Política y politiquería/Lucero Pacheco Martínez
La Secretaria de Educación del país, perdío ayer toda credibilidad. La corrupción en el Gobierno Federal se ha conventido en una pesadilla para el presidente, porque quienes juraron desterrarla son hoy los protagonistas.
Dijeron que cuando Gobernaran, la corrupción terminaría, pero eso no se cura con la llegada de un sermoneador al Palacio Nacional, no se cura con el aura de santidad.
Es doblemente trágico que no solo no se haya cumplido con esta promesa, sino que su práctica se propage como virus entre los cercanos al presidente, a quien por cierto, la corrupcón le ha pegado más que el Covid.
Recién en esta semana el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) acreditó que la hoy titular de la SEP, Delfina Gómez, autorizó la retención de salarios a trabajadores del ayuntamiento de Texcoco que fueron utilizados con fines políticos.
Cualquiera en su lugar y en comunión con los principios de “No robar, no mentir y no traicionar ” se separaría de su cargo y se pondría a disposición de las autoridades, eso sería lo moralmente correcto.
El caso de Delfina Gómez, no es ni el primero ni el último, a lo largo del presente gobierno han estallado al menos 36 casos de corrupción; entre compras irregulares, nepotismo, falta de transparencia y entrega de apoyos sociales.
El cinismo es que, aquellos que durante años simularon ser quienes no eran, ahora no saben cómo salir del ruinoso laberinto.
Ahí en esa simulación está el origen de la corrupción.
El drama también es el de una sociedad que toleró esa mentira a cambio de una supuesta paz y crecimiento, para la que ya es intolerable vivir en ese engaño.
Si realmente el presidente combatiera la corrupción, actuaría de la misma manera en que actúa en contra de sus no aliados.
Al tiempo.