Nudos de la vida común
Y en esta esquina… ¡el súper peso!
Una moneda es estable, reconocida por todos y valiosa en cualquier lugar, si tiene por patrón una realidad asignable que se puede comparar con la diversidad de las cosas que se quiere medir
Michel Foucault
El valor del dólar estadounidense frente al precio mexicano se encuentra en el nivel más bajo de los últimos siete años. Sin embargo, esta situación obedece más al control inflacionario en el país vecino que al desempeño de la economía mexicana. De hecho, esta tendencia a la baja en la paridad del dólar no es solo con nuestro querido peso, sino con respecto a varias monedas en el mundo.
Tanto México como Estados Unidos han recurrido a la ya conocida política monetaria para controlar la inflación, generando tasas de interés atractivas para fomentar el ahorro y disminuir así el circulante disponible para que los precios de bienes y servicios no se disparen por un aumento de demanda derivado de la liquidez de la población. En la cultura financiera mexicana - si así le podemos llamar -, el dinero nos quema las manos. Entre más dinero líquido tenemos, más deseos tenemos de gastarlo. Los productores y oferentes de bienes y servicios, aprovechan tal situación para obtener mejores precios de aquéllos que estén dispuestos a pagar más, dando lugar al fenómeno inflacionario por empuje de demanda.
Para desincentivar el gasto en el país, las tasas de interés que estamos teniendo también son históricamente las más altas en los últimos años. Se busca fomentar el ahorro y que los inversionistas opten por guardar su dinero, en lugar de gastarlo. La tasa de interés que ofrecen los instrumentos gubernamentales, como los certificados de tesorería (CETES), resultan lo suficientemente atractivos para los extranjeros como para incluso, solicitar préstamos en su país e invertir en pesos, dado que el diferencial resulta positivo. Aunque no podemos calificar de especulación como tal esta cuenta que favorece el ahorro en pesos mexicanos, tampoco podemos decir que se trate de que la economía mexicana se encuentra fortalecida.
De hecho, esta situación tiene dos caras y muchas aristas. Por un lado, los productos importados tasados en dólares presentan una disminución importante en su precio, lo cual podría significar un beneficio en el bolsillo de los consumidores, pero a la vez, una competencia ruda para productores nacionales que pudieran ser nuevamente desplazados por la competencia global en precios.
Por otro lado, las exportaciones y remesas “valen menos”, pero mantienen sus mismos costos, resultando que la rentabilidad de los productores que venden al exterior disminuya, y que quienes reciben dólares de sus familiares, cada vez les entreguen menos pesos, perdiendo su poder adquisitivo y agravando su vulnerabilidad a la inflación en México, que con todo esto, no termina por estar bajo control.
Es decir, el súper peso parece estar colgado con alfileres y conviene ser precavidos. Las altas tasas de interés que ofrecen los instrumentos de deuda gubernamentales se otorgan por decreto, no porque estén sostenidas en una política económica que esté impulsando la productividad ni la generación de riqueza. Es más, surge una pregunta importante ¿de dónde sale el dinero para pagar estas elevadas tasas de interés? Finalmente se trata de deuda que el gobierno pacta con particulares. Si la principal fuente de ingresos del gobierno son los impuestos y el petróleo, y los primeros dependen de los ingresos de las empresas y la población y estos se mantienen inmóviles y el último depende del precio del dólar, ¿cómo hará el gobierno para responder a estos compromisos adquiridos? Más aún, ¿en qué está gastando - y deseamos que invirtiendo - el gobierno el dinero recaudado a través de estos instrumentos de deuda? En teoría, por cada peso de ahorro en CETES o Bonos del Desarrollo del Gobierno Federal, el gobierno debería producir una renta mayor a la tasa de interés pactada. Pudiéramos asumir con cierta inocencia que todo este dinero captado, está siendo canalizado para fondear las macro obras de la 4T, como la refinería Dos Bocas, el tren Maya y el AIFA. Sin embargo, si algo han levantado tales proyectos, son sospechas sobre su productividad y viabilidad financiera, ya sin mencionar de sus graves impactos sociales y ambientales.
Pero no todo está perdido. México tiene una gran oportunidad de sacar provecho de la situación económica global. Precisamente, por su cercanía a Estados Unidos, México resulta atractivo para el establecimiento de fábricas de diversas industrias para abastecer al mercado americano[1], pues la maquila en países lejanos ya no resulta una opción por los altos costos de transporte y por la escasez de mano de obra a escala global.
Si México se pone las pilas, otorgando facilidades administrativas a la inversión extranjera y promoviendo la competitividad en el mercado laboral, demandando remuneraciones y prestaciones decentes para los trabajadores nacionales, se lograría el crecimiento del mercado interno, el fortalecimiento de la economía y una solidez real del peso mexicano, pero sobre todo, un verdadero bienestar para la población, que al final del día, es lo que realmente importa.
Para tener un super peso, no basta con decretar una tasa de interés. Se necesita poner en condición saludable a la economía del país y ejercitar sus músculos para entonces sí, dar una verdadera batalla.
[1] Tendencia denominada “nearshoring” que se refiere al abastecimiento en lugares cercanos.