Cambio de uso de suelo y sentido común
Cambio de uso de suelo y sentido común
Julio Santoyo Guerrero
Suele decirse que el sentido común es el menos común de los sentidos. Y hay mucha razón en ello. Como verdad obvia se asume que el cambio de uso de suelo es uno de los problemas que es imprescindible detener. Sin embargo, a pesar de la obviedad, el ritmo de deforestación y cambio de uso de suelo continua imparable.
México no cuenta con una política para contener y revertir esta degradación que niega el derecho constitucional a un ambiente sano para todos como lo señala el artículo 4° constitucional. No obstante que en las leyes en la materia el cambio de uso de suelo esté prohibido la realidad camina en la dirección opuesta.
A México se le reconoce por estar en los primeros lugares de deforestación en el mundo. Nuestra tasa de deforestación anual es de 166 337 hectáreas y esto representa el doble de lo que ocurría hace 20 años. Es decir, que tenemos mucha prisa por llegar a la desertificación.
Siendo más puntuales es preciso poner de relieve que entre todos los estados con deforestación y cambio de uso de suelo sobresalen la península de Yucatán, Chiapas, Michoacán y Jalisco. Estados que deberían estar bajo una observación especial por las instituciones ambientales, por sentido común, pero no es así.
No es una sorpresa que Michoacán y Jalisco estén en esta lista del apocalipsis ambiental. El factor de mayor presión para el cambio de uso de suelo en las últimas décadas proviene del cultivo de aguacate y de frutillas. Y durante todos estos años los gobiernos han fracasado por completo en su deber de hacer valer la ley e imponer el orden.
La pérdida de bosques en favor del cambio de uso de suelo no es un fenómeno menor que deba trivializarse. La desaparición de bosques arrastra con ecosistemas y sus especies, reduce las zonas de infiltración de agua, modifica los patrones climáticos de las microrregiones y es causal del cambio climático global.
Por sentido común esta cuestión debería estar ocupando a gobernantes y ciudadanos llevándonos a un gran debate con la pretensión de diseñar y aplicar políticas para frenar y revertir esta ruta suicida.
Lamentablemente está ocurriendo lo contrario. Existe una apología oficial en favor de los sistemas productivos no sustentables y una banalización de la importancia de los bosques y sus ecosistemas. Es todo un discurso que se corresponde con la cancelación o disminución del presupuesto para las tareas de cuidado ambiental.
Cada año, en el caso de Michoacán, se achican los bosques en un promedio de 60 mil hectáreas. El dato, sin embargo, está muy vacío porque no se incluye el número de especies extinguidas, la cantidad de miembros de cada especie dañados o los metros cúbicos de agua perdidos por ese motivo; o incluso más: el daño potencial a las demás actividades productivas del estado y a la calidad de vida de los michoacanos.
Se prevé que la velocidad de devastación de los bosques se incremente y la complejidad del problema se agudice. La razón es que el crimen organizado ha tomado el control de la tala ilegal, la inducción de incendios, el cambio de uso de suelo y la operación del negocio del aguacate inmobiliario. Es decir, el panorama no es nada alentador.
La velocidad con que se realiza diariamente esta devastación y considerando la tendencia criminal que está tomando esta problemática deberían ser motivo para que el gobierno declarara la emergencia ecológica y de seguridad en el sector de bosques y aguas, y junto con esta declaratoria poner en práctica las acciones necesarias para frenar, mitigar y revertir el daño que hasta ahora se ha hecho.
Si no hay freno ahora en 15 años habremos consumido todos nuestros bosques y el costo para toda economía y toda sobrevivencia será tal que la vida civilizada como hoy la conocemos no podrá ser posible.
Es de sentido común que el gobierno realice esta declaración de freno al cambio de uso de suelo y someta al orden los grupos responsables de ello. Pero como no es tan común ese sentido, lo que con seguridad veremos es la continuidad del ecocidio para al final terminar siendo encarados a una realidad que nos hará pagar un costo elevado, carente de todo sentido.