Libros de ayer y hoy
El silencio, la ambigüedad y el compromiso en el 68
Teresa Gil
Pocos acontecimientos han mostrado los diferentes rostros de los mexicanos, como el Movimiento del 68. Al grado de que hasta ahora 54 años después, se despejan dudas, se profundiza en casos y se sigue refrendando la idea original: fue una represión que expresaba ya la descomposición de un sistema autoritario y dictatorial que había centrado su poder en el individualismo presidencial. Hay ideas plasmadas, profundas y fundamentadas, que giran en torno a como lo institucional, lo que debe prevalecer en las normas, fue más importante que la vida de centenares de jóvenes masacrados. Más cuando se supone que esa integridad oficial debe girar en función de la vida, de los que integran un estado; cualquiera que sea la situación. El, “A mi ningún hijo de la chingada me va renunciar”, la respuesta del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz ante la renuncia del secretario de la SEP Agustín Yáñez”, sucia y beligerante frase, no fue sino un punto del autoritarismo que ya se acunaba en ese gobierno. Lo fundamental estaba en las instituciones mismas, en el uso de la fuerza del estado para convalidar principios y salir triunfante mientras centenares perdían la vida.
El deporte frente a la vida y el PAN, exhibidos en el 68
El movimiento del 68 presentado desde diferentes posturas en libros y análisis públicos, no ha señalado lo suficiente sobre el espectáculo deportivo que influyó sobre la vida de muchas personas. Aparte de un gobierno que quería figurar en el mundo y que no se detuvo en gastar más del 90 por ciento de la inversión de la XIX Olimpiada, en un país en el que ya repuntaban millones de pobres, hubo muy poca sensibilidad de deportistas y jerarcas del deporte.. En el acto en el que participaron 5 mil 516 atletas de 112 países con 172 eventos propiamente olímpicos, las referencias a la represión del gobierno fueron sesgadas, laterales. La justificación de conservar incólume al estado de parte de Díaz Ordaz, fue asumido por los organizadores del evento y todo se centró desde el 12 de octubre a 27, en el desarrollo de los eventos, los triunfos, los premios y algún detalle que llamara la atención como el saludo negro de dos participantes. Agredidos, perseguidos, algunos ya en la cárcel, los del Movimiento dieron una tregua para que el acto se realizara, mientras una gran población metida en la mayoría silenciosa, prefería ver por televisión los sucesos de la Olimpiada. Un rumor se movía no obstante en una gran parte de la sociedad que conmovida ante los actos represivos de Tlatelolco, matizaba en contrario los hechos, el deportivo y el represivo. Mientras, otras fuerzas se hacían las omisas. La derecha del PAN prefirió hablar de pacifismo y moral y los empleados, personajes reconocidos de Díaz Ordaz, se sumaban a su justificación de la muerte. “Ningún hijo de la chingada”, aparte de Yáñez, y Octavio Paz, se atrevieron a renunciar y a alzar la voz. Pero los cambios, siempre acechados ahora, se iniciaban en el país.
Elena Garro responsabiliza a intelectuales de los hechos
Cuando las décadas pasan, las ideas se acomodan a los intereses de la gente. Mientras se discute el verdadero papel que jugaron los intelectuales en aquella etapa, hay quienes urgen a limpiar rostros y buscan rescatar nombres señalados porque consideran superior la literatura a la vida. No se ha podido hacer por ejemplo con el poeta Salvador Novo, pero si hay una permanente búsqueda de limpiar la cara a la ex esposa de Octavio Paz, Elena Garro, convocando a promover y leer su literatura. El valor de las letras, del arte, frente al valor de la vida; larga y absurda discusión. Garro en esos momentos de la represión, no señaló a Díaz Ordaz, sino que acusó a un sector de intelectuales de haber sido los causantes de los hechos al envenenar a los jóvenes con “ideas extranjerizantes y sediciosas”. El 7 de octubre del 68, en El Universal. la escritora lanzó un libelo en el que no hay duda de la defensa que hacía a favor del régimen díazordacista, sino que aparte refrendaba lo que ya se decía de ella y su hija Helena. En ese escrito se sostiene que un grupo de intelectuales entre los que estaban Pablo González Casanova, Fernando Benitez, Carlos Monsiváis, Luis Villoro. Juan García Ponce, Víctor Flores Olea, entre otros, fueron los “responsables directos” por el contenido de ideas extranjerizantes y textos sediciosos con los que se contaminaba a una sana juventud “que virginalmente se preparaba para hacer una entrada en la modernidad”. A esas posturas sobre las que Garro lanzaba el acuse a una embarcación peligrosa, se sumó su hija Helena con las diatribas que entre a otros, lanzó al rector de la UNAM, Javier Barros Sierra. Ambas, de acuerdo a la tesis Elena Garro y el 68, la Historia Secreta (UNAM 2011) estuvieron ocultas la noche anterior del 68, en una pensión de una antigua criada, cercana al centro.