Itinerario político
¡Tlayuda vs burger: Presidente clasista!
Ricardo Alemán
Le salió de lo más profundo de su clasismo cuando, de manera pública, el presidente mexicano convirtió en dilema de Estado la lucha entre la tlayuda y la hamburguesa.
Y es que sin percatarse de la desnudez de su retórica, López Obrador nos regaló la génesis de la “tragicomedia” llamada Cuarta Transformación.
En efecto, resulta que detrás de su ignorancia y de todos los desatinos del mandatario; detrás de sus odios, sus necedades y obsesiones sobresale su prejuicio clasista contra los otros.
Sí, contra la derecha, los “fifís”, conservadores, académicos, adinerados y críticos que han escalado peldaños sociales gracias a la cultura del esfuerzo.
Por eso, por el odio presidencial a sus enemigos de clase, López ordenó una rabiosa destrucción de la obra más grande en la historia, el Aeropuerto Internacional de Texcoco, conocido como NAIM, y que fue concebido como un lujo para México y los mexicanos.
Una destrucción obsesiva que, en su génesis, dibuja al rencor clasista de poderoso presidente López quien, en una supuesta defensa de sus iguales, --los pobres--, avasalla a los otros, a quienes piensan distinto, a los que disientes y critican sus obsesiones y sus dislates; todos ellos presuntos “clasemedieros” que disfrutarían del NAIM.
Y por eso se le encomendó “al pueblo uniformado” la edificación de una rupestre “central de aviones” en donde los pobres “no serán apantallados” y hasta pueden seguir su destino manifiesto como ambulantes; una obra que, al mismo tiempo, expresa el rencoroso: “¡tengan su aeropuerto fifí!”.
También por eso el “decretazo del día”, que entre la risotada de sus corifeos convirtió al Lago de Texcoco y sus alrededores en Zona Ecológica Protegida, para que a nadie se le ocurra construir otro NAIM, lo que se debe traducir con la no menos rencorosa expresión coloquial: “¡tengan para que aprendan!”.
En el fondo, la irracional destrucción del NAIM y el colosal desfalco que significó la necia edificación de la tontería motejada como IFA no son otra cosa que la típica pulsión vengativa de un dictador.
Sí, un hombre con poder absoluto y sin contrapesos de Estado que responde a su tendencia discriminatoria de una clase social que, según él, es moralmente superior –el pueblo bueno--, y que busca “castigar” a los “fifís”, a la derecha, a los conservadores, privilegiados, acomodados y corruptos.
Dicho de otro modo: la destrucción del NAIM y la construcción del AIFA son hasta hoy los mayores monumentos a los prejuicios sociales del dictador mexicano.
Prejuicios que, como en toda dictadura, se traducen en una política de gobierno y de Estado que llega a extremos demenciales como asegurar que la educación de tiempo completo “es un privilegio”.
Prejuicios que, sin chistar, son adoptados por los más acomodados del gobierno lopista, por los conservadores de Morena, por los “fifís” del gabinete, “los señoritingos” del empresariado lopista y, claro, por los acaudalados aduladores del dictador de Palacio.
Sí, la ilegal y costosa destrucción del NAIM y la construcción caprichosa del AIFA son el autorretrato de un clasista que no sólo reafirma su pertenencia al grupo social “de los moralmente superiores”, sino que castiga a sus enemigos de clase; se llamen conservadores, privilegiados, pudientes de derecha, acomodados, ricos o periodistas críticos de su locuaz proceder.
De esa manera, como todo dictador clasista, López Obrador asume que su persona y su cargo presidencial son la encarnación misma de una clase social que, por primera vez, alcanzó el poder absoluto.
Por tanto, el presidente del pueblo bueno y de los pobres, actúe siempre en defensa de esa clase social y en contra de los otros; de los que no forman parte del “pueblo bueno”.
Y también por eso el culto “a la tlayuda”, el nutritivo “alimento popular” y el estigma a la hamburguesa, “la torta gringa”, cuya mera pronunciación resulta imposible para el clasista presidente mexicano que vive en un Palacio, a todo lujo, con 150 sirvientes listos para atender su exquisito paladar experto en degustar garnachas y tacos de chipilín.
Pero si aún dudan del clasismo “lopezobradorista”, el propio huésped de Palacio nos regaló una nueva prueba cuando, horas después del dilema de Estado entre la tlayuda y la burguer, salió en defensa de otro de los monumentos a su prejuiciada investidura: el Tren Maya.
Como saben, un grupo de “famosos” emprendieron una campaña a favor de la preservación de la naturaleza y en contra del daño ecológico que está causando la construcción del Tren Maya en el sureste mexicano.
Los participantes en esa protesta colectiva –algunos de ellos incluso ex aplaudidores de López--, detallan el daño al medio ambiente, a las selvas, los bosques y el agua.
Todo ello sin contar con el desplazamiento no sólo de la fauna nativa sino de poblaciones enteras que deberán modificar por completo sus hábitos ancestrales.
A la denuncia se suma la reedición de otra de las tragedias olvidadas en el gobierno de López Obrador; el asesinato de 98 defensores de la tierra, el agua y los bosques, en todo el país; tragedia que no parece importarle a nadie.
Sin embargo y, por increíble que parezca, la respuesta presidencial a los críticos del Tren Maya fue la misma; el clasismo bananero de Palacio.
Y es que el presidente acusó a los manifestantes contra el Tren Maya de ser parte de “los conservadores”, de la derecha y de pertenecer a los fifís acomodados que estarían vendiendo su protesta a cambio de 30 monedas.
Y hasta les dijo que en los gobiernos anteriores no protestaron por el daño ecológico que provocaron obras púbicas que causaron verdaderos daños.
Es decir, de nueva cuenta reapareció el prejuicio presidencial clasista; un prejuicio arropado por una monumental ignorancia y por el culto al engaño, la mentira y al “amado líder”.
En suma, un presidente clasista, como López Obrador, descalifica a todos aquellos mexicanos que no comulgan con su gobierno, con su pensamiento y con sus otros datos. Ese es el verdadero clasismo de Palacio.
Al tiempo.