Índice político/Carlos Ramírez
Echeverría no fue un monstruo, sino un sujeto histórico del PRI
Sin más justificación que haber alcanzado ayer 100 años de vida, la revisión de la figura política del expresidente Luis Echeverría Álvarez sigue ajustándose a las pasiones individuales y no al análisis histórico de la circunstancia, la figura y la política en el periodo 1970-1976.
Por más que se acumulen acusaciones sobre casos específicos de represión, el error analítico consiste en personalizarlas y excluirlas de la dinámica del desarrollo contradictorio del sistema político priísta. Echeverría no fue el monstruo que un día decidió ordenar una matanza sin ton ni son, sino que representó la necesidad del endurecimiento político para seguir manteniendo al PRI en el poder ante la acumulación de presiones sociales y democráticas desde 1946.
Este enfoque no excluye la responsabilidad histórica de Echeverría como el encargado de tomar decisiones, pero tampoco lo debe determinar como responsable histórico de la radicalización represiva del sistema. En este sentido, el enjuiciamiento debiera ser del sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional que fundó la clase posrevolucionaria y priísta para mantener el poder con concesiones populistas de un Estado social y represiones autoritarias prácticamente desde la fundación sistémica con la Constitución de 1917.
El enfoque político para analizar la labor pública de Echeverría debe ser histórico y sistémico y no personal. El uso de la represión política para mantener al PRI en el poder comenzó, en los hechos, en 1951, tuvo endurecimientos públicos en 1958 con el encarcelamiento de sindicalistas comunistas, creó el simbolismo del 68 en Tlatelolco, se explayó con el silencio social en la guerra sucia contra la guerrilla armada y fue derrotado de manera política en 1994 cuando la sociedad impidió la guerra de aniquilación contra la guerrilla zapatista y obligó al entonces subcomandante Marcos aceptar las reglas de negociación del sistema priísta.
En este sentido, el modelo de represión del PRI para mantenerse en el poder contó con la complicidad y el voto de la sociedad y con la inutilidad práctica de la oposición del Partido Comunista, del PAN y del PRD. Y ante la derrota histórica del PRI en el 2000, el voto social le regresó la victoria al candidato priista Enrique Peña Nieto en el 2012, sin que el PRI mostrara imágenes de arrepentimiento y de cambio.
Y hoy el PRI que se presenta como alternativa a lopezobradorismo es una calca del mismo PRI del pasado, sin que haya cambiado su configuración histórica y sin haberse disculpado con el pueblo de México por su pasado. De ahí la importancia de tener claro que Echeverría fue una pieza importante de la maquinaria sistémica priísta y que nada de lo que haya hecho fue personal, sino que correspondió a la dinámica de las contradicciones políticas de un régimen cerrado.
Hoy se culpa Echeverría de Tlatelolco, pero sin analizar las circunstancias del momento por una balacera iniciada por provocadores del lado estudiantil y sin acreditar la responsabilidad directa del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz por su gobierno represivo, y también sin encontrar una continuidad histórica en la represión contra la disidencia sindical democrática del presidente Ruiz Cortines en 1958, del presidente López Mateos en el asesinato del líder social Rubén Jaramillo, del presidente López Portillo por la guerra sucia contra la guerrilla, del presidente De la Madrid por los más de 500 perredistas asesinados, del presidente Zedillo por la matanza de Acteal y del presidente Peña Nieto por mantener la guerra de Calderón contra los cárteles del crimen organizado.
Condenar a Echeverría por Tlatelolco implicaría una ceguera histórica para entender que la violencia de Estado --definida por el politólogo Samuel Smith cómo el derecho del Estado, contrario al Estado de derecho-- el 2 de octubre del 68 fue producto irresponsabilidad del sistema/régimen/Estado priísta y que la violencia institucional comenzó con la lucha por el poder en 1920 y desde entonces México tiene una estructura autoritaria y represiva de poder, duro o blando, pero al final de cuentas como una fuerza para dominar al otro.
Así pues, hay que evaluar Echeverría como un sujeto sistémico del PRI y su sexenio como parte del lado oscuro del priísmo.