Nudos de la vida común/Lilia Patricia López Vázquez
Corazón azul
Tras la conducta de uno, depende el destino de todos
-Alejandro Magno
México ocupa el tercer lugar mundial en el delito de trata de personas. Nuestro territorio, por su situación geográfica, social y económica, juega un triple rol en este crimen: país de origen, tránsito y receptor.
Aún cuando la trata de personas no distingue sexo, raza, status socioceconómico, ni edad, la gran mayoría de las víctimas son mujeres, niños y niñas. Los propósitos más comunes de este crimen en México son la explotación sexual y la mendicidad, aunque no estamos exentos de otros fines igual de aberrantes, como los trabajos forzados, reclutamiento para el crimen organizado, el tráfico de órganos, así como el matrimonio y el embarazo forzados.
Las circunstancias que aceleran el crecimiento de la venta de personas, son la pobreza, el abandono social, la migración y situaciones de vulnerabilidad como hambrunas, guerras y genocidios, así como problemáticas domésticas, como violencia, desintegración y abandono intrafamiliar. Todos estos factores de riesgo están presentes especialmente en América Latina. A eso se le agrega la dinámica que se crea por la cercanía geográfica con países de alto poder económico, que aprovechan tal vulnerabilidad para hacerse de personas para los ilícitos que hemos mencionado.
La captación de víctimas generalmente ocurre por fraude y engaños -prometiéndoles un trabajo que aliviará las condiciones de pobreza o violencia que sufre la persona en ese momento- o por amenazas sobre la vida de su núcleo familiar. Su estado de vulnerabilidad y la intimidación permanente sobre ellas, imposibilitan que puedan escapar por sí mismas de esta situación. Como en casi todos los casos de abuso y acoso, quién puede hacer algo para poner fin a este crimen, es el testigo.
Este es un delito que está “oculto a simple vista”: niños y niñas que piden caridad en un semáforo o que trabajan haciendo suertes para entretener a conductores y pasajeros a cambio de monedas; empleadas domésticas de tiempo completo que tienen deudas grandes con sus propios patrones; obreras en fábricas o recolectores agrícolas que viven dentro de las instalaciones en condiciones de esclavitud, bajo el pretexto de que se les proporciona comida y hospedaje; personas trabajadoras sexuales que son regenteadas por padrotes que las amenazas a ellas y a sus familias; niñas vendidas como esposas por que “así es nuestra cultura”. Decepcionantemente, hemos normalizado todos esos hechos. Los observamos y seguimos nuestro camino, con total indiferencia y perpetuando el abandono social que viven estas víctimas.
Desde hace años, existe una campaña internacional llamada “corazón azul”, la cual tiene como objetivo sensibilizarnos a este problema global para que dejemos de ser espectadores y nos convirtamos en testigos activos.
El primer paso, es tomar consciencia de este problema y educarnos y educar a otros. En la prevención, las medidas de corto plazo es la difusión de lo que es la trata de personas e identificar causas de vulnerabilidad y señales de alerta. En el largo plazo, por supuesto, es el desarrollo comunitario que combata la pobreza y reconstruya el tejido social.
El segundo paso, es tomar acción. Los indicios más comunes de que alguien está siendo víctima de trata son que la persona no tiene documentos de identidad, o que son falsos; normalmente es vigilada cuando se traslada de un lugar a otro, o bien, otra persona habla por ella cuando se le pregunta algo; tiene deudas que no corresponden a su forma de vida; ha estado en varios lugares y se muestra desorientada sobre su origen o destinos inmediatos cuando está en tránsito; tienen una apariencia desaliñada o presentan huellas de maltrato físico o psicológico; tienen dificultad para hablar el idioma, o platican historias incoherentes, entre otros. Cuando observamos algunas de estas señales, tenemos la obligación moral de denunciar, acudiendo a organismos defensores de derechos humanos o utilizando mecanismos de anonimidad. Se, estimados lectores, que en este momento están pensando que denunciar es ponerse en el blanco de estos criminales. Sin embargo, no hacerlo es contribuir a que el abandono social que causa tanta vulnerabilidad y a su vez deriva en inseguridad y delincuencia, siga expandiéndose. Este ciclo de temor y delincuencia debe romperse, y solo puede hacerlo un testigo activo. Si la desconfianza en las instituciones locales nos lo impide, siempre podremos recurrir a los organismos internacionales de defensa de derechos humanos, los cuales son accesibles gracias al desarrollo tecnológico de las comunicaciones. Si no soy yo, ¿quién?
La campaña corazón azul toma este color por la tristeza que viven las personas víctimas de la trata. Ayudemos a que el corazón de nuestra vida común, vuelva a latir en rojo, por el amor a la vida y a la humanidad.