Espigas de maíz marchito
―Venimos a decirle que ya no siga echando cuetes para espantar las nubes. Toda esta gente que ve trae el mandamiento de muchos pueblos de allá abajo que son perjudicados por la sequía.
―Mire, hay mucho enojo y si esto sigue no se diga sorprendido si la gente les viene a tumbar la huerta … que además es ilegal porque aquí antes existía un monte.
Las lluvias se cortaron hace casi un mes cuando las milpas estaban parando oreja y otras echaban espigas. Se fue el agua y se acabaron los maizales. Ya no queda humedad en la tierra, las hojas de la milpa están marchitas y se han doblado apuntando hacia el suelo como moribundos buscando sepulcro.
Las esperanzas de lluvia se esfuman con los disparos de los cañones y los cohetones de diseño que los huerteros lanzan a las nubes temiendo que traigan granizo. Ese es su motivo.
Los grandes huerteros y los sembradores de maizales que carecen de agua, hablan idiomas diferentes. El clima y el agua tienen para cada uno significados contrapuestos.
Los primeros quisieran que las lluvias, el granizo, el sol, las heladas y el viento, siguieran su plan de negocios, ni tanto ni poco, sólo lo indispensable para que el fruto alcance el peso, la textura, la salud y la estética que el mercado reclama.
Los otros nada más quieren que el clima sea como lo recuerdan los viejos y lo vieron los abuelos de los viejos para que sus cultivos vayan de la mano con los tiempos de las lluvias, las sequías o las heladas. Su ambición es que el clima sea como siempre lo fue, puerta de bonanza y rendija de borrascas, granizadas y vientos violentos. Que el clima no lo perturbe el hombre, o, mejor dicho, ―dicen― que siga libre como dios lo dio.
Por eso hicieron esa caravana para ir a las huertas en donde viven esos “ingratos” que espantan las nubes.
Antes de subir tomaron un acuerdo.
―No vayan a decir que vamos contra la ley. No vayan a acusarnos de que no tenemos razones. No les vamos a tocar ningún planta de aguacate, aunque sabemos que sus huertas son ilegales, no les vamos a dañar sus hoyas que tampoco están autorizadas, aunque sabemos que por su causa nuestros maizales están agonizando. Que sepan que somos miles los agraviados, que por su ambición nos faltará el maíz y el frijol para comer.
Les gustó que el presidente municipal de Madero encabezara la caravana y fuera su portavoz. Los ambientalistas de Madero, Memo Saucedo, Javier Gómez y don Sabas Melchor, con sus comités de defensa ambiental, narraron la desgracia de los sembradores de maíz y las penurias que padecerán los pueblos de tierras abajo.
―”Probes” los de más abajo, los de Nocupétaro y Carácuaro, allá el río solo lleva piedras calientes y arena seca. ¿Qué va a ser de sus cultivos, de su ganado y de su sed?
Tuvieron que pasar por Nieves, al sur de Morelia, allá les dijeron que era necesario que se juntaran con otros pueblos y otros municipios que tienen el mismo reclamo y acusaron con el dedo índice la vastedad de la huertas de su entorno.
― ¡Si vieran la cantidad de pozos que hay, casi todos ilegales! En esa huerta, la de tantito más allá no sólo tiene pozo ilegal también tiene un cañón. ¿Y sabe qué? Es de un político que está bien agarrado. ¿Pero quién puede contra esos? … Ese sí podrá contra la sequía porque se ha adueñado del agua.
―Si pudieran mirar los maizales de San Diego, la Cumbre, Moreno, San Pedro, Santas Marías, el Zangarro, las Cidras, verían campos de espigas marchitas y milpas que se quedaron a medio crecer. ¡El año que viene, dios no lo quiera, pero habrá hambre! … ¿Ya supo que la resina sigue bajando de precio? ¿Dígame qué vamos a hacer si de eso vivimos los pueblos maderenses?
Tuvieron la sensación de que regresaban con las manos vacías, aunque con la satisfacción del deber cumplido frente a sus pueblos.
Al monstruo aguacatero le han crecido espinas venenosas: los pozos y las hoyas ilegales, los cañones antigranizo, los cohetones de diseño, los ventiladores gigantes anti-heladas, los agroquímicos nocivos, el cambio de uso de suelo, la tala ilegal, los incendios forestales y la colusión criminal. Son espinas que hieren de muerte las esperanzas económicas de los cultivadores tradicionales, son espinas letales cuando vienen acompañadas de la sequía.
― ¡Pero que en plena sequía usen los cañones para espantar las pocas nubes, esos de plano no tienen perdón de dios!
A los dos días de que fueron a llevarle a los aguacateros la razón de que no espantaran las nubes, porque así lo ruega la gente y porque así lo dice la ley, como quien se burla a carcajadas o quien provoca porque se sabe poderoso, volvieron a tronar los cañones antigranizo.
¿Qué seguirá?