Opinión/José Luis Camacho Acevedo
Desde los tiempos en que Manuel Camacho Solís era el regente de la Ciudad de México, leí con mucho interés los textos publicados por Enrique Márquez.
Eran, sin duda, trabajos de excelencia, tanto de reflexión como de información histórica.,
En cuanto Márquez Jaramillo, poeta, historiador y político, me informó amablemente que Marcelo Ebrard le había pedido hacerse cargo de la diplomacia cultural de la SRE, pensé que Enrique aceptaba ese encargo por el alto concepto que tiene de la lealtad política y no porque ese fuera un deseo ferviente suyo.
Del ejercicio diplomático en México se ha dicho, peyorativamente en la mayoría de las veces, que es una tarea para políticos en desgracia o personajes de la actividad pública que son considerados personas non gratas para los gobernantes en turno.
Definitivamente el nombramiento de Enrique Márquez como encargado de la diplomacia cultural en el gobierno de la 4T, no aplica en los casos de actores públicos defenestrados o indeseables.
Un lamentable escándalo protagonizado por Jorge F. Hernández, agregado cultural de México en España, amigo de Márquez y recomendado por él para ese cargo, ha desatado una comedia de equivocaciones y de consecuencias menores para la diplomacia mexicana.
A la diplomacia en México se le considera, en muchos casos, como actividad miserable.
Los clásicos dicen de la diplomacia:
“La palabra diplomacia proviene del francés diplomatie y del inglés diplomatics, que a su vez derivan del latín diploma y éste del griego. El término se compone del vocablo, diplo, que significa doblado en dos, y del sufijo, ma, que hace referencia a un objeto.
Un diploma era un documento oficial, “una carta de recomendación o que otorgaba una licencia o privilegio”, por lo general dirigida por un Soberano a otro, pero en ocasiones sin un destinatario específico, en el que se estampaba el gran sello del Estado y con una terminología muy formal y grandilocuente se informaba que el poseedor desempeñaba funciones de representación oficial, solicitando por ello facilidades, inmunidades o ciertos privilegios para el funcionario.”
(José Joaquín Gori)
Muy lejos está Enrique Márquez de ser un adocenado del poder y menos un buscachambas.
Seguro aceptó el cargo al que acaba de renunciar por lealtad a su amigo Marcelo Ebrard.
Creo que con la renuncia de Márquez pierde la diplomacia mexicana, pero gana el público lector de Márquez, el poeta, historiador y escritor que retomará, afortunadamente, su actividad cultural de muy alto nivel.
EN TIEMPO REAL.
1.- Pendiente como siempre de lo que ocurre en su entidad, el mandatario de Quintana Roo, Carlos Joaquín González, ha estado presente en los lugares que han sido más afectados por la tormenta Grace. Carlos Joaquín González reporta hasta ahora un saldo blanco a pesar de la fuerza del siniestro.
2.- En Silao, Guanajuato, la CTM perdió el contrato colectivo de trabajo que tenía con la planta ubicada en ese municipio con la General Motors. Esto puede ser el inicio de una nueva forma de democracia sindical en México respetando los acuerdos del T-MEC. Desde abril pasado la CTM de Silao habría realizado actos de sabotajes al proceso de renovación de su contrato colectivo.
3.- En Puebla el gobernador Luis Miguel Barbosa Huerta se deslindó de una manera tajante de la orden de aprehensión que la autoridad judicial giró en contra del que fuera rector de la Universidad de las Américas Luis Ernesto Derbez. Al ex titular de la SER en el gobierno de Vicente Fox, se le imputan el desvío de millonarios recursos por medio de empresas fantasmas. Están involucrados otros 4 ex funcionarios y los abogados de la familia Jenkins
La palabra diplomacia proviene del francés diplomatie y del inglés diplomatics, que a su vez derivan del latín diploma y éste del griego. El término se compone del vocablo, diplo, que significa doblado en dos, y del sufijo, ma, que hace referencia a un objeto.
Un diploma era un documento oficial, “una carta de recomendación o que otorgaba una licencia o privilegio”, por lo general dirigida por un Soberano a otro, pero en ocasiones sin un destinatario específico, en el que se estampaba el gran sello del Estado y con una terminología muy formal y grandilocuente se informaba que el poseedor desempeñaba funciones de representación oficial, solicitando por ello facilidades, inmunidades o ciertos privilegios para el funcionario. Dicho documento se caracterizaba por estar doblado, y en algunas ocasiones para mayor seguridad iba cosido o lacrado. De allí surge el concepto de que el portador del documento era un diplomático.
En su proceso evolutivo, al pasar por el latín, la palabra diploma fue adquiriendo distintos significados: “carta doblada en dos partes”, “documento emitido por un magistrado, asegurando al poseedor algún favor o privilegio”, y “carta de recomendación emitida por el Estado, otorgada a personas que viajaban a las provincias”. Siglos más tarde, en su tránsito por el francés y el inglés, el término amplió su alcance a otras actividades que guardaban relación con el manejo de documentos oficiales entre soberanos.
En Francia, la expresión diplomatie hacía referencia “a todos los documentos solemnes emitidos por las cancillerías, especialmente aquellos que contenían acuerdos entre soberanos”. El término inglés diplomatics se utilizó específicamente en lo relativo a la ciencia de la autenticación de documentos antiguos y a la conservación de archivos: “el oficio de tratar con archivos y diplomas” fue conocido entre los gobiernos europeos como res diplomática o asuntos diplomáticos, un elemento que según Harold Nicolson, “es aún vital para el funcionamiento de cualquier Servicio Exterior eficiente”.