordan y resuelven los casos de discriminación laboral y de desigualdad de remuneración en el seno de la Iglesia, en particular con respecto a las mujeres consagradas, consideradas con demasiada frecuencia mano de obra barata”; pero también preocupaciones honestas de los obispos que, con frecuencia, son difíciles de reconocer: “Algunos obispos expresan su malestar cuando se les pide que intervengan en cuestiones de fe y moral sobre las que no hay pleno acuerdo en el episcopado”.
En conclusión, la Iglesia católica ha cruzado esta primera aduana del proceso sinodal comenzado en 2021 y que en octubre del 2024 vivirá su segunda sesión. Al final, como parte del proceso, las reflexiones y orientaciones que, desde la potestad pontificia, sean valoradas como necesarias para el siglo que vivimos, serán expresadas en un documento final.
En todo caso, es evidente que este proceso ya ha dado frutos para que, en todas las diócesis y conferencias episcopales se implementen mejores métodos para involucrar a todos los bautizados en una mejor comprensión y práctica del mensaje evangélico, inculturado, actual y cercano; comenzando quizá con aquellos sectores a los que la sola palabra ‘cambio’ les aterroriza. Es comprensible. El mundo continúa en una vertiginosa aceleración de cambios que redefinen a la sociedad entera; la pulverización ideológica ha vuelto anacrónica la distinción entre ‘buenos y malos’, pero no así entre ‘el mal y el bien’. Sin meterse en esas honduras, el documento síntesis confirma la auténtica brújula moral de la Iglesia en el siglo que marcha: “Los cristianos tienen el deber de comprometerse a participar activamente en la construcción del bien común y en la defensa de la dignidad de la vida, inspirándose en la doctrina social de la Iglesia y actuando de diversas formas”. Unidad en diversidad, como siempre.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe