Opinión/Federico Berrueto
Covid ¿Para qué cambiar?
El sentido común dicta para qué cambiar si todo va bien. Esta máxima parece ser la de la 4T. Cabe preguntar qué significa que todo va bien. Si el criterio es la popularidad medida superficialmente por las encuestas, nada hay por hacer, salvo seguir la misma ruta. Sin embargo, si lo que importan son los resultados, lo que estaría de relieve es la capacidad de la sociedad mexicana para defenderse a sí misma de sus gobernantes populares sí, pero abusivos o negligentes. Antes, al menos el descontento era manifiesto; ahora ni eso.
La mayoría de los mexicanos se sienten cómodos con el actuar del gobierno, al menos si el criterio de medida es el respaldo a quien lo encabeza. ¿Por qué cambiaría López Obrador de método, si cuenta con un consistente apoyo social? Empero, los resultados son totalmente adversos al de la evaluación personal del presidente. Ciertamente, la economía, la seguridad, la equidad, la salud y la educación no registran el avance prometido; al contrario, ha habido graves retrocesos acompañados de la devastación de las instituciones.
Hoy la amenaza es la cepa Ómicron. La OMS y el mundo alzan la voz de alerta. La evidencia muestra un crecimiento exponencial del contagio, mayor y con más letalidad en la población no vacunada. El tema corresponde a las autoridades, pero también a la población, agotada ya por medidas restrictivas de sus libertades y de su convivencia, y que se muestra renuente a un nuevo esfuerzo, aunque persista la amenaza.
De la sociedad es entendible, aunque no justificable; de las autoridades, su actitud irresponsable, no tiene perdón. Repiten la misma historia: complacencia criminal. Minimizar el riesgo es la peor de las posturas; potencia el riesgo una actitud social no dispuesta a medidas preventivas con la complacencia de las propias autoridades. México tiene los primeros lugares en letalidad. En cifras proyectadas de decesos da para 10 por ciento del total de los fallecimientos en el mundo. Son innumerables las familias con pérdidas, así como los casos donde las fatalidades han diezmado hogares y comunidades. En el recuento futuro de los daños se advertirá en su justa dimensión la magnitud de la tragedia.
Este futuro en términos de salud debe preocupar, aunque la nueva cepa no fuera tan agresiva. Una crisis hospitalaria por sí misma tiene efectos perniciosos, agravados por la deficiencia crónica del sistema de salud público y afectado ahora por la insuficiencia en el abasto de medicamentos.
Efectivamente, las autoridades no cambian por la falta de un reclamo social ante la gravedad del problema. Se trata de una sociedad indefensa porque los recursos que en una democracia deben actuar no operan para señalar el error o el mal gobierno. No es del todo cierto aquello de que las sociedades tienen los gobiernos que se merecen, más bien la calidad de los gobiernos es la medida justa de quienes tienen el poder formal e informal para oponerse, demandar o contener el abuso del poder o su deficiente ejercicio.
Lo cierto es que no hay cambio. No se aprendió de la dolorosa lección de la primavera de 2020. El criminal desempeño del gobierno y de su estratega en la gestión de la pandemia, el dr. Hugo López Gatell, debieron ser sancionados por el Congreso, la justicia penal, los medios, la academia científica y la sociedad civil organizada. El presidente lo protegió y le dio resultado. Para él, denunciarle se volvió cruzada de los conservadores corruptos en la resistencia al gobierno. La enfermedad y la muerte se impusieron. Ahora amenaza regresar. Sin reclamo, sin exigencia, no hay cambio.
Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto
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