El parlamento del presidente/Federico Berrueto
Para una persona que tiene alto aprecio de sí misma, sucede igual con lo que hace. Caso del presidente López Obrador y sus comparecencias matutinas. Este lunes, ante la presencia del ex líder del Partido Laboralista británico, Jeremy Corbyn, afirmó que las comparecencias diarias son como un parlamento que tiene que ver con la información, aunque distinto porque no se acuerda nada, para eso está el Poder Legislativo.
De lo dicho, al menos tres aspectos no son ciertos. Primero, la esencia del parlamento es el debate, que se desarrolla en un ámbito de libertad, igualdad y, en algún sentido, de civilidad política. En las mañaneras no hay tal; son un monólogo largo y repetitivo, en ocasiones aderezado con presencias de subordinados o invitados o amigos, como el señor Corbyn. Tanto el presidente como sus invitados calumnian sin reparos ni reservas. Se hacen imputaciones reiteradas de corruptos, conservadores y otras cosas más a personas casi siempre ausentes. No existe presunción de inocencia, derecho de réplica, mucho menos el menor sentido de respeto a quienes ventajosamente se agrede.
Segundo, no hay información. Esto ocurre ocasionalmente y no es el eje central de las intervenciones presidenciales. Hay opinión, editorialización de la información y descalificaciones variadas de los datos duros provenientes de fuentes confiables y con frecuencia del mismo gobierno. El uso recurrente de los otros datos no permite que éstos sean conocidos, menos evaluados y revisados. Prevalecen la politiquería, en el castellano lopezobradorista, y la frecuente ofensiva zalamería de los subordinados y hasta de algunos falsos reporteros.
Tercero, sí se acuerda en las mañaneras; no en términos de voto colegiado, pero sí en el sentido de decisiones presidenciales. No está mal y para eso está el presidente, para decidir y si es el caso, lo puede hacer con autoridad. Además, en no pocas ocasiones lo que aprueba el Poder Legislativo, a veces sin cambio de una coma, no es lo que se acuerda, sino lo que se envía desde el Ejecutivo.
López Obrador está muy orgulloso de sí mismo y también de sus encuentros matutinos. Le han sido muy útiles a él, no al país. A los mexicanos les reconforta un presidente que habla porque asumen o presumen que también actúa. Si condena la corrupción, se piensa que es porque la está combatiendo con todo. Si recrimina el abuso es porque su gobierno no abusa. Si invoca la salud es porque ha tenido éxito el Insabi, la gestión contra la pandemia o la vacunación. Si invoca al pasado neoliberal es porque finalmente se ha llegado al edén de la justicia social y el ejercicio pleno de derechos. Por cierto, los señalamientos contra la violencia y el crimen organizado son escasos, por algo será.
Al presidente le han dado resultado los encuentros mañaneros y si la medida del éxito es la popularidad, hay razón sobrada de satisfacción; no es el fin de la historia. Quizás buena parte de los mexicanos esté conforme con la narrativa épica, pero el país allí está, con sus problemas y dificultades, con una realidad donde la pobreza y la desigualdad crecen, la corrupción persiste, la salud y la educación se deterioran, el crimen organizado se amplía y profundiza y la violencia en sus múltiples expresiones se reproduce a lo largo del tejido social.
Por eso la buena opinión de López Obrador no se acompaña de los votos por su partido; también por eso le exaspera y preocupa la rebelión electoral de las clases urbanas que no dan por válida la acción gubernamental, aunque lo no rechacen. Las comparecencias matutinas complacen mucho al presidente porque allí ocurre lo que no sucede en un parlamento; no hay cuestionamiento, sólo ocasionalmente y casi siempre es desdeñado. No oye lo que no le parece.
El parlamento es la base de la democracia. Nada más ajeno a las mañaneras presidenciales.
Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto