Diálogos de vida
“Libertad: paracaídas, el mar y las motos”
El motor o incentivo humano por ser libres es tan fuerte, que el hombre arriesga la vida para ser libre.
¡Sí!, la libertad es una aspiración que nos lleva a arriesgar la vida con tal de ser libres, por ello suena paradójico que dos de los pilares de nuestra cultura Occidental, el matrimonio y la religión, atenten o sean contrarios a la libertad… No debiera extrañarnos, entonces, que por estos rumbos haya tantas personas frustradas o infelices.
Hace años fui invitado por una amiga a viajar al mar con un grupo de mujeres indígenas (Purépechas) en Michoacán, por cuestiones de trabajo no pude acompañarles, pero al regreso, mi amiga me mostró las fotos y los videos: un canto a la vida ver señoras de 50 y 60 años, correr como niñas en la playa zigzagueando para evitar que las olas les mojaran los pies, o verlas sentadas en la arena alzando los brazos mientras las olas les mojaban los pies, las pompis y los vestidos, porque, aunque debería parecernos obvio, ninguna tenía traje de baño,… y es que es dramático que, lo que para muchos de nosotros es natural, como algunas veces ir de vacaciones al mar en el curso de nuestras vidas, para muchas de estas bellas mujeres no era posible, porque, aun siendo libres y viviendo en un país de libertades, como es México, no tenían la libertad de conocer el mar y mucho menos de disfrutar de una vacaciones en la playa, por una sencilla razón; para ser libre, no solo se requiere de un marco legal que te permita hacer lo que te guste sin lesionar derechos de terceros, sino que necesitas contar con los recursos y el tiempo para hacer lo que deseas, lo que ellas no habían tenido, hasta que un grupo de gente linda se cooperó para rentar un camión, pagar sus gastos y llevarlas al mar.
En una ocasión, un amigo me comentó que el momento en el que vivencialmente se había sentido más libre, fue cuando después de mucho pensarlo, se animó a saltar en paracaídas; lo hizo a los 60 años y me dijo estar arrepentido de no haberlo hecho antes; que la sensación de ingravidez al estar flotando en el aire mientras de forma intermitente veía el cielo y la tierra, antes de abrir su paracaídas, era maravillosa, que al flotar en caída libre vivió un momento de éxtasis como nunca antes lo había vivido… Imagino que igual a la sensación de las mujercitas purépechas al mojarse los pies mientras, con ojos azorados, veían la inmensidad del océano que una y otra vez se vertía sobre la playa, sin derramarse y sin cansarse.
¡No!, yo no me he aventado al vacío en paracaídas, y a mis 75 años no creo que lo vaya a hacer, no a menos que una chamacona de treinta y dos años, durante un fin de semana de ternura y aventura me invite y acompañe, lo que al igual que tú, estimado lector, no creo que vaya a pasar. Lo que si les puedo compartir, es que esa sensación de libertad y arrobamiento la he vivido muchas veces montado en una motocicleta, sintiendo el viento sobre mi rostro, mientras maravillosos paisajes de México pasan ante mis ojos; fue así, en motocicleta, que recorrí Yucatán, Michoacán, Tabasco y desde la CdMx hice viajes a Cuernavaca, Puebla y Veracruz… ¡No!, no tengo manera de comparar las emociones de andar en motocicleta y las sensaciones de libertad y unión con la naturaleza asociadas con la de aventarse en paracaídas, lo que sí puedo hacer, es cometer la locura (palabras de mi mujer), de adquirir una motocicleta a mi edad y así revivir las emociones, sensaciones y recuerdos que el tiempo se empeña, sin éxito, en borrar de mi memoria… ¡Así de sencillo!
Un saludo, una reflexión.
Escritor y soñador