La objetividad del agua
En los tiempos que corren ha tomado carta de naturalidad el relativismo. Gracias al relativismo la objetividad ha sido sometida a las creencias subjetivas que construyen verdades alternativas sobre todas las cuestiones.
Esto que a simple vista puede parecer una curiosidad del pensamiento, sin embargo, no lo es. Puede ser divertido el espectáculo de los terraplanistas tratando de demostrar, a partir de sus criterios de neo objetividad, la planitud de la tierra, pero es cosa diferente cuando los antivacunas absolutos influyen en la voluntad de las personas para evitar la vacuna anti covid-19 y por esa razón mueren millones.
El ataque creciente a la objetividad científica ha debilitado no solo la certidumbre sobre las ciencias también ha vulnerado las políticas que impulsan a estas disciplinas en ciertos países del mundo. En pleno siglo XXI, y como prueba de la falibilidad de la visión historicistas del progreso, los fanatismos, la credulidad, el oscurantismo y la ignorancia están reconquistando la conciencia social.
La masificación de las tecnologías de la comunicación de alto desarrollo, que también desde el progresismo de la historia se apostaba que con ellas arribaríamos al crecimiento del pensamiento objetivo y crítico, nos ha demostrado que está siendo funcional para la superficialidad, la enajenación, la manipulación política, la frivolidad, el aislamiento social, y desde luego para relativizar la objetividad.
Con la misma eficiencia con la que, desde las deconstrucciones del relativismo, se banaliza el cambio climático diluyendo la voluntad de los gobernantes para tomar acciones para prevenirlo y evitarlo, del mismo modo se socavan las certidumbres sobre la ineficacia y corrupción de los gobiernos que conducen a sus naciones al colapso y a la guerra.
El abandono de la objetividad dura para en su lugar instalar las objetividades relativas está teniendo un impacto funesto en los sistemas de planeación y prevención de los gobiernos que deben respaldar sus decisiones en saberes calificados pero que terminan transigiendo frente a las puras ideologías.
Uno de los campos más afectados por el relativismo es el referido al de la relación del homo sapiens con el planeta. El punto crucial de esta relación, la actividad económica, ha sido justificada en su voracidad desde los albores de la revolución industrial y la expansión de los imperios coloniales.
El discurso en torno a esta relación ha evolucionado con tal éxito que la objetividad del desastre planetario ha quedado cubierta por toneladas de ideologías, percepciones triunfalistas del progreso y por el poder de las fortunas acumuladas.
Por ello es tan difícil generar procesos de toma de conciencia frente a una objetividad dura que cada vez se torna más amenazante para la subsistencia de la humanidad. Realidades dramáticas como la deforestación, el cambio de uso de suelo, la pérdida de aguas, siempre tendrán una realidad alterna, una cosmogonía bien elaborada de los beneficiarios que casi siempre se impone pues es la versión de quienes ejercen el poder económico y por ende el político.
Las construcciones relativistas que se oponen a la objetividad dura de la realidad del planeta se basan en conceptos reconocibles por todos, desarrollo, progreso, prosperidad, y en un supuesto existencial que les absuelve de toda culpabilidad: la infinitud inagotable de la naturaleza y del planeta.
La idea de punto de inflexión entre realidad alterna y objetividad dura hace referencia al momento en que los equilibrios naturales se rompen y se generan crisis por la ausencia de aguas, el incremento de la temperatura, la pérdida de alimentos, la emigración por causas climáticas o la inestabilidad y violencia por el control territorial.
Los relativismos que llegaron adheridos a la posmodernidad, sin embargo, están demostrando su inviabilidad para resolver las crisis de los tiempos que corren. Tomaron fuerza como medios para cuestionar los poderes de todo tipo que se construyeron inspirados en la modernidad y la ilustración, sin embargo, han terminado como medios que diluyen cualquier posibilidad de crítica, dejando al final todo tan intacto, como siempre había sido.
Es urgente la constitución de la crítica para reconocer la objetividad dura que nos permita superar los relativismos. El terraplanismo en su versión de negacionismo del cambio climático puede resultar como anécdota, curioso y divertido, pero como referente de conocimiento científico, significa el suicidio para la civilización humana.
¿De qué sirve negar la crisis del agua y quedarse de manos cruzadas cuando la realidad dura y letal acecha a la vuelta de la esquina? La objetividad crítica del agua supera todo relativismo y toda verdad alterna.