Indicador político
En su último reporte anual firmado el 6 de febrero pasado sobre la evaluación de amenazas, la oficina del Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos --que controla a las 16 agencias de inteligencia y que fue creada después de los ataques terroristas del 9/11-- expresa su preocupación por la reconfiguración del Orden Mundial que se está dando en el planeta por el cruce de dos variables: la reactivación de los bloques político-militares y los efectos provocados por la pandemia del COVID-19.
En el contexto de la Estrategia de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, el reporte sobre amenazas aterriza la conjunción de información sobre el escenario internacional y plantea una situación internacional compleja dominada por el cruce de dos desafíos estratégicos críticos:
De un lado, las grandes potencias mundiales, las potencias regionales en ascenso y actores no estatales competirán por establecer las condiciones emergentes y las reglas que darán forma a ese Nuevo Orden durante las décadas por venir.
De otro lado, la lista de desafíos globales compartidos es amplia: el cambio climático, la seguridad humana, la seguridad sanitaria y los problemas económicos impulsados por la inseguridad energética y estratégica derivada de la guerra en Ucrania que cumple ya un año.
El dato más importante de todos los planteamientos de seguridad de Estados Unidos se localiza en la centralidad “de los intereses nacionales” americanos como el eje rector de la estrategia americana para conducir la dinámica del conflicto; es decir, subordina los intereses de países y bloques aliados a las prioridades --definidas con claridad en la Estrategia de Seguridad Nacional del Gobierno de Biden-- del american way of life o modo de vida americano o, de manera sencilla, el confort de la élite estadounidense que se percibe como el principio rector de las tareas de Washington como un Estado de seguridad nacional.
A nivel desagregado, la lista de problemas definidos como amenazas a la estabilidad estadounidense es previsible: China, Rusia, Irán y Corea del Norte como jugadores activos, en tanto que define también problemas de funcionamiento del sistema mundial: cambio climático, seguridad sanitaria por virus o armas biológicas, el desarrollo de la ciencia y tecnología autónoma y al margen de controles estadounidenses, la utilización de las armas digitales para establecer líneas gubernamentales autoritarias, la proliferación no controlada de armas nucleares, la crisis económica por la guerra en Ucrania, la dinámica creciente de la migración, el crimen organizado transnacional y el terrorismo global.
El documento del Director de Inteligencia Nacional enlista los problemas de la coyuntura, pero define con claridad la circunstancia del momento: la disputa entre bloques, países y organizaciones por el replanteamiento del Orden Mundial y un largo inventario de efectos no controlados que están provocando las guerras y los problemas sanitarios fuera de control.
La Evaluación de Amenazas de la Oficina de Inteligencia Nacional de la Casa Blanca coincidió en tiempo político con la realización de la Conferencia anual de Seguridad en Munich, esta vez sin las expectativas de 2021 por la derrota de Trump y el clima de inestabilidad de la zona euroasiática. La principal preocupación de los estrategas estadunidenses para los próximos años incluye, desde luego, los efectos aún imprevisibles de la guerra en Ucrania, pero define con claridad la prioridad número uno de inestabilidad mundial que percibe la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos: la consolidación de China como potencia mundial y su papel fundamental en la definición del nuevo Orden Mundial.
El temor estadounidense se describe en una percepción de China ya como potencia mundial en sí misma y con objetivos de expansión territorial y estratégica, a partir de liderazgo del presidente Xi Jinping que acaba de obtener su tercera reelección: la expansión de su influencia en el Este de Asia, el objetivo de engullirse Taiwán, el fortalecimiento de su capacidad de crecimiento militar, la fuerza económica de su comercio, expansión al espacio de la influencia China y la inversión en ciencia y tecnología para competir con los estadounidenses, además de las actividades clandestinas en el ciberespacio sobre todo en materia de espionaje.
Aunque no se perciben en el escenario internacional más que indicios de competencia y conflictos localizados, la inteligencia estadounidense trata de englobar la acumulación de irregularidades en el momento actual que define como de redefinición de un nuevo Orden Mundial, aunque no tanto en materia de nuevos modelos económicos o políticos o guerras de recomposición territorial, sino más bien como efectos de problemas fuera de control como el del crimen organizado transnacional sobre todo alrededor del problema internacional de tráfico y consumo de drogas.
El Gobierno de Beijing está enfrentando problemas más graves en lo interno --como en el terrorismo doméstico, la migración violenta, el incremento de la delincuencia, los tiroteos masivos y la falta de expectativas sociales del empleo-- como para otorgarle mayor prioridad a la reorganización mundial. La Casa Blanca de Biden no ha podido posicionar con claridad y determinación a Estados Unidos en la crisis internacional, como se ha visto en limitada interpretación del corto plazo en Ucrania, las crisis nacionales en Europa occidental, el descuido en África y la falta de una estrategia para atender las graves crisis nacionales en América Latina y el Caribe.
Al escenario internacional se acaba de unir ya la crisis en el proceso de elección presidencial estadounidense en 2024, con un Donald Trump que quiere ser candidato republicano y regresar a gobernar la Casa Blanca.
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@carlosramirezh
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