Desastres no naturales
Los daños causados por un terremoto, una inundación, un tornado, un derrumbe, un huracán y fenómenos naturales similares que causan daño a la población son desastres naturales. La devastación que puede causar la naturaleza es impredecible, su fuerza y su furia sobrepasan con mucho las capacidades humanas para contenerla. Siempre han existido este tipo de desastres, no se pueden evitar, y quizá lo único que podemos hacer los humanos es prevenirnos y reponernos lo antes posible.
En todo lo que los individuos por nosotros mismos no podemos resolver es donde debe entrar la acción del gobierno. La responsabilidad de los gobernantes, de acuerdo con el nivel y función que les corresponda, es proteger a la sociedad. Lo mismo para el tema de la seguridad, de las comunicaciones, la salud, la educación y, por supuesto, la acción del Estado ante los desastres naturales. Solamente la fuerza del Estado puede mitigar rápidamente los efectos destructivos de los fenómenos naturales y ayudar a reestablecer el orden y el funcionamiento de la sociedad.
Precisamente en este momento nos encontramos ante uno de esos fenómenos naturales. El huracán Otis llegó de sorpresa y con una fuerza que no se esperaba, destruyendo buena parte del legendario y bien desarrollado puerto de Acapulco. En su paso está deñando hoteles, casas, carreteras y todo lo que se le interponga a su paso. Su furia es solamente por unas horas, pero los daños serán de largo alcance. Ahí se activarán todos los llamados “protocolos” de atención, los planes de ayuda y la solidaridad que siempre llega con estas tragedias. Habrá desfile de autoridades, mucha manifestación de ayuda en los medios, algunas colectas y programas especiales para ayudar a la población afectada. ¿Pero será suficiente con eso?
Después del terremoto de 1985 en México el gobierno vio la necesidad de una atención institucional bien organizada. Aquel desastre rebasó por mucho las previsiones del gobierno y la sociedad civil se organizó de tal manera que fue la que atendió abrumadoramente el problema y obligó a la creación de mecanismos que atendieran este tipo de imprevistos. Así surgieron distintos esquemas de atención y finalmente, 10 años después, en 1996 se creó el Fondo de Desastres Naturales como mecanismo de atención ante emergencias, recuperación y reconstrucción en casos de desastres. Claro que tenía problemas, casos de corrupción y manejos discrecionales que afectaron su reputación, pero de alguna manera funcionaba y atendía de inmediato. Incluso recibió apoyo internacional en varias ocasiones para ir perfeccionando el mecanismo.
Pero llegó la 4T y de pronto dijo que ahí había corrupción y había que desaparecerlo. En 2020 el actual gobierno federal de un decretazo lo despareció y dijo que atenderían de otra manera los casos de emergencia. El mecanismo institucional que llevaba cerca de 15 años funcionando lo desparecieron por desconfianza. Como si al construir una casa le salieran humedades y los nuevos conserjes del condominio deciden derrumbarla porque algo anda mal y no levantar nada mejor, en lugar de reparar los desperfectos. Así operan los otros desastres, los desastres no naturales. Hoy los estamos padeciendo. Otis llegó de sorpresa y es un desastre natural muy destructivo. Pero quizá resulte peor la inacción y la destrucción de instituciones, cuando esa es la obligación del gobierno. Ahí van sobre la extinción de los fideicomisos del poder judicial, otro desastre, solamente porque existe desconfianza. Vaya desastres.
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