La religión en la inteligencia artificial
Inédito revuelo han provocado las alucinaciones gráficas que gracias a la Inteligencia Artificial (AI) se realizan en estos días; como era de esperarse, de la sorpresa y el asombro, hemos pasado a la preocupación por sus efectos en la realidad. Basta una mirada superficial sobre la producción de estas imágenes para notar que los personajes públicos suelen ser los más reproducidos, parodiados, ridiculizados y descontextualizados en estos diseños.
Así, hemos encontrado a líderes políticos en situaciones alucinantes (“Biden ondeando la bandera China” es de las peticiones más frecuentes en el prompt de las AI gráficas) pero las imágenes del papa Francisco con atuendos de alta costura en modo hypebeast asistiendo a bares, antros o raves cambiaron definitivamente el juego con estas interfaces tecnológicas.
Las alucinaciones de la AI sobre el Papa dieron la vuelta al mundo por varias razones: 1. Porque las imágenes tienen un alto realismo fotográfico que, por desgracia, confundió a muchos. 2. Porque la indumentaria religiosa (sotana, esclavina, etc.) fue ‘versionada’ en estilos de moda vinculados al consumismo capitalista; y 3. Porque, para no variar, la clásica provocación de vulnerar los signos religiosos por pura diversión o pretenciosa creatividad (no hay nada más aburrido en el ‘arte’ que la enésima forma de cuestionar superficialmente las instituciones religiosas) aún hiere todavía la sensibilidad de algunos grupos píos que, paradójicamente, popularizan lo que desean se prohíba.
En realidad, sólo dos de ellas son realmente necesarias de atender porque cualquiera que mire con cuidado las obras pictóricas religiosas podrá notar cómo la vestimenta de los ministros de culto y de las congregaciones religiosas siempre cambia con el tiempo. Es decir, sería hipócrita cuestionar la exageración de los atuendos pontificios que realizó la inteligencia artificial cuando el mercado de la moda en sotanas, sobrepellices, clergymen y demás hábitos ciertamente no siempre ha operado con principios de economía, recato o sobriedad.
Pero las otras dos cuestiones sí que requieren amplia reflexión y, sobre todo, quizá necesiten mínimos que concilien la creatividad con la dignidad humana y el respeto a la realidad.
Sobre los riesgos que las AI pueden representar en la realidad. Las empresas han dado varios pasos importantes casi siempre perseguidas por propia conciencia: colocar marcas de agua a las alucinaciones gráficas; restringir el uso de sus interfaces a ciertos espacios y personas; transparentar sus algoritmos generativos. Incluso algunos titanes de las industrias tecno-científica llegaron a solicitar “una pausa” en el desarrollo de las AI para esclarecer algunas dudas que aún se tienen sobre los efectos que pueden tener en la sociedad.
Las AI han sido usadas ya desde hace tiempo no sólo como espacios de diversión o de simplificación de tareas humanas sino como herramientas de toma de decisión y, también –lo más riesgoso– como legitimador “imparcial” de complejos debates éticos y morales que la humanidad ha tenido y tendrá.
En estos días, por ejemplo, se ha recuperado el cuento de Fredric Brown sobre una prodigiosa computadora –la más poderosa de todas– a la que el programador le hace la pregunta sobre la existencia de Dios y que la máquina responde positivamente sólo para definirse como la última deidad absoluta. La frontera de la AI actual no parece tener la arrogancia de aquella del relato pero queda la inquietud sobre cómo responde (e inserta en una aparente neutralidad amoral) frente a complejos aspectos de la dignidad humana, no sólo de su origen sino de su finalidad o las dimensiones trascendentales de su pensamiento, memoria, decisión y juicio.
El problema, como se puede intuir, no es que las alucinaciones gráficas o las respuestas optimizadas de la AI nos ofrezcan mundos, escenarios y relaciones cognitivas extrañas; sino que, la masiva reacción o asimilación de dichas producciones genere condiciones sociales éticas, morales, espirituales o trascendentes naturalizadas desde algo que consideramos neutral o imparcial (es decir, privado de la emotividad y de la debilidad humana) pero que quizá no sea sino producto de algún byte brillando y fundiéndose en un vasto entramado de posibilidades preprogramadas.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe