Juego de ojos
Un piloto mexicano en el “Día D”
Hace 79 años, al atardecer del viernes 16 de junio de 1944, en el cielo de Normandía fue abatido el Spitfire 2I-S MK-607 de la Real Fuerza Aérea Canadiense a cuyo mando iba un mexicano de 21 años, Luis Pérez-Gómez.
La gesta de este compatriota no es recordada y conmemorada en su país como sí lo es en Canadá y en una pequeña aldea francesa.
Como cada año desde que conozco esta historia, la comparto con los lectores de JdO. Mi saludo respetuoso a su familia que en Guadalajara resguarda amorosamente la memoria de ese joven ejemplar.
El martes 6 de junio de 1944 los ejércitos de 13 países aliados comenzaron la más grande operación militar de la historia, el desembarco en playas normandas que fue el principio del fin del Tercer Reich. Recordamos la fecha como “Día D”.
El escuadrón 443 de la Fuerza Aérea Canadiense operó durante la jornada para proteger el asalto en la playa “Juno” y en los días siguientes llevó a cabo operaciones en territorio ocupado por los alemanes.
Diez días después, el viernes 16, el 443 fue desplegado para interceptar una escuadrilla de la Luftwaffe que se dirigía a las líneas aliadas. Al mando del grupo iba el comandante James Hall. Le seguían los pilotos Leslie Foster, C.E. Scarlett, Donald M. Walz, Hugh Russell y Luis Pérez Gómez.
La escaramuza comenzó poco después de las 20:00 sobre Calvados. Foster y Scarlett se mantuvieron en patrón de espera mientras que Hall, Walz, Russell y Pérez Gómez ascendieron en formación de ataque para encontrar al agrupamiento de Focke-Wulf 109, los cazas alemanes llamados “pájaros
carniceros”.
Hall y Russell fueron los primeros en ser derribados y no sobrevivieron. El avión de Walz fue rasgado por la metralla y entró en picada, pero Walz logró saltar. Mientras descendía en paracaídas vio al Spitfire 2I-S MK-607 de Pérez Gómez dar un giro a babor en maniobra evasiva, con varios cazas alemanes en persecución. Había agotado las cartucheras de sus cuatro ametralladoras y dos cañones y estaba en la línea de fuego de las naves enemigas Walz atestiguó los desesperados intentos de su camarada por evadir la puntilla. El Spitfire de Luis Pérez Gómez entró en barrena. Walz contuvo la respiración en espera de que el piloto saltara, pero esto no sucedió. La nave se estrelló en el campo próximo a un caserío.
Walz tocó tierra en un bosque. La resistencia lo rescató y pudo regresar a la base de la RFAC unos días después. Entre los fierros retorcidos del Spitfire 2I-S MK-607 en la campiña normanda quedó el cuerpo de Luis Pérez Gómez, de 21 años, nacido en Guadalajara. Fue el único piloto de caza mexicano en aquel operativo que puso fin al terror nazi. Al cuello llevaba su placa de identificación: CA. J29172 Officer L. Perez-Gomez RCAF. Do not Remove.
Los restos de Luis fueron recuperados por agricultores de Sassy, un poblado vecino. Para impedir que cayeran en manos de la soldadesca alemana fueron sepultados en el cementerio de la iglesia de San Protasio y San Gervasio con un nombre francés.
Después de la guerra los canadienses lo identificaron y en su tumba se colocó una lápida con la inscripción: Flying Officer L. Perez-Gomez. Pilot. Royal Canadian Air Force. 16th June 1944.
Años después Luis fue el centro de una extraordinaria historia, tan singular como la vida breve de un muchacho de Guadalajara, huérfano de madre, que salió del hogar paterno y en un México hoy difícil de imaginar, a los 19 años, decidió no ser indiferente ante lo que estaba pasando en su mundo y protagonizó una hazaña que hoy se antoja increíble.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939, el joven Luis, a punto de cumplir 17 años, decidió convertirse en piloto aviador y enfrentar a la bota nazi.
Quiso enlistarse en la aviación mexicana y fue rechazado. Viajó a Estados Unidos para volar con los gringos y fue deportado. Sin perder el ánimo, peregrinó a Canadá. No hablaba inglés, tenía poco dinero y nadie lo esperaba en aquella tierra extraña.
Se inscribió en la Secundaria Técnica de Ottawa para aprender el idioma y meses después se presentó como voluntario a los exámenes de admisión a la Real Fuerza Aérea Canadiense. Lo impensable sucedió: su tenacidad y firmeza de carácter impresionaron a los reclutadores.
Uno de ellos, el teniente D.H. Morrow, dejó por escrito: “Este muchacho es inteligente y dedicado. Se muestra ansioso por aprender. El que se haya arriesgado en un largo y difícil viaje desde su país para unirse a nosotros amerita que se le dé una oportunidad.”
Ingresó al entrenamiento básico y el 6 de agosto de 1943 recibió sus alas de piloto aviador. Fue asignado al Escuadrón 127 en Darmouth, Nueva Escocia.
En enero de 1944 el escuadrón fue trasladado a Inglaterra en donde se reclasificó con el número 443. Luis estaba al mando de un caza Spitfire, el más avanzados de su época, aún hoy considerado una de las máquinas voladoras más poderosas, letales y bellas en la historia de la aviación de guerra.
Llegar a ser piloto de caza no era algo menor entonces ni hoy. Es la cúspide de la aviación. Que Luis, mexicano y sin antecedentes en la aeronáutica alcanzara ese puesto, habla de una personalidad excepcional y de habilidades singulares.
En aquel camino conoció a Dorothy O’Brien, una chica de 16 años, campeona de baile y de patinaje sobre hielo. Fue amor a primera vista que duró hasta el traslado de Luis al teatro de guerra. La adolescente que se prendió de un joven mexicano en un baile, a partir de entonces alimentó de recuerdos su amor.
Sesenta años después, ya abuela y con ayuda de su esposo, Denis Pratt, un comandante naval jubilado, localizó en Sassy la tumba de Luis y se embarcó en una cruzada para recuperar su memoria.
En 2004 inspiraron un homenaje a la memoria del aviateur mexicain cuyo recuerdo sigue vivo en una región en donde se venera a quienes liberaron al país de la horda nazi. El pueblo de Sassy bautizó su pequeña rotonda en honor del joven mexicano: “Place Pérez-Gómez”.
“Es cierto que los muertos de guerra en realidad nunca mueren. En mis sueños él sigue teniendo 20 años y yo 16”, dijo en una entrevista al Ottawa Citizen.
La corta vida de Luis y su participación en el episodio que frenó la avalancha nazi no cambiaron el rumbo de la historia, pero sí son un ejemplo para todos los que transcurren su existencia arrastrados por la corriente, incapaces de mover un dedo y decidir su propio destino.
El nombre de Luis Pérez Gómez está inscrito en el Libro del Recuerdo que se exhibe en el Parlamento canadiense en Ottawa en memoria de los caídos y cincelado en el Muro de Honor de los pilotos de la RFAC abatidos en la guerra en Brandon.
Los canadienses lo honran como a uno de los suyos. Los franceses lo veneran. Entre nosotros muy pocos lo recuerdan ¿Algún día veremos a un embajador mexicano colocar laureles en el sepulcro de Luis Pérez Gómez en el camposanto de la iglesia de San Protasio y San Gervasio en Sassy? ¿Asistiremos a la develación de una placa con su nombre en el Colegio del Aire en Zapopan en una ceremonia presidida por el Estado Mayor de la Fuerza Aérea Mexicana? ¿Nuestro presidente lo honrará antes de su relevo?
En el documental Águila mexicana … alas canadienses, recuperé la historia de este joven cuya memoria no puede permanecer en el olvido. En la liga al calce los lectores pueden verlo. Fue finalista en los festivales de Cannes y Toronto y primer lugar del certamen “Pantalla de cristal” en la Ciudad de México.