Nudos de la vida común
El viaje de la transformación
Segunda parte
Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación,
nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos.
- Viktor Frankl
En esta entrega, amables lectores, les propongo continuar con el diálogo sobre el viaje de la transformación. Esta palabra, precedida de un número cuatro, ha sido el emblema del actual partido en el poder y quizás por ello, nos cause algún tipo de reacción emocional, positiva o negativa, según nuestra posición política. No obstante, como comentábamos en la pasada edición, transformar es un verbo intransitivo, es decir, es el sujeto quien recibe la acción ejecutada. Así, no se trata de en qué se pretende transformar algo o a alguien, sino en quién nos hemos transformado cada uno y una de nosotras en el contexto político, social y económico que vivimos.
Bien se dice que nadie puede cambiar a otro, sino que con nuestro propio cambio, podemos inspirar a otros a hacer lo propio, creando las nuevas condiciones de vida interna que nos permiten adaptarnos a nuestro entorno al menos de manera satisfactoria, si exitosa es demasiado pedir.
Siguiendo este orden de ideas, vale la pena reflexionar -nuevamente desde nuestra postura personal como seguidores o detractores de la 4T- sobre el cambio que han mostrado los líderes que encabezan este movimiento. Desde su desempeño y discurso ¿se han vuelto más empáticos y cercanos? ¿se han revestido de compasión y justicia? ¿han mostrado solidaridad y respeto? ¿han mostrado competencia en la resolución de los problemas de la vida común: seguridad, pobreza, educación, igualdad, vivencia de valores sociales? ¿Han convocado a la unidad nacional aún cuando seamos una República diversa? ¿Cuál ha sido su transformación desde la candidatura hasta el desempeño de la función pública? Al cambiar sus circunstancias, evidentemente, tuvieron que tener un viaje de transformación, como nos pasa a todos los seres humanos cuando vivimos un cambio de contexto y responsabilidades.
Pero más importante aún, ¿en qué nos hemos transformado cada uno de nosotros y nosotras durante la 4T? Como ciudadanos, ¿hemos sacado lo mejor de nosotros mismos para defender aquél eslogan de que “los buenos somos más”?
Desde mi observación personal, quienes confían en la 4T, parecen estar gozando de una ilusoria revancha justiciera con aquéllos que el Presidente de la República llama adversarios (que en realidad no están realmente sufriendo por ello, pues esos privilegios que dicen que han perdido, los siguen teniendo, pues es parte de su capital personal, no solo económico, sino intelectual y profesional). Quienes se oponen a la misma, se han concretado a contestar el discurso golpeador a quienes se identifican con los niveles socioeconómicos medio y alto, con la misma moneda: la descalificación, la ofensa y la ausencia de argumentos y escucha a los verdaderos abandonados del sistema, quienes viven en pobreza y que carecen de las oportunidades de salir de ella, pues la política pública se ha ido en dádivas y no en una estrategia de desarrollo que verdaderamente cree un piso parejo.
Todos los políticos de todos los tiempos (sin importar el color del partido) nos han vendido un cambio en la estructura socioeconómica del país. La verdad es que todos quienes nos han gobernado, en cualquier nivel, al llegar al poder, lejos de mostrar una evolución personal en su calidad humana y su capacidad para administrar los recursos públicos en favor de todos por la sensibilización que debería darles su exposición a los grandes y graves problemas de México, muestran que están hechos de lo mismo: ambición, corrupción y mansedumbre a los compromisos adquiridos con los verdaderamente poderosos, llámeseles otros países, delincuencia organizada o millonarios fabricados con base en la podredumbre de un sistema.
Las y los mexicanos somos mucho más que eso. El asunto es que nuestra solidaridad, unidad y entereza surge cuando la naturaleza nos asesta un golpe, como es en desastres naturales y emergencias sanitarias como lo fue la pandemia. Pero ante la manipulación política, tal potencial parece una mera ilusión. ¿Qué tipo de “liderazgo” es capaz de convertir las luces en sombras, logrando que nos identifiquemos con nuestra parte más oscura como seres humanos -el resentimiento, la envidia, la revancha, el miedo, el desprecio- y que olvidemos el espíritu guerrero del mexicano que en la unidad no se deja vencer?
Por generaciones, los políticos nos han cotorreando con el discurso de la honestidad mientras que la evidencia ha demostrado que la corrupción es parte de su ADN. Lo verdaderamente admirable, sería que lograran con humildad, reconocer y dominar ese instinto de embriagarse con el poder y doblegar esa tendencia a dejarse podrir por el mismo, que fueran capaces de reconocer sus errores, pedir perdón y enmendarlos. Ahí es donde veríamos el verdadero viaje de la transformación. Ahí sí habría un poder verdaderamente moral, muy diferente a ignorar y mofarse del dolor humano.
En México realmente necesitamos una transformación estructural. El liderazgo y la política pública deberían ser inspiración y ruta para que los mexicanos realicemos una metamorfosis personal que saque lo mejor de nosotros mismos y que, multiplicada por 120 millones de personas, nos lleve a dar ese salto cuántico como Nación hacia una vida común equitativa, empática y próspera.