Esclavos del crimen… y de sus padrinos
Con el paso de los años a los mexicanos nos han convertido en esclavos del crimen. Nuestras libertades han sido acotadas o abiertamente conculcadas por las organizaciones delincuenciales. La libertad de tránsito, la de comercio, la de trabajo, la de propiedad, el derecho a la paz y hasta el derecho a la vida han pasado a depender de ellos.
El imponente avance de la bota criminal ha transitado por sexenios de todos los signos políticos, y también en todos, la claudicación gubernamental ha sido un hecho demostrable. Los criminales han aprendido de sus tropiezos y derrotas parciales y han sabido penetrar con éxito las estructuras del poder político y económico.
Su sentido pragmático los ha llevado a establecer alianzas con gobiernos de todo el espectro político. Para ellos la grima ideológica por algún color es un estorbo que jamás cargarán. El negocio criminal al final no conoce ninguna ética, y ello lo han demostrado llenando al país de sangre, cadáveres y desaparecidos.
La empresa criminal ha prosperado tanto que han abandonado la penumbra, la clandestinidad y la vergüenza para instalarse públicamente como un fenómeno normal, incluso aplaudido por algunos grupos sociales.
La apología que sobre sus “hazañas” sangrientas, el uso de armas letales, la extorsión, el secuestro y la defenestración de militares, policías y funcionarios públicos, se hace a diario en redes sociales, en series, películas y medios tradicionales, les concede la victoria frente a la sociedad que busca el imperio del Estado de Derecho.
Hemos pasado de ser una sociedad en tensión contra la bestia a una sociedad subordinada a la amenaza y el miedo a la muerte que acepta en los hechos el pago alterno de impuestos para sostener su empresa. Empresa que invierte millones en los medios para aniquilar, aterrorizar y someter a sus subordinados “contribuyentes”.
Si quisiéramos expresar en pocas palabras la esencia de la historia del crimen organizado en México tendríamos que decir que es la historia de la derrota recurrente del Estado frente a los capos. Y tendríamos que agregar también que es la historia de la derrota permanente de los pacíficos, de los ciudadanos que viven creyendo que el Estado debe imperar. Los #GuacamayaLeaks corroboran los que antes eran hipótesis.
La victoria del crimen ha sido también la victoria de las élites políticas que corrompidas en aras del poder y la construcción de fortunas formidables para financiar su estatus de jerarquía han aceptado gustosas los padrinazgos que les aseguran la continuidad. Es pues, también, la historia de la entrega del Estado a los criminales.
La hipótesis de que el control del territorio mexicano se estructura a partir del binomio crimen organizado y élites políticas corrompidas, ha quedado confirmada por los documentos filtrados por los hackers de #Guacamaya. Con horror corroboramos que la “ausencia” del gobierno en ciertos territorios a lo largo de los sexenios no ha sido una casualidad ha sido el resultado de acuerdos.
Entregar a la población como tributo a las fauces de los sicarios de los grupos delincuenciales es un crimen infame de lesa humanidad que debiera ser anotado en la agenda de los civiles pues es una vileza que debe castigarse con todo el rigor de la ley. Debiera construirse ya la lista de hechos y de políticos para que no sean olvidados por nuestra historia.
El enemigo más importante de los mexicanos —más allá de ideologías y de odios inducidos de manera perversa—, es la delincuencia organizada promovida desde el gobierno, con su cauda de dolor, destrucción económica y moral, muerte y podredumbre. Es un enemigo que habita en nuestro territorio, tal vez more en nuestras casas y se pasea por nuestras calles, carreteras y caminos, con seguridad está en nuestras redes sociales, del otro lado de la línea telefónica y aún peor está atrás de escritorios en oficinas que quisimos creer que eran respetables.
Todos los mexicanos tenemos el deber de repensar la estrategia para derrotar a quien ha causado tanto dolor en nuestros hogares y nos mantienen esclavos de su bestialidad. Para que vaya a las causas tendrá que mirar y desenmascarar a las élites políticas con las cuales conviven y comparten el sanguinario botín. Se deberá entonces arrancar el bicéfalo mal: políticos y criminales.
Frente a los hechos abrumadores que demuestran el avance del crimen la estrategia de abrazos y no balazos resulta absurda y una franca burla a los miles de hogares desgarrados por las pérdidas. Como absurdo es tener a las fuerzas armadas como pilar de la lucha contra los criminales cuando el lema de la estrategia es “abrazos no balazos” ¡cuando el ejército es especialista, precisamente, en echar balazos!
Mantenerse en ello es o falta de sentido común o abierta perversión política, es decir, no se quiere al ejército en las calles para detener criminales sino para usarlo políticamente.
La cuota de dolor y sangre que históricamente hemos pagado y que seguimos pagando ahora por una estrategia ineficaz debiera ser el argumento central para reconsiderarla. No hay casa en nuestro país en donde no se llore a un ser querido. ¿Cuánto dolor y cuánto llanto se necesitará para gritar la inconformidad? ¿Cuánto más se necesitará para dejar de ser esclavos del crimen y señalar a los verdaderos enemigos?