Nudos de la vida común
Amar ser mujer
“Anónimo era una mujer”
-Virginia Wolf
Ya es marzo otra vez. Las calles se vuelven a vestir de morado para mantenernos conscientes de la deuda histórica de la humanidad con las mujeres, no para que se pague pues no hay forma de compensar a aquéllas que vivieron bajo el abuso, o al menos el desprecio, sufrido por su naturaleza femenina, sino para que eso pare de una vez.
Todos y todas tenemos derecho a un amor primario: amarnos a nosotros mismos y mismas, con los dones y rasgos particulares de cada quien. Amar ser mujer no debería ser un privilegio de unas pocas que han logrado vivir libremente su naturaleza, sino un derecho de todas a sentirnos orgullosas y apreciar nuestra forma única de ser persona en el mundo.
Ser mujer no puede seguir siendo una condición que defina, delimite o proyecte cómo debería ser la vida de una fémina, para que sea socialmente aceptable o incluso conveniente. La vida misma ha demostrado que los estándares impuestos a las mujeres son frágiles por ser construcciones sociales y no naturales. El poder de la fuerza corporal masculina que le dio a los hombres el rol de proveeduría y protección de la familia, se desbarata en el momento en que una mujer tiene que enfrentar la vida sola, por el motivo que sea, y logra hacerlo exitosamente.
Menstruar no debería ser vergonzoso; esa sangre que se derrama cada periodo tendría que ser una alabanza a la posibilidad de seguir transmitiendo la vida y de proyectar la continuidad de la especie humana hacia el futuro. El acceso a productos de higiene y salud que permiten a las mujeres sentirse más cómodas y sanas durante y debido a su periodo, no debería ser un objeto de lucro que distingue a quienes pueden adquirirlo de quienes no, sino que debería ser una responsabilidad comunitaria atender esas necesidades como un tributo a la vida misma.
El cuerpo femenino no debería ser ocasión de morbo ni estar sujeto a demandas absurdas de tallas, formas o colores, pues no es un medio de satisfacción sexual, sino de la expresión de ese espíritu inimitable que lo habita. Un cuerpo femenino no está para ser elegido, sino para ser amado. Pero primero, por ella misma.
Pero esto no se trata de un cliché barato que aparece en una publicación en redes. Se trata de la negación a las mujeres del derecho a amarse a sí mismas. Social y culturalmente, se brindan muchos elementos para que una mujer no se ame así misma: recibir amor y aprecio está relacionado con lo atractivo de su cuerpo, y esto, con su talla y formas, lo cual raya en lo irreal y contranatural. Nada es suficiente para ser totalmente apreciadas. Incluso, ha habido incontables historias reales y ficticias, de mujeres que para poder desarrollarse según sus propios anhelos, necesitaban hacerse pasar por hombres. Y por cierto, hasta la fecha, la etiqueta de negocios para mujeres impone el traje sastre a usanza masculina.
Las habilidades laborales de las mujeres son constantemente puestas en duda y más aún entre oficios y profesiones tradicionalmente realizados por varones. El hecho de ser madre ha sido asociado por mucho tiempo y de manera insensata con un desempeño menor en el trabajo, imponiéndose así el techo de cristal. La inteligencia emocional de la mujer se relaciona históricamente con debilidad o falta de carácter, aunque recientemente, se le ha empezado a reconocer algunas ventajas, por lo que cuando una mujer asciende en la jerarquía organizacional, se le concede el puesto de recursos humanos o de responsabilidad social, como una pantalla para proteger a la empresa de críticas por sus prácticas organizacionales o de falta de equidad de género.
Y seamos sinceros: desde el embarazo, ser mujer se ha experimentado como una decepción. Hasta hace una generación, era muy común que un padre padeciera cierta desilusión al enterarse de que el bebé en camino, era mujer y no hombre como él, y por el contrario, engendrar a un niño lo llenaba de orgullo. De ahí las atrocidades que sucedieron en países como China donde la política de un solo hijo como control de la población que se mantuvo vigente hasta el 2015, se llevó al extremo con los aberrantes abortos selectivos por género.
Necesitamos dejar de contar la anécdota de la “primera mujer que…” para motivar y sensibilizar hacia la equidad de género para pasar ya a la normalización de la autoapreciación femenina.
Independientemente del tema de violencia y abuso contra la mujer, que es urgente y que no debería estar más a discusión, necesitamos de un nuevo feminismo que nos recupere a las mujeres, nuestro derecho a amar serlo, para hacer posible la plenitud femenina y la verdadera igualdad en nuestra vida común.